Una historia popular del fútbol. Mickaël Correia
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En Francia, ya en 1319 Felipe V el Largo había ordenado la prohibición de todos los juegos emparentados con la soule (ludos soularum).39 Carlos V el Sabio tomó una medida similar en 1369,40 argumentando la pretendida vacuidad de dicha práctica. La Iglesia católica se movilizó a su vez: en 1440, el obispo de Tréguier, en Bretaña, expulsó de su diócesis a los jugadores de soule:
Ha llegado a nuestro conocimiento, informados por hombres dignos de crédito, que en algunas parroquias y otros lugares sometidos a nuestra jurisdicción, se practica en días festivos y no festivos, desde hace ya tiempo, cierto juego muy pernicioso y peligroso, con un balón esférico, grande y potente. […] Siendo por esta razón que prohibimos este juego peligroso y escandaloso, y condenamos a la pena de excomunión y a una multa de cien sous41 a los miembros de la diócesis, cualquiera que sea su rango o condición, que tuvieran la audacia o la pretensión de practicar el juego anteriormente mencionado.42
Para la Iglesia, se trata de condenar el libre retozo de los cuerpos en la soule, así como los partidos desenfrenados que asolan cementerios y lugares de culto, y que terminan incluso en borracheras y francachelas colectivas.43 Y si bien se da el caso de que sacerdotes y canónigos se entreguen a veces furiosamente a estos juegos de pelota en el atrio de las iglesias o en los claustros de las abadías, cuando esto ocurre son rápidamente amonestados por las autoridades eclesiásticas —en concreto por el arzobispo de París en 1512—.44 En cuanto a las autoridades civiles, hartas de la efervescencia popular y de los alborotos intempestivos ocasionados por este juego, tratan de prohibir la soule, siguiendo el ejemplo del Parlamento de Bretaña que en 1686 ordena la prohibición de ese «juego maldito» en la totalidad de su jurisdicción.
Del siglo xiv al xviii, las numerosas condenas en contra del balón esférico se inscriben en una tendencia general a la regulación de la violencia en los juegos, íntimamente ligada a la normalización de otras prácticas —alimentarias, sanitarias, sexuales o bélicas—. Para Norbert Elias, esta represión de los juegos populares y, en un sentido global, la generalización del «control de los afectos» en las diferentes esferas sociales de los individuos se hallan íntimamente ligadas a la aparición, ya en el Renacimiento, de una serie de estructuras estatales centralizadas que intentan progresivamente hacerse con el monopolio de la violencia física.45 No obstante, los juegos de pelota se encuentran tan profundamente enraizados en la cultura popular que estas prohibiciones emanadas de un poder vertical, monárquico o eclesiástico, afectan solo muy débilmente a dichas prácticas lúdicas.
En lugar de imponer una prohibición pura y dura, algunos señores y notables procuraron en cambio controlar el esférico con el fin de desvirtuarlo, convirtiéndolo en un instrumento de poder de proximidad, al mismo tiempo que contenían los potenciales desbordamientos inherentes a su práctica. Para estos gentilhombres, semejante apropiación de los juegos del pueblo contribuye a la eclosión o a la consolidación de diversos poderes locales, difícilmente controlables por los Estados de Europa, que en aquella época procuraban centralizarse.46 En Francia, la soule bretona llega a transformarse, a partir del siglo xv, en un derecho feudal, en una obligación de los campesinos para con sus señores. En el municipio de Caden, en el Morbihan, el último casado del año debía al señor de Bléheden «una soule de cuero nuevo, una garrafa de vino y un par de panes». Al día siguiente a la fiesta de Saint-Michel, el señor o su representante lanzaba la soule, y la recién casada «tenía que cantar una canción para bailar mientras se señalaba el inicio del baile con el lanzamiento de dicha soule».47 A cincuenta kilómetros de allí, en Josselin, el último hombre que se casaba hacía la ofrenda de la soule el Martes de Carnaval, junto con dos panes, dos garrafas de vino y dos vasos. Si no se seguía el ceremonial, el infractor era condenado a una multa.48 Tras la prohibición del juego por el Parlamento de Bretaña, varios señores reemplazaron por una ofrenda religiosa la obligación de presentar la soule. Por ejemplo, en 1775, el señor de Cherville-en-Moigné, en la región bretona de Ille-et-Vilaine, exigió recibir el día de Reyes un cirio de media libra en lugar y sustitución «de la soule que desde tiempos inmemoriales había sido costumbre ofrecer a sus antecesores».49
Aunque los juegos de soule perduran mal que bien en el noroeste de Francia hasta el siglo xix, e incluso hasta comienzos del xx, su represión se recrudece. En 1811, tras la muerte de un hombre durante un partido de soule en Corlay, en el departamento de Côtes-d’Armor, el subprefecto eleva al prefecto una queja contra este «juego bárbaro, que una buena administración habría debido prohibir desde hace mucho tiempo. […] Este desorden y esta confusión permiten a menudo la ejecución de actos de venganza y dan lugar a excesos condenables».50 El Segundo Imperio reprime aún con mayor dureza estas prácticas populares. Por ejemplo, en 1857 una orden del prefecto de Morbihan prohíbe el juego en la integralidad del departamento, y la gendarmería montada interviene con frecuencia para interrumpir los partidos de soule improvisados.51 Pero son sobre todo el proceso de individualización de la propiedad agraria y el éxodo rural los que ponen fin a la práctica del juego. La sociabilidad campesina, ligada a la producción agrícola comunitaria, se desmorona a medida que se privatizan las tierras y los pastos colectivos en los que era posible practicar el juego.52 El fin de la soule en Francia marca el ingreso definitivo de las comunidades rurales en la era industrial.
Un fútbol entre rejas
Al otro lado del canal de la Mancha, entre 1642 y 1642, la primera guerra civil inglesa enfrentó a los partidarios del rey Carlos I Estuardo y a los representantes del poder parlamentario, que iniciaron una revolución bajo el estandarte del puritanismo. La decapitación del rey en 1649 y la instauración por Oliver Cromwell de una experiencia «republicana», que tocará a su fin en 1660, puso en riesgo tanto la hegemonía cultural y espiritual de la Iglesia como el movimiento puritano. Las autoridades religiosas pierden el control del pueblo, lo que provoca un cierto «relajamiento de costumbres» y da lugar a una revitalización de las culturas populares rurales y urbanas. Según el análisis del historiador británico Edward P. Thompson:
Las relaciones sociales, las relaciones de ocio, y hasta los propios ritos de paso dejan de estar bajo el control y la dominación del clero. […] En el siglo xviii se produce una ruptura con la Iglesia: aumentan los días festivos, alcanzando los dos o tres por semana. El pueblo se entrega de lleno a ejercicios deportivos violentos, a retozos sexuales, al consumo masivo de alcohol, y todo ello escapa completamente al control del clero o de los puritanos, teniendo como única vigilancia la de los taberneros vendedores de cerveza.53
Aunque una ola de festividades populares recorre el campo británico en los siglos xvii y xviii, estos territorios rurales van a ser sacudidos por un tsunami: los cercamientos. Si exceptuamos los arrendamientos de parcelas y los contratos de aparcería instaurados por los señores sobre sus propias tierras, la producción agrícola de cada aldea reposaba tradicionalmente en la explotación comunitaria y la colectivización de las tierras productoras de cereales y de los terrenos públicos, los commons —principalmente bosques, landas, pastos y marismas—. Pero, a finales de la Edad Media, aparecen en Surrey y Kent los primeros cercamientos, es decir, el cierre con cercas de parcelas agrícolas. Este método permite racionalizar el sistema agrícola: las grandes plantaciones de cereales se transforman en superficies individuales que posteriormente se convierten en terrenos de pasto para ovejas y cultivos de forraje mucho más rentables que el cereal. A partir del siglo xvii, los cercamientos adquieren de forma repentina una gran extensión, llegando a abarcar la cuarta parte de las tierras cultivables del país,54 y convirtiéndose en un instrumento de concentración agrícola al servicio de los propietarios de las tierras. El acaparamiento de las tierras comunales en provecho de la burguesía rural viene de la mano con el aumento del poder político de esta última. En efecto, la revolución puritana británica que derrocó a los Estuardo tuvo como consecuencia el advenimiento, en 1689, de una monarquía constitucional que consolidó el papel de la Cámara de los Comunes. El régimen parlamentario hace todo lo posible por favorecer los intereses de la upper class, fortaleciendo el derecho a la compra y a la propiedad privada. Entre 1727 y 1815,