Eso no puede pasar aquí. Sinclair Lewis
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“Y los comunistas y financieros judíos están conspirando entre ellos para controlar el país. Puedo entender que, de joven, pudieras mostrar un poco de solidaridad por los sindicatos e incluso por los judíos. Aunque, como bien sabes, nunca podré perdonarte del todo por ponerte del lado de los huelguistas cuando esos matones intentaron arruinarme el negocio, incendiando mis talleres de pulido y tallado. ¡Pero si incluso te llevabas bien con ese asesino extranjero llamado Karl Pascal, que inició toda la huelga! ¡Cómo disfruté despidiéndole cuando todo acabó!”
“Pero bueno, esos mafiosos del mercado laboral se están juntando ahora con los líderes comunistas y están decididos a dirigir el país; ¡a decirnos a la gente como yo cómo tenemos que dirigir nuestros negocios! Y como dijo el general Edgeways, se negarán a servir al país si nos vemos arrastrados a cualquier guerra. ¡Sí, señores! Estamos en una época muy delicada y ya es hora de que te dejes de charlas y te unas a los ciudadanos realmente responsables”
Doremus respondió: “Bueno, sí. Estoy de acuerdo en que es una época delicada. Con todo el descontento que se palpa en el país entero, perfecto para arrastrarle al cargo, ese senador Windrip tiene una oportunidad excelente para ser elegido presidente el próximo noviembre y, si sale elegido, probablemente su panda de buitres nos meterá en alguna guerra, aunque solo sea para fomentar su orgullo demente y mostrarle al mundo que somos la nación más machota del planeta. Y entonces a mí (el liberal) y a ti (el plutócrata y conservador falso) nos darán el paseíllo y nos fusilarán a las tres de la madrugada. ¡Ya verás qué delicado!”
“¡Anda! ¡Estás exagerando!”, replicó R. C. Crowley.
Doremus continuó: “Si el obispo Prang, nuestro Savonarola particular en Cadillac, pone al público de su programa de radio y a su Liga de Hombres Olvidados del lado de Buzz Windrip, este ganará. La gente creerá que le está votando para fomentar más seguridad económica. ¡Y entonces llegará el reinado del terror! Dios sabe que se han dado pruebas suficientes de que podemos tener una tiranía en Estados Unidos: el arreglo de los aparceros en el sur, las condiciones laborales de los mineros y productores de tejidos y el haber tenido a Mooney tantos años en la cárcel. ¡Pero espera hasta que Windrip nos enseñe cómo hacerlo con ametralladoras! La democracia (aquí, en Gran Bretaña y en Francia) no ha producido una esclavitud tan triste como la del nazismo en Alemania, ni un materialismo tan hipócrita y represor de la imaginación como el de Rusia; aunque haya fabricado industriales como tú, Frank, y banqueros como tú, R. C., y os haya concedido demasiado poder y dinero. En general, con excepciones vergonzosas, la democracia ha otorgado al trabajador común más dignidad de la que tuvo nunca. Puede que esto se vea amenazado ahora por Windrip, por todos los Windrips. ¡De acuerdo! Quizá tengamos que luchar contra una dictadura paternalista con un buen parricidio: metralletas contra metralletas. Esperad a que Buzz se haga cargo de nosotros. ¡Será una verdadera dictadura fascista!”
“¡Tonterías, tonterías!”, gruñó Tasbrough. “Eso no podría pasar aquí, en Estados Unidos. ¡De ninguna manera! Somos un país de hombres libres.”
“La respuesta a tu afirmación”, sugirió Doremus Jessup, “si el Sr. Falck me lo permite, es ‘¡y un cuerno que no!’. ¡Anda! No existe un país en el mundo que se pueda poner más histérico (¡sí, e incluso volverse más servil!) que Estados Unidos. Mirad cómo Huey Long se convirtió en el monarca absoluto de Luisiana y cómo el honorable senador Berzelius Windrip es dueño de su estado. Escuchad al obispo Prang y al padre Coughlin en la radio: ¡oráculos sagrados para millones de personas! ¿Recordáis con qué indiferencia han aceptado la mayoría de los estadounidenses la corrupción demócrata de Tammany Hall, las bandas mafiosas de Chicago y la falta de honestidad de muchos de los cargos designados por el presidente Harding? ¿Pueden ser peores los grupos de Hitler o de Windrip? ¿Os acordáis del Ku Klux Klan? ¿Y de nuestra histeria durante la guerra, cuando llamábamos ‘repollo Libertad’ al chucrut y hubo gente que incluso propuso llamar a la rubeola, ‘sarampión Libertad’?2 ¿Y de la censura de la prensa honesta durante la guerra? ¡Tan horrible como en Rusia! ¿Recordáis cómo besábamos los pies de Billy Sunday, el evangelista del millón de dólares, y de Aimée McPherson, quien, según decía, nadó desde el océano Pacífico hasta el desierto de Arizona y consiguió salirse con la suya? ¿Os acordáis de Voliva y la madre Eddy? ¿Y qué me decís de nuestro miedo a los rojos y los católicos, cuando toda la gente bien informada sabía que los miembros de la O.G.P.U. (policía política soviética) estaban escondidos en Oskaloosa y que los republicanos en contra de Al Smith les habían contado a los montañeses de Carolina que si Al ganaba, el Papa haría que sus hijos fueran ilegítimos? ¿Os acordáis de Tom Heflin y Tom Dixon? ¿Y cuando los legisladores paletos de ciertos estados, obedeciendo a William Jennings Bryan (que aprendió biología gracias a su anciana abuela beata), se establecieron como experimentados científicos e hicieron que el resto del mundo se partiera de risa prohibiendo la enseñanza de la teoría de la evolución? ¿Y recordáis a la escuadra nocturna de vigilantes en Kentucky? ¿Y cuántos trenes llenos de gente han ido a disfrutar de los linchamientos? ¿Que no puede pasar aquí? La Ley Seca consistió en abatir a gente a tiros solo porque quizá transportaban alcohol. ¡No, eso no podría pasar en Estados Unidos! ¿En qué otra época de la historia ha estado un pueblo tan preparado para una dictadura como el nuestro? Ahora mismo estamos listos para iniciar una cruzada infantil, aunque con adultos. ¡Y los excelentísimos reverendos Windrip y Prang están preparados para liderarla!”
“Bueno, ¿y qué si lo están?”, protestó R. C. Crowley. “Quizá no sea algo tan malo. No me gustan todos esos ataques constantes e irresponsables contra nosotros, los banqueros. Por supuesto, el senador Windrip tiene que fingir públicamente que reta a los bancos pero, en cuanto llegue al poder, les dará su merecida influencia en la administración y seguirá nuestro asesoramiento financiero. Sí. ¿Por qué te asusta tanto la palabra ‘fascismo’?, Doremus. Es solo una palabra, ¡una palabra! Y quizá no sea algo tan malo, con la cantidad de vagos que tenemos hoy en día mendigando ayudas estatales y viviendo de mis impuestos y los tuyos. Al menos no es peor que tener a un hombre fuerte de verdad, como Hitler o Mussolini (o como Napoleón o Bismarck en los buenos tiempos), que dirija el país de verdad, para que sea eficiente y próspero de nuevo. En otras palabras, un médico que no aguante insolencias, sino que realmente mande al paciente y le haga ponerse bien, ¡tanto si le gusta como si no!”
“¡Sí!”, corroboró Emil Staubmeyer. “¿No salvó Hitler a Alemania de la plaga roja del marxismo? Tengo primos allí. ¡Yo sé lo que pasó!”
“Ajá...”, dijo Doremus, pues era una expresión que usaba a menudo. “¡Curar los males de la democracia con los males del fascismo! Curiosa terapia. He oído decir que curan la sífilis administrando malaria al paciente, ¡pero nunca escuché que curaran la malaria administrándole sífilis!”
“¿Te parece que ese es un lenguaje apropiado en presencia del reverendo Falck?”, bramó Tasbrough.
El Sr. Falck saltó: “¡Creo que es un lenguaje bastante apropiado y una explicación muy interesante, hermano Jessup!”
“Además”, finalizó Tasbrough, “de todas maneras, es una tontería seguir hablando tanto sobre el tema. Como dice Crowley, quizá nos venga bien tener un hombre fuerte al mando, pero eso no puede ocurrir aquí, en Estados Unidos.”
Y a Doremus le pareció que los labios del reverendo Falck se movían lentamente y formaban las siguientes palabras: “¡Y un cuerno que no!”
Notas al pie
1 Su esposa Emma le llama Dormouse, literalmente, “lirón”, por el parecido con su nombre, Doremus. N.T.