La casa de las almas. Arthur Machen
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Читать онлайн книгу La casa de las almas - Arthur Machen страница 15
”Fue poco después de haber dejado atrás ese pueblo que encontré el Camino Extraño. Lo vi bifurcarse del polvoriento camino principal y se veía tan verde que me desvié para seguirlo, y pronto sentí como si de veras hubiera entrado en otro país. No sé si era uno de los caminos que hicieron los antiguos romanos de los que solía contarme mi padre, pero estaba cubierto de un pasto profundo y suave, y los altos setos a cada lado parecían no haber sido tocados en cien años; estaban tan anchos, altos y silvestres que las ramas se tocaban por encima de mi cabeza y sólo percibía vislumbres por aquí y por allá del paisaje por el que estaba pasando, como pasa uno en sueños. El Camino Extraño me llevaba sin parar, subía y bajaba una colina; a veces los rosales estaban tan tupidos que apenas si podía abrirme paso entre ellos, y a veces el camino se ensanchaba tanto que era un prado, y en medio había un valle con un arroyo que cruzaba un viejo puente de madera. Yo estaba cansado y encontré un lugar suave y sombreado debajo de un fresno, donde debo de haber dormido muchas horas, pues cuando desperté ya era la tarde. Así que retomé la marcha y por fin el camino verde salió a una carretera, y levanté la vista y vi otro pueblo en un lugar elevado con una gran iglesia en medio, y cuando subí hasta allá había un gran órgano sonando en su interior y el coro estaba cantando.”
Había un arrebato en la voz de Darnell al hablar que volvía su historia casi una canción, y respiró profundo cuando las palabras terminaron, lleno del recuerdo de aquel lejano día de verano, cuando algún encantamiento tocó las cosas comunes, transmutándolas en un gran sacramento, haciendo que las obras mundanas resplandecieran con el fuego y la gloria de la luz eterna.
Y algo del esplendor de esa luz brillaba en el rostro de Mary, que estaba sentada, quieta, contra la dulce penumbra de la noche, con su cabello oscuro volviendo su rostro más radiante. Estuvo en silencio un rato breve y luego habló:
—Oh, querido, ¿por qué esperaste tanto para contarme estas cosas maravillosas? Me parece hermoso. Por favor, continúa.
—Siempre he temido que todo fuera una tontería —dijo Darnell—. Y no sé cómo explicar lo que siento. No pensé que pudiera decir tanto como he dicho hoy.
—¿Y te pareció lo mismo día tras día?
—¿De todo el tour? Sí, me parece que cada recorrido fue un éxito. Claro, no a diario me iba tan lejos; estaba muy cansado. A menudo descansaba el día entero y salía en la noche, después de que encendían los faroles, y entonces sólo recorría dos o tres kilómetros. Vagaba por viejas plazas oscuras y oía el viento de las colinas susurrando en los árboles; y cuando sabía que estaba a nada de alguna de las grandes calles resplandecientes, me hallaba hundido en el silencio de vías en las que yo era casi el único pasajero, y los faroles eran tan pocos y tan tenues que parecían dar sombras en vez de luz. Y yo caminaba despacio, de un lado a otro, quizá una hora a la vez, en calles muy oscuras, y todo el tiempo sentía lo que te dije de que era mi secreto: que la sombra, las luces tenues, el frescor de la noche y los árboles que eran como nubes oscuras y bajas eran todos míos, y sólo míos; que estaba viviendo en un mundo del que nadie más sabía, en el que nadie podía entrar.
”Recordé que una noche había ido más lejos. Era alguna parte muy retirada hacia el oeste, donde hay hortalizas, jardines y prados enormes y anchos que bajan con suavidad hasta los árboles junto al río. Una gran luna roja salió esa noche entre velos de ocaso y nubes delgadas y diáfanas, y deambulé por un camino que pasaba junto a las hortalizas hasta que llegué a una pequeña colina, con la luna mostrándose por encima, resplandeciendo como una gran rosa. Entonces vi figuras que pasaban entre la luna y yo, una por una, en una larga fila, cada una encorvada por completo, con grandes paquetes a cuestas. Una de ellas iba cantando y después, en medio de la canción, oí una espantosa risa estridente, con la voz delgada y quebradiza de una mujer muy vieja, y desaparecieron en la sombra de los árboles. Supongo que era gente que se dirigía a trabajar o que venía de trabajar en los jardines, pero ¡qué parecida era a una pesadilla!
”No puedo contarte de Hampton; nunca acabaría de hablar. Estuve ahí una tarde, poco antes de que cerraran las rejas, y había muy poca gente alrededor. Sin embargo, los resonantes patios rojigrises en silencio y las flores que caían al mundo de los sueños cuando llegó la noche, y los oscuros tejos y las estatuas sombrías, y las lejanas y quietas extensiones de agua más abajo de las avenidas, todo se fundía en una bruma azul, todo se ocultaba de la vista de uno, lento pero seguro, ¡como si fueran bajando velos, uno por uno, en una gran ceremonia! ¡Ay, mi amor! ¿Qué podía significar? Muy lejos, del otro lado del río, oí una campana queda tocar tres veces, y tres veces, y otras tres veces más, y aparté la mirada y tenía los ojos llenos de lágrimas.
”No sabía qué era cuando llegué a ese lugar; hasta después me enteré de que tuvo que haberse tratado de Hampton Court. Uno de los señores de la oficina me dijo que había llevado ahí a una chica, empleada de las A. B. C., y se habían divertido mucho. Entraron en el laberinto y ya no podían salir, y luego fueron al río y por poco se ahogan. Me dijo dónde había algunos cuadros picantes en las galerías; su chica aullaba de risa, según me dijo.”
Mary ignoró por completo este interludio.
—Pero me dijiste que hiciste un mapa. ¿Cómo era?
—Algún día puedo mostrártelo, si quieres verlo. Marqué todos los lugares a los que fui y dibujé señales, unas cosas como letras raras, para recordarme lo que había visto. Nadie más que yo podía entenderlo. Quería hacer dibujos, pero nunca aprendí a dibujar, así que cuando lo intenté nada salía como yo quería. Traté de hacer un dibujo de ese pueblo en la colina al que llegué la tarde del primer día; quería hacer una colina escarpada con casas en la cima y a la mitad, pero muy por encima de todas la gran iglesia, llena de agujas y pináculos, y arriba de ella, en el aire, una copa con rayos saliéndole. Sin embargo, no fue un éxito. Hice un signo muy extraño para Hampton Court y le di un nombre que inventé en mi cabeza.
Los Darnell evitaron verse a los ojos a la mañana siguiente cuando se sentaron a desayunar. El aire se había despejado en la noche, pues había llovido en la madrugada, y había un brillante cielo azul, con vastas nubes blancas cruzándolo desde el suroeste, y un viento fresco y gozoso que entraba por la ventana abierta. La bruma había desaparecido. Y con la bruma también parecía haberse