Una historia popular del fútbol. Mickaël Correia
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Los más fuertes y ágiles de cada parroquia formaban dos equipos rivales, sin que se tuviera en cuenta el equilibrio numérico entre jugadores. En algunos casos, menos frecuentes, los dos equipos antagonistas estaban constituidos por contingentes de diversas parroquias. Se producían entonces lides impresionantes que se proseguían durante días enteros con un tesón indescriptible, en las que los campeones se contaban por centenares. […] Se decidía por anticipado en qué condiciones concretas el partido se consideraba como ganado. A veces, para ser declarado vencedor, bastaba con llevar el balón al territorio de la propia parroquia, pero otras veces había que llevarlo a tal o cual pueblo previamente designado; a menudo había que meterlo dentro de una casa, lo que se denominaba «albergar» la soule.20
Violencia política y justicia popular
Al margen de la tosquedad que presentan a primera vista estos juegos populares, los partidos de fútbol constituyen un espacio ritualizado en el que la comunidad —lugareña o gremial— consolida su existencia. En el caso de los enfrentamientos entre solteros y casados, el juego podía ser considerado como un rito de iniciación a la virilidad masculina,21 aunque también poseía una función integradora dentro del seno de la comunidad rural. Los partidos de folk football o de soule servían para reforzar un estilo de vida comunitario que ligaba a los individuos tanto en el juego como en las faenas agrícolas, ya que las cosechas, los planes de siembra y de barbecho eran gestionados de manera colectiva por el conjunto de la aldea. Durante los enfrentamientos, la soule se convertía en «un verdadero combate […] a través de brezales y caminos, pendientes y valles, arroyos y ríos».22 Aunque el campo de juego se establecía al comienzo del encuentro, también podía ampliarse sin problemas durante el transcurso del partido: el conocimiento del propio terreno, así como del terreno del adversario, se volvía entonces fundamental para inclinar el partido a favor del propio equipo.23 Representación de la vitalidad y de la cohesión social de toda una comunidad, los partidos de fútbol otorgaban la victoria a los que mejor sabían explotar el potencial de su territorio, una poderosa simbología dentro del imaginario campesino. Por último, es de señalar que aquellos rudos partidos de pelota también ofrecían un espacio de transgresión de las jerarquías sociales similar al del carnaval, en el que sacerdotes, nobles, burgueses y otros notables locales se entregaban libremente a este juego del vulgo, aun a riesgo de que la pasión por el balón contaminase a los gentilhombres: en el siglo xvi el poeta Pierre de Ronsard y Enrique II, rey de Francia, practicaban regularmente la soule en las inmediaciones de la abadía de Saint-Germain-des-Prés, en París.
Pese a todo, los juegos de protofútbol eran invariablemente vilipendiados por los observadores, que veían en ellos la expresión de una intolerable violencia física. En The anatomie of abuses, de 1583, el panfletario viajero inglés Philipp Stubbs describe el folk football como «uno de esos pasatiempos diabólicos practicados incluso en domingo, un juego sanguinario y asesino más que un deporte amistoso. ¿Acaso no se trata de aplastar la nariz del adversario bajo una piedra? No hay más que piernas rotas y ojos saltados. Nadie escapa sin heridas, y el rey del juego es el que mayor número de ellas provoca». Por lo que respecta a la soule, «nunca transcurre sin heridas ni chichones, y los que se entregan a ella pueden considerarse afortunados cuando escapan sin perder un ojo, o sin quebrar brazos o piernas».24 También se contabilizan numerosos ahogamientos cuando los partidos se extienden a superficies de agua o al borde del mar. «No hay más que mandíbulas rotas, costillas hundidas, ojos arrancados, brazos y piernas quebrados en estas terribles luchas», refiere tres siglos después el escritor Hippolyte Violeau evocando los partidos de soule bretona.25
No obstante, esta denuncia de la violencia física pasa por alto el hecho de que estos salvajes juegos de pelota permitían purgar rivalidades, e incluso odios, entre individuos o comarcas. Un puñetazo para lavar una afrenta o una envidia, una melé general como forma de poner fin a una discordia entre familiares o vecinos: los juegos de balón constituían una manera original de regular los conflictos entre individuos o poblaciones, un espacio público que propiciaba una justicia a la vez autónoma y popular.26 En ocasiones, la venganza a la que uno podía entregarse durante la efervescencia del juego venía reforzada por una dimensión política. El historiador deportivo Jean-Michel Mehl menciona un partido de soule celebrado durante el carnaval de 1369: «En la violencia que ejerce sobre un escudero que participa como él en el juego, Martín el curtidor busca vengarse de la nobleza. Su forma de jugar viene dictada por un reflejo de “clase”. Cuando nos enteramos de que esta soule se celebra en el condado de Clermont-en-Beauvaisis, comprendemos claramente las implicaciones de esta historia: se trata de los rencores nacidos de la Jacquerie27 y de su represión, que afloran con motivo de una manifestación lúdica».28 En 1836, la soule bretona puede llegar incluso a transformarse en confrontación simbólica y política entre la ciudad, industrial y liberal, y el campo, agrícola y conservador: «A menudo una ciudad entra en liza con una población rural, y en este caso el combate se envenena con todo el odio del campesino hacia el burgués… Es un duelo de creencias, una batalla entre chuanes y republicanos librada con uñas y dientes», refiere Émile Souvestre.29
Las multitudes que se congregaban con motivo de los partidos de fútbol también podían ser exhortadas a la insurrección, sobre todo en la Inglaterra de los siglos xvii y xviii, en pleno periodo de privatización de las propiedades agrícolas, que estaba terminando con el derecho al uso de las tierras. En 1638 se organizó en el condado de Ely, situado en Anglia Oriental, un partido de fútbol con el fin de desbaratar deliberadamente las represas construidas para drenar y transformar en tierras cultivables las marismas comunales (los fens) — obras de drenaje que motivaron protestas populares durante el siglo xvii—.30 En Northamptonshire hay una mención de 1740 a un partido de fútbol que reunió en Kettering a quinientos hombres, que destruyeron un molino privatizado por encargo de lady Betey Jesmaine. Algo similar ocurrió en 1765 en West Haddon, donde los campesinos, disconformes con el vallado de dos mil acres de terrenos comunales, organizaron un encuentro futbolístico in situ, que no fue sino un pretexto para arrancar y luego quemar colectivamente las cercas. Cinco jugadores fueron encarcelados, aunque los organizadores de este partido de fútbol contestatario nunca aparecieron. En Holland Fen, en Lincolnshire, tan solo en el mes de julio de 1768 se cuentan no menos de tres motines futbolísticos en los fens, que congregaron a doscientos hombres y a varias «mujeres insurrectas».31
Estas prácticas populares, denigradas como simple «pasatiempo violento»,32 movilizan el cuerpo convirtiéndolo en herramienta de regulación de tensiones sociales y políticas.33 Como nos recuerda el sociólogo Patrick Vassort, «la soule obedece a una dimensión de conflicto; de conflicto entre generaciones, entre clases, entre órdenes, entre pueblos, entre cantones, entre parroquias. La capacidad de esta práctica para perdurar en el tiempo es una prueba de cuán eficazmente cumplía el papel que se le había adjudicado: el de actuar como justicia popular y creadora inmanente de poderes».34 Sin embargo, debido a los incontrolables desórdenes que generaban, y a su función de «justicia local autogestionada» al margen poder del Estado y del derecho divino, estos juegos de fútbol se granjearon rápidamente las iras de la autoridad.
Entre represión y domesticación
Tras la primera ordenanza contra el fútbol de 1314 por alteración del orden público, podemos encontrar alrededor de una treintena de prohibiciones del esférico en diferentes ciudades y condados de Inglaterra hasta 1615. Y es que la popularidad del folk football va creciendo en el país, sobre todo entre los jóvenes aprendices a los que les gusta medirse con las autoridades locales y que a menudo ocasionan incidentes relacionados con el juego.35 En el condado de Middlesex, por ejemplo, catorce individuos son juzgados en 1576 por haberse «reunido ilegalmente» y haber «jugado a cierto juego prohibido llamado football, a causa del cual hubo entre ellos un gran tumulto capaz de provocar homicidios y graves accidentes». Según el acta del proceso, los acusados jugaron este partido «con malhechores no identificados en número de cien».36 En 1608 y 1609 dos ordenanzas de Mánchester condenan el daño causado por «una reunión de personas viles y desordenadas entregadas en las calles a esta diversión ilegal con una ffotebale», y mencionan el gran número de ventanas rotas en el transcurso de los partidos que se disputaban en la vía pública.37