Eso no puede pasar aquí. Sinclair Lewis
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Sin embargo, una hora más tarde, cuando ya había salido del trance, Doremus no pudo recordar nada de lo que el Sr. Windrip había dicho realmente.
Estaba tan convencido de la victoria de Windrip, que el martes por la noche no se quedó en la redacción del Informer hasta que llegaran todos los resultados. Pero, aunque no se quedó para el recuento final, sin duda le llegó la confirmación.
Frente a su casa, pasada la medianoche y pisando la nieve sucia, marchó pesadamente un desfile triunfante y bastante etílico que portaba antorchas y cantaba a viva voz, con la melodía de “Yankee Doodle”, las nuevas palabras que había desvelado esa misma semana la Sra. Adelaide Tarr Gimmitch:
A las serpientes desleales
Vamos a castigar. Y desearán no haber nacido
¡Cuando vayan a la cárcel!
Estribillo:
Buzz y buzz y sigue así.
Flotando ya, ha ganado. Si no le votaste, atención,
¡Fuiste todo un ingrato!
Por cada M.M., un látigo
Para usar contra un traidor. Si hoy no pillamos a un antibuzz
Mañana nos encargamos.
La palabra “antibuzz”, cuya invención se le atribuía a la Sra. Gimmitch, pero que probablemente fue obra del Dr. Hector Macgoblin, la usarían mucho las damas patriotas como un término para expresar una deslealtad al Estado tan atroz, que pedía a gritos la acción de un pelotón de fusilamiento. Sin embargo, como ocurrió con “Unkies” (el espléndido apodo de la Sra. Gimmitch para los soldados de las Fuerzas Expedicionarias Estadounidenses), realmente no consiguió imponerse en el habla cotidiana.
Entre los participantes del desfile, tapados con abrigos de invierno, Doremus y Sissy creyeron distinguir a Shad Ledue, Aras Dilley (aquel ocupante prolífico del monte Terror), Charley Betts (el vendedor de muebles) y Tony Mogliani (el frutero y defensor más apasionado del fascismo italiano en el centro de Vermont).
Aunque no podía estar seguro debido a la penumbra de las antorchas, Doremus pensó que el gran automóvil solitario que seguía a la procesión era el de su vecino Francis Tasbrough.
A la mañana siguiente, en la redacción del Informer, Doremus recibió informaciones sobre algunos daños que habían causado los nórdicos triunfadores; solo habían volcado un par de letrinas, tirado abajo y quemado el cartel de la sastrería de Louis Rotenstern y pegado una paliza bastante fuerte a Clifford Little (el joyero), un joven delgado y de pelo rizado al que Shad Ledue despreciaba porque organizaba obras de teatro y tocaba el órgano en la iglesia del Sr. Falck.
Aquella misma noche, en su porche delantero, Doremus se encontró una nota escrita en una cartulina con tiza roja:
Te vamos a meter una buena somanta de palos, querido Dorey, a menos que te tumbes boca abajo y te arrastres delante de mí, los MM, la Liga y el Jefe
Un amigo
Fue la primera vez que Doremus oyó el término “el Jefe” (una sólida variante americana de “el líder” o “el jefe del Gobierno”) como tratamiento popular para referirse al Sr. Windrip. Pronto se haría oficial.
Doremus quemó la advertencia roja sin decirle nada a su familia. Pero, a menudo, se despertaba recordándola, lo cual no le hacía ninguna gracia.
Notas al pie
1 Combates de boxeo profesional que se libraban para ganar un premio (dinero), de ahí su nombre. N.T.
2 Apodo de la ciudad de Nueva York, popularizado por Washington Irving.
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