Unidos por el mar. Debbie Macomber
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Unidos por el mar - Debbie Macomber страница 6
—Me lo pensaré —dijo finalmente a punto de ser convencido por la dulce voz de su hija.
—Gracias, papá. Eres el mejor —chilló la niña corriendo a abrazarlo.
La tarde del día siguiente Catherine se fue a correr a la pista. Una vez allí la asaltó un ataque de inseguridad. Royce estaba entrenando junto a algunos hombres más.
Durante el día, Royce apenas le había dirigido la palabra, como era habitual. Tan correcto y frío como siempre. Sin embargo, por la mañana al llegar a la oficina Catherine se hubiera atrevido a jurar que la había mirado de arriba abajo. Una mirada difícil de descifrar que, a pesar de la intensidad, destilaba indiferencia.
No era que Catherine estuviera esperando que Royce se lanzara a sus brazos, pero le molestaba esa forma de mirar tan impersonal. Por lo visto, ella había disfrutado más de la conversación de la tarde anterior que él.
Aquél era el primer error y Catherine tuvo miedo de cometer un segundo.
Se estiró y comenzó a correr en dirección a la pista. Era más tarde que el día anterior. Las dos últimas horas había estado revisando informes que registraban los progresos de los participantes en el programa. Le dolían los ojos y la espalda, no estaba de humor para enfrentarse a su superior, a menos que él la retara.
Catherine completó el calentamiento y se unió a los corredores de la pista. Necesitaba olvidarse del enfado por el trabajo extra que le habían impuesto. A menos el capitán le había dado el turno de guardia del viernes a otra persona.
La primera vuelta fue tranquila. A Catherine le gustaba ir entrando poco a poco en la carrera. Empezaba lentamente y poco a poco iba aumentando el ritmo. Normalmente, tras correr dos millas alcanzaba su mejor momento y avanzaba a grandes zancadas.
Royce la adelantó fácilmente la primera vuelta. Ella se quedó de nuevo impresionada por la potencia de aquel musculoso cuerpo. La piel de Royce estaba bronceada y el contorno de sus músculos se marcaba con claridad. Era como si estuviera delante de una obra de arte en movimiento. Un cuerpo perfecto, fuerte y masculino. Los latidos del corazón de Catherine se aceleraron más de lo conveniente y le sorprendió una oleada de calor que estuvo a punto de hacer que le flaquearan las piernas. Después de aquella emoción, la embargó otra aún más potente. Rabia. En ese momento Royce la volvió a adelantar y Catherine no se pudo contener más. Comenzó a correr como si estuviera en las Olimpiadas y aquélla fuera una oportunidad única para su equipo.
Adelantó a Royce y sintió tal satisfacción que se olvidó del esfuerzo que estaba haciendo para mantener aquel ritmo vertiginoso.
Como suponía, la satisfacción no duró mucho, ya que él volvió a darle alcance y se quedó corriendo junto a ella.
—Buenas tardes, capitana —dijo él cordialmente.
—Capitán —contestó ella. No podía decir nada más. Aquel hombre había conseguido irritarla de nuevo. Ningún hombre jamás había logrado provocarle unos sentimientos tan agitados, fueran racionales o no. Y era porque gracias a Royce Nyland se había pasado toda la tarde revisando una pila interminable de informes.
Royce apretó el ritmo y Catherine se esforzó por seguirlo. Tenía la sensación de que la podía dejar atrás en cualquier momento. Estaba jugando con él como si fuera un gato arrinconando a un ratón. Sin embargo, Catherine no desistió en su empeño.
Después de dos vuelta más, se dio cuenta de que Royce se estaba divirtiendo con ella. Era obvio que al capitán le hacía gracia que fuese tan obstinada.
Durante tres vueltas consiguió mantener el ritmo de su superior pero Catherine era consciente de que no iba a poder seguir aquel ritmo frenético mucho más tiempo. Tenía dos opciones: dejar de correr o desmayarse. Eligió la primera.
Poco a poco fue aminorando el paso. Royce siguió adelante, pero cuando se dio cuenta de que ella no lo seguía se dio la vuelta para sorpresa de Catherine.
—¿Estás bien? —preguntó corriendo al paso de ella.
—Un poco cansada —repuso ella casi sin aliento. Él sonrió de forma socarrona y la miró con sarcasmo.
—¿Tienes algún problema?
—¿Estamos fuera de servicio? —preguntó ella de forma directa. Llevaba un mes soportándolo y no podía contenerse más. Estaba deseando decirle exactamente lo que pensaba de él.
—Por supuesto.
—¿Hay algo en mí que te moleste? —preguntó Catherine—. Porque sinceramente creo que te has picado conmigo, y eso no es problema mío… es tuyo.
—No te trato de forma diferente al resto —contestó Royce con calma.
—Pues claro que lo haces —replicó ella. Para bien o para mal los demás se habían ido y sólo quedaban ellos en la pista—. No he visto que le hayas puesto a nadie guardias durante cuatro viernes seguidos. Por alguna razón, que no alcanzo a comprender, te has empeñado en estropearme los fines de semana. Llevo once años en la Marina rodeada de hombres y nunca he estado de guardia más de una vez al mes. Hasta que has sido mi superior. Por lo visto, no te agrado y exijo saber por qué.
—Estás equivocada —respondió él algo tenso—. Creo que tu dedicación es digna de elogio.
Catherine no esperaba que él admitiera directamente la animadversión que le despertaba pero no estaba dispuesta a aguantar su retórica militar.
—¿Y debo suponer que ha sido mi dedicación al trabajo lo que te ha decidido a premiarme con el maravilloso puesto de coordinadora suplente del programa de mantenimiento? ¿Es acaso una recompensa por todas las horas extra que he realizado en el caso Miller? Si es así, podrías haber buscado otra manera de darme las gracias, ¿no?
—¿Eso es todo? —preguntó Royce. Estaba nervioso.
—La verdad es que no. Seguimos fuera de servicio, y tengo que decirte que pienso que eres estúpido —añadió Catherine.
De repente se sintió completamente aliviada. Sin embargo, comenzó a temblar, no sabía si por el exceso físico que había cometido o porque llevaba un rato insultando a su superior con todas sus ganas.
La mirada de Royce era imposible de descifrar. Catherine sintió un nudo en el estómago.
—¿Es eso verdad? —preguntó el capitán.
—Sí —contestó ella algo dubitativa.
Tomo aire. Sabía que acababa de traspasar el límite de lo que se le podía decir a un superior. Tenía las manos cerradas en puños y las apretó más. Si había pensado que así iba a solucionar sus problemas, se había equivocado. Si algo acababa de lograr, era arruinar su propia carrera.
Royce se mantuvo en silencio durante un rato. Después movió levemente la cabeza, como si hubieran estado charlando sobre el tiempo, se dio la vuelta y comenzó a correr de nuevo. Catherine se quedó quieta