Eso no puede pasar aquí. Sinclair Lewis

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Eso no puede pasar aquí - Sinclair Lewis A. Machado

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pancarta que proclamaba: “Recibimos ayudas del Estado. Queremos volver a ser seres humanos. ¡Queremos a Buzz!”

      Veinte pies por detrás caminaba un solo hombre de altura considerable. Los delegados estiraban el cuello para ver qué vendría después de las víctimas que recibían ayudas. Cuando le vieron, se levantaron gritando y aplaudiendo al hombre solitario. Pocos le habían contemplado en carne y hueso; todos le habían visto cien veces en fotografías de prensa, tomadas entre montones de libros en su estudio, reunido con el presidente Roosevelt y el secretario de Estado, Ickes, estrechándole la mano al senador Windrip y frente a un micrófono (su boca abierta en pleno grito como una trampa oscura y su delgado brazo derecho levantado en un énfasis histérico); todos habían escuchado su voz en la radio hasta que la conocieron como la voz de sus propios hermanos; todos reconocieron al final del desfile de Windrip, atravesando la ancha entrada principal, al apóstol de los hombres olvidados: el obispo Paul Peter Prang.

      A continuación, la convención vitoreó a Buzz Windrip durante cuatro horas ininterrumpidamente.

      Entre las detalladas descripciones de la convención que enviaron las agencias de noticias, después de los primeros comunicados febriles, un enérgico reportero de Birmingham demostró, con bastante habilidad, que la bandera sureña del veterano confederado había sido donada temporalmente por el museo de Richmond, y la del norte por un distinguido empresario de productos cárnicos de Chicago, que era nieto de un general de la Guerra Civil.

      Lee Sarason nunca contó a nadie, excepto a Buzz Windrip, que ambas banderas se habían fabricado en la neoyorquina calle Hester, en 1929, para la obra patriótica Morgan’s Riding, y que las sacó del almacén de un teatro.

      Antes de la ovación, mientras el desfile de Windrip se acercaba al estrado, fue recibido por la Sra. Adelaide Tarr Gimmitch, la famosa autora, conferenciante y compositora, que apareció como por arte de magia en el estrado y cantó, con la melodía de “Yankee Doodle”, las siguientes palabras que ella misma había compuesto:

      Berzelius Windrip fue a Washington,

      Montado en un halcón

      Para expulsar al Gran Capital,

      Y del Pueblo ser promotor.

      Estribillo:

      Buzz y Buzz y sigue así.

      Se encarga de cuidarnos.

      Si no le votas, atención,

      ¡Serás todo un ingrato!

      La Liga de los Hombres Olvidados

      No quiere que la olviden.

      Viajó a Washington y todos cantaron:

      “Aquí huele a podrido”.

      Esta misma canción de combate feliz la cantaron en la radio diecinueve divas operísticas diferentes antes de medianoche, unos dieciséis millones de estadounidenses, menos armoniosos, en las siguientes cuarenta y ocho horas, y al menos noventa millones de simpatizantes y opositores en la lucha que se avecinaba. Durante toda la campaña de Buzz Windrip hubo momentos brillantes de humor gracias al juego de palabras entre “ir a Washington” y “lavarse”1. Walt Trowbridge se burlaba, no iba conseguir hacer ninguna de las dos cosas.

      Sin embargo, Lee Sarason sabía que, además de esta obra maestra del género humorístico, la causa de Windrip necesitaba un himno más elevado en conceptos y espíritu y más acorde con la seriedad de los cruzados estadounidenses.

      Mucho después de que se hubieran apagado los aplausos a Windrip y cuando los delegados habían vuelto a su verdadero trabajo, que consistía en salvar a la nación y degollarse los unos a los otros, Sarason pidió a la Sra. Gimmitch que cantara un himno más sagrado, cuyas palabras había escrito él mismo, en colaboración con un cirujano bastante sorprendente, un tal Dr. Hector Macgoblin.

      El Dr. Macgoblin, que pronto se convertiría en un monumento nacional, tenía tanto talento para la distribución de artículos médicos, la crítica de libros sobre educación y psicoanálisis, la preparación de comentarios sobre la filosofía de Hegel, el profesor Guenther, Houston Stewart Chamberlain y Lothrop Stoddard, la interpretación de Mozart al violín, el boxeo semiprofesional y la composición de poesía épica, como para la práctica de la medicina.

      ¡El Dr. Macgoblin! ¡Vaya hombre!

      La oda de Sarason-Macgoblin, titulada “Bring Out the Old-time Musket” (Sacad el mosquete de antaño), se convirtió para el grupo de libertadores de Buzz Windrip en lo que “Giovanezza” significaba para los italianos, “la Canción de Horst Wessel” para los nazis y “La Internacional” para todos los marxistas. Además del público de la convención, millones de personas escucharon por la radio la sonora voz de contralto de la Sra. Adelaide Tarr Gimmitch cantando:

      SACAD EL MOSQUETE DE ANTAÑO Oh,

      Señor, hemos pecado, nos hemos dormido

      Y nuestra bandera yace manchada en el polvo.

      Los espíritus del pasado nos llaman, nos llaman,

      “Tenéis que vencer a la pereza.” Guíanos, espíritu de Lincoln,

      Inspíranos, espíritu de Lee,

      Para gobernar el mundo entero por la justicia,

      Para luchar por los derechos,

      Para intimidar con nuestro poder,

      Como hicimos en el sesenta y tres. Estribillo:

      Mira, joven con deseos encendidos,

      Mira, muchacha de ojos audaces. Guiando nuestras tropas

      Retumban los tanques

      Y los aviones nublan el cielo. Sacad el mosquete de antaño,

      ¡Avivad el fuego de antaño! Mira, el mundo entero se está derrumbando,

      Terrible, oscuro y atroz.

      ¡América! ¡Levántate y conquista

      El mundo como lo desean nuestros corazones!

      “Excelente sentido de la teatralidad. Ni P. T. Barnum ni Flo Ziegfeld podrían haberlo hecho mejor”, reflexionó Doremus mientras estudiaba las copias de la Associated Press y escuchaba la radio que había instalado temporalmente en su oficina. Y mucho después: “Cuando Buzz tome el poder, no montará más desfiles con soldados heridos. Sería contraproducente para la psicología fascista. Esconderá a todos esos pobres diablos en instituciones y sacará solo al ganado humano joven, animado, uniformado y listo para la matanza. Da qué pensar...”

      La tormenta eléctrica, que por suerte se había calmado, volvió a desatarse como una grave amenaza.

      Durante toda la tarde, la convención votó una y otra vez, sin ningún cambio en la clasificación por votos para el candidato presidencial. Hacia las seis, el director de la Srta. Perkins le otorgó sus votos a Roosevelt, quien se puso por delante del senador Windrip. Parecían preparados para luchar durante toda la noche, por lo que a las diez Doremus salió cansinamente de la redacción. Esta noche no le apetecía el ambiente cordial y sumamente femenino de su casa, así que se pasó por la rectoría de su amigo, el padre Perefixe. Allí se encontró a un grupo que, para

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