Unidos por el mar. Debbie Macomber

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Unidos por el mar - Debbie Macomber elit

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se disponía a marcharse, pero ella lo detuvo—. Royce.

      Catherine no había querido pronunciar su nombre, de hecho era la primera vez que lo hacía, pero se le había escapado. Nunca se le había dado bien pedir perdón, pero tenía que hacerlo.

      —No tenía que haber dicho lo que dije la otra noche. Si hay alguna justificación es que estaba muy cansada e irascible. No volverá a ocurrir.

      —Estábamos fuera de servicio, Fredrickson, no te preocupes —dijo él con una medio sonrisa en la cara.

      Se miraron fija e intensamente y Catherine no pudo evitar dar un paso al frente.

      —Estoy preocupada —admitió ella y ambos supieron que estaba hablando de otra cosa.

      Royce no dejaba de mirarla con una intensidad que le confirmaba cosas que hasta entonces Catherine sólo había sospechado. Cosas en las que no tenía ninguna intención de indagar.

      Él se sentía solo. Y ella también.

      Él estaba solo. Y ella también.

      Catherine se sentía tan sola que por las noches, cuando se tumbaba en la cama, notaba una punzada en el corazón. Algunas veces se desesperaba porque tenía la necesidad de ser acariciada, de que la besaran.

      Sintió que Royce tenía la misma necesidad que ella. Eso era lo que los había unido y lo que a la vez, los separaba.

      Transcurrieron unos segundos pero ninguno de los dos se movió. Catherine no se atrevía ni a respirar. Estaba a punto de echarse a sus brazos, a punto de dar rienda suelta a lo que estaba sintiendo. La tensión que existía entre ellos era como una nube de tormenta a punto de estallar en el cielo azul.

      Fue Royce quien dio el primer paso. Pero fue en dirección contraria a Catherine, que suspiró aliviada.

      —No hay ningún problema —murmuró él antes de marcharse.

      Catherine estaba deseando creerlo pero su intuición le decía que Royce no estaba en lo cierto.

      Royce estaba temblando. Aparcó y apagó el motor mientras trataba de recuperar la compostura antes de entrar en casa. Había estado a punto de besar a Catherine y aún se sentía atrapado por el deseo. Él era un hombre forjado a base de disciplina. Siempre se había sentido orgulloso por su capacidad de autocontrol y había estado a punto de lanzar por la borda sus principios. ¿Y por qué? Porque Catherine Fredrickson le excitaba.

      Durante tres años Royce había mantenido cerrada la válvula que controlaba su apetito sexual. No necesitaba el amor, ni la ternura ni las caricias de una mujer. Aquéllas eran emociones básicas que podían ser ignoradas. Y él había estado cerrado a ellas hasta que había aparecido Catherine.

      Desde el mismo instante en el que ella había puesto el pie en su despacho, Royce se había sentido desbordado por un torrente de sentimientos inesperados. Al principio no se había dado cuenta, aunque inconscientemente le había aguado todos los viernes. No hacía falta un diván de psicoanalista para interpretar aquello. Y su nombre había sido el primero que le había venido a la cabeza en cuanto había tenido que cubrir un puesto.

      Tras analizar lo que había ocurrido, Royce se dio cuenta de que había estado castigando a Catherine. Y la había castigado porque la capitana le atraía y le estaba recordando que era un hombre con necesidades que no podían ser negadas por más tiempo.

      Desafortunadamente, tenía que enfrentarse a muchas más cosas aparte de a su apetito sexual. Catherine estaba bajo su mando, lo que lo hacía más difícil para los dos. Estaba completamente fuera de su alcance. Ninguno de los dos podía permitirse ceder a aquella atracción. Si lo hacían, sólo conseguirían herirse mutuamente. Sus carreras profesionales se resentirían, así que debían esforzarse por mantener a sus indisciplinadas hormonas a raya.

      Royce tomó aire, cerró los ojos y trató de expulsar a la imagen de Catherine de su mente. Era una mujer orgullosa, pero se había atrevido a pedirle perdón. Se había echado todas las culpas, aunque Royce sabía que ella en realidad había tenido razón al enfadarse. En aquel momento, fue consciente de que ninguna mujer le había merecido nunca tanto respeto. Por ser honesta, directa y por estar dispuesta a enfrentarse a lo que había entre ellos, aunque todavía no le supieran poner un nombre.

      En resumen, le había demostrado algo que él ya llevaba tiempo sospechando. La capitana Catherine Fredrickson era una mujer de los pies a la cabeza. Un mujer especial, una mujer tan bella que no sabía qué demonios iba a hacer para sacársela de la cabeza. Lo único que estaba claro era que tenía que conseguirlo, aunque eso supusiera pedir un traslado y separar a Kelly del único lugar que había significado un hogar para ella.

      Capítulo 3

      Y PODEMOS ir también al cine? —preguntó Kelly mientras se abrochaba el cinturón en el coche. Iban de camino al centro comercial donde la chaqueta más importante del mundo estaba en oferta. O Royce le compraba la dichosa chaqueta o prácticamente le estaría arruinando la vida a su hija. No recordaba que la ropa fuera tan importante cuando él era pequeño, pero el mundo había cambiado mucho desde entonces—. Papá, ¿qué dices de la película?

      —Vale —aceptó fácilmente.

      ¿Por qué no? Se había pasado toda la semana muy irascible, fundamentalmente porque se estaba enfrentando a sus sentimientos por Catherine. Kelly merecía una recompensa después de soportarlo toda la semana.

      Habían sido unos días muy extraños con Catherine, pero más por lo que no había pasado entre ellos que por lo que había pasado. Royce era incapaz de entrar en la oficina sin ser consciente de su presencia. Era como si hubiera una bomba en una esquina a punto de estallar. De vez en cuando se miraban y se perdía en aquellos ojos de color miel. En la oficina no era tan problemático, el verdadero examen se daba en la pista de carreras.

      Cada día Royce se decía a sí mismo que no iba a correr. Pero al final, todas las tardes, con la precisión de un reloj, se acercaba a la pista y allí esperaba a Catherine. Corrían juntos, sin hablar y sin ni siquiera mirarse.

      Era un placer extraño el correr junto a la capitana menuda. La pista era un terreno neutral, un territorio seguro para los dos. Aquel rato junto a ella, era el aliciente por el que se levantaba cada mañana y lo que daba sentido a su día.

      Cada vez que Catherine le sonreía, Royce sentía cómo aquellos ojos se clavaban en su corazón. Cada tarde, después de correr, ella le daba las gracias por la sesión conjunta de entrenamiento y se volvía al coche en silencio. En el momento en el que desaparecía de su campo de visión, Royce se sentía abatido. Nunca se había dado cuenta hasta entonces de la escasa compañía a la que lo obligaba la disciplina férrea, sobre todo en las largas y solitarias noches en la cama vacía. Estaba desolado.

      Las tardes tampoco eran fáciles. Tenía miedo de que llegara la noche porque sabía que, en cuanto cerrara los ojos, Catherine vendría a su cabeza. Se podía imaginar perfectamente lo cálida y suave que era, y sus fantasías parecían tan reales que todo lo que tenía que hacer era estirar el brazo y estrecharla contra su cuerpo. Royce nunca había sospechado que su cabeza le pudiera jugar tan malas pasadas. Estaba teniendo serios problemas para mantener la distancia con ella, tanto emocional como físicamente. Pero en sueños, el subconsciente abría las puertas a Catherine y atormentaba a Royce con imaginaciones que no podía controlar. Sueños en los que Catherine corría hacia él con los brazos abiertos en una playa. Catherine femenina y suave entre

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