La casa de las almas. Arthur Machen

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La casa de las almas - Arthur Machen страница 14

Автор:
Серия:
Издательство:
La casa de las almas - Arthur Machen

Скачать книгу

se detuvo de pronto y alzó la vista hacia su esposa. Ella lo miraba con los labios entreabiertos, con ojos ansiosos y fascinados.

      —Espero no estarte agotando, querida, con toda esta historia sobre nada. Tuviste un día difícil, preocupada por la tonta muchacha; ¿no sería mejor que te vayas a acostar?

      —Ay, no, Edward, por favor. Ahora no me siento cansada. Me encanta oírte hablar así. Por favor, sigue.

      —Bueno, pues después de caminar otro poco, ese sentimiento raro parecía desvanecerse. Digo otro poco, y en realidad pensé que habría caminado unos cinco minutos, pero había visto mi reloj justo antes de entrar en esa callejuela, y cuando lo volví a mirar ya eran las once. Debo de haber caminado más de doce kilómetros. Apenas podía creer lo que veía y pensé que de seguro mi reloj se había vuelto loco, aunque después descubrí que estaba perfectamente bien. No podía entenderlo y aún no puedo; te aseguro que el tiempo pasó como si hubiera caminado de un extremo de la calle Edna al otro. Y ahí estaba yo, en medio del campo abierto, con un viento fresco que soplaba desde un bosque y el aire lleno de suaves susurros, y las notas de los pájaros desde los arbustos y el canto del pequeño arroyo que pasaba por debajo del camino. Yo estaba parado en el puente cuando saqué mi reloj y encendí un cerillo para ver la hora, y de repente me di cuenta de lo extraña que había sido esa noche. Verás, todo era tan diferente a lo que había estado haciendo mi vida entera, en especial el año anterior, y casi parecía que yo no podía ser el mismo hombre que había estado yendo a la Ciudad cada mañanas y regresando cada tarde después de escribir un montón de cartas aburridas. Era como ser arrojado de pronto de un mundo a otro. Bueno, pues de algún modo encontré el camino de regreso, y mientras caminaba decidí cómo iba a pasar mis vacaciones. Me dije: “Voy a hacer un tour de caminatas igual que Ferrars, sólo que el mío será un recorrido de Londres y sus inmediaciones”, y ya tenía todo resuelto cuando entré en la casa como a las cuatro de la mañana y el sol estaba brillando, ¡y la calle casi tan tranquila como el bosque a medianoche!

      —Creo que tuviste una idea estupenda. ¿Sí hiciste tu tour? ¿Compraste un mapa de Londres?

      —Claro que hice mi tour. No compré un mapa; eso lo habría arruinado de algún modo; ver todo trazado, nombrado y medido. Lo que yo quería era sentir que estaba yendo a donde nadie había ido antes. Qué tontería, ¿no? Como si hubiera semejantes lugares en Londres o en Inglaterra, para el caso.

      —Entiendo lo que dices: querías sentir como si estuvieras emprendiendo una especie de viaje de descubrimiento. ¿No es así?

      —Exactamente: eso es lo que trataba de decirte. Además, no quería comprar un mapa. Yo hice un mapa.

      —¿A que te refieres? ¿Hiciste un mapa en tu cabeza?

      —Después te cuento eso. Pero ¿de veras quieres oír sobre mi gran tour?

      —Por supuesto que sí; debe de haber sido encantador. Me parece una idea de lo más original.

      —Bueno, a mí me parecía la gran cosa, y lo que acabas de decir del viaje de descubrimiento me recordó lo que sentía en ese entonces. De niño me gustaba enormemente leer sobre los grandes viajeros, supongo que como a todos los niños, y de marineros cuyo barco se desviaba de la ruta y se encontraban en latitudes donde ningún barco había navegado antes, y de la gente que descubría ciudades maravillosas en países extraños; y todo el segundo día de mis vacaciones me sentí igual que cuando leía esos libros. No me levanté hasta bastante tarde. Estaba muerto después de haber caminado tantos kilómetros; sin embargo, cuando acabé de desayunar y llené mi pipa, me divertí mucho de pensarlo. Era un tremendo disparate, ¿sabes? Como si pudiera haber alguna cosa nueva o maravillosa en Londres.

      —¿Por qué no la habría?

      —Pues no lo sé, aunque después he pensado que debo haber sido un muchacho bastante bobo. En todo caso, me divertí muchísimo planeando qué iba a hacer, medio haciendo de cuenta, justo como un niño, que no sabía dónde podría ir a parar ni qué podría ocurrirme. Y me complacía enormemente pensar que todo era mi secreto, que nadie más lo sabía y que, viera lo que viera, no se lo diría a nadie. Siempre había sentido lo mismo con los libros. Claro, me encantaba leerlos, pero me parecía que si yo hubiera sido un explorador, habría mantenido en secreto mis descubrimientos. Si hubiera sido Colón, y si hubiera sido posible hacerlo, habría descubierto América yo solo y nunca le habría dicho una palabra a nadie. ¡Imagínate! Qué hermoso sería caminar por tu ciudad, hablando con la gente, y todo el tiempo estar pensando que uno sabe de un gran mundo allende los mares que nadie se imagina siquiera. ¡Me habría encantado! Y era justo lo que sentía del tour que haría. Decidí que nadie debía saberlo, y así, a partir de aquel día hasta hoy, nadie ha oído una palabra.

      —Pero ¿a mí sí me vas a contar?

      —Tú eres diferente. Sin embargo, creo que ni siquiera tú escucharás todo; no porque no quiera, sino porque no puedo hablar de muchas de las cosas que vi.

      —¿Las cosas que viste? ¿Entonces de verdad viste cosas maravillosas y extrañas en Londres?

      —Bueno, sí las vi y no. Todo o prácticamente todo lo que vi sigue en pie y cientos de miles de personas han visto los mismos atractivos; después supe que muchos de los lugares eran bien conocidos por los compañeros de la oficina. Y luego leí un libro llamado Londres y sus alrededores. Pero, no me lo explico, ni los señores de la oficina ni los escritores del libro parecían haber visto las cosas que yo vi. Por eso dejé de leer el libro; parecía sacarle la vida, el verdadero corazón, a todo, volviéndolo tan seco y estúpido como los pájaros disecados en un museo.

      ”Pensé en lo que haría todo el día y fui a acostarme temprano, para estar fresco. En realidad, sabía maravillosamente poco de Londres aunque, excepto por alguna semana de vez en cuando, había pasado mi vida entera en la Ciudad. Desde luego conocía las calles principales, Strand, Regent, Oxford y demás, y sabía llegar a la escuela a la que había ido de niño y cómo llegar a la Ciudad, pero siempre andaba por los mismos senderos, como dicen que hacen los borregos en las montañas, y eso hacía que fuera tanto más fácil imaginarme que iba a descubrir un mundo nuevo.”

      Darnell hizo una pausa en el flujo de su plática. Miró con atención a su esposa para ver si la estaba aburriendo, pero sus ojos lo contemplaban con vivo interés; casi podría decirse que eran los ojos de alguien que anhelaba y un poco esperaba ser iniciada en los misterios, que no sabían qué gran maravilla les sería revelada. Estaba sentada de espaldas a la ventana, enmarcada en el dulce crepúsculo de la noche, como si un pintor le hubiera puesto de fondo una cortina de pesado terciopelo y el trabajo que había estado haciendo se hubiera caído al piso. Apoyaba la cabeza en las dos manos, una a cada lado de su frente, y sus ojos eran como los pozos en el bosque que Darnell soñaba en la noche y en el día.

      —Todos los relatos extraños que había oído en mi vida estaban en mi cabeza esa mañana —prosiguió, como si continuara con los pensamientos que habían llenado su mente mientras sus labios callaban—. Me había ido a acostar temprano, como te dije, para descansar bien, y había puesto mi reloj despertador para que sonara a las tres, para salir a una hora bastante extraña para iniciar un recorrido. Había un silencio en el mundo cuando desperté, antes de que sonara el reloj para levantarme, y luego un pájaro empezó a cantar y trinar en el olmo que había en el jardín de al lado, y miré por la ventana y todo estaba tranquilo, y el aire de la mañana entraba puro y dulce, como nunca antes me había tocado. Mi cuarto estaba al fondo de la casa y la mayoría de los jardines tenían árboles, y pasando estos árboles podía ver la parte de atrás de las casas de la siguiente calle elevándose como la muralla de una antigua ciudad, y mientras las veía salió el sol y la gran luz entró por mi ventana, y empezó el día.

      ”Y

Скачать книгу