Una historia popular del fútbol. Mickaël Correia
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El derrumbe de los poderes feudales y eclesiásticos, así como el acaparamiento legal de las tierras, provocarán la eclosión en el campo de una verdadera burguesía agraria: la landed gentry. A partir del siglo xvii, estos propietarios agrícolas, molineros comerciantes y grandes granjeros capitalistas ya no se consideran como recaudadores pasivos de rentas, representantes de una moral a la vieja usanza, forjada en el deber y la abnegación, sino como emprendedores amantes del progreso que promueven la innovación agrícola y exhiben deliberadamente su aplicada búsqueda de beneficios. La hegemonía que esta burguesía ejerce sobre la sociedad rural británica —se estima que en 1688 unas 16 000 familias56 pertenecen a la gentry— proviene de una forma de dominación muy diferente al poder vertical emanado del derecho divino: su poder se manifiesta a través de un control de proximidad de la población, que se traduce esencialmente por una atención paternalista hacia los festejos populares.
En efecto, la landed gentry fomenta la efervescencia festiva de la época, promoviendo juegos y fiestas populares, y regalando premios o un buey para asar en cada evento. Protege los partidos de folk football, y algunos gentlemen incluso se entretienen participando en el juego, simulacro de una burguesía que se acerca al pueblo y que disfruta poniéndose a su nivel. Pero en una sociedad mejor regulada y pacificada gracias al parlamentarismo y a la institución del habeas corpus, que pone fin, a partir de 1679, a las detenciones arbitrarias, la gentry no quiere de prácticas lúdicas sinónimo de desbordamientos subversivos y violencia física.
La privatización de las tierras terminará paulatinamente con los juegos populares de fútbol cuyo campo de juego, extensible, destruye el capital agrícola y amenaza directamente a los intereses económicos de la landed gentry. Al mismo tiempo, en su búsqueda permanente de beneficios, la burguesía agraria extiende los cercamientos al conjunto de terrenos baldíos, bosques y pastos comunales del país. Entre 1760 y 1820, prácticamente la mitad de la superficie de Huntingdonshire, Leicestershire y Northamptonshire experimenta esta brutal concentración parcelaria.57 Numerosos pequeños agricultores, una proporción nada desdeñable de los cuales aún vivía de los derechos de uso de los commons —pastos, leña, recolección y pesca—, sufren una rápida pauperización y se ven abocados al éxodo rural.58 Las comunidades campesinas se desintegran progresivamente y se ven despojadas tanto de sus tierras como de sus juegos de pelota, vaciados de su primitiva función social. A consecuencia de la privatización de las tierras y de su parcelación, se hace imposible convertir el conjunto de los terrenos comunales en campo de juego para entregarse al folk football. La gentry autoriza entonces los juegos de fútbol bajo ciertas condiciones impuestas, practicados por equipos más limitados (una treintena de jugadores), con porterías materializadas, en un campo de juego reducido y dividido en partes equilibradas. Los partidos de fútbol salvajes y provocadores de disturbios son, por su parte, ferozmente reprimidos por los Royal Dragoons, el escuadrón montado del Ejército británico creado en 1674, que acude como refuerzo a petición de la gentry local.59
La monopolización de la violencia por las instituciones centrales, así como el parlamentarismo como forma de gestión del poder, prefiguran el fútbol moderno. Del mismo modo que en la Cámara de los Comunes whigs (liberales) y tories (conservadores) se enfrentan a uno y otro lado de una sala dividida en dos partes equitativas, y se encuentran sometidos a la regulación del presidente de la sesión, el fútbol se juega a partir de ahora en un terreno acotado, con campos simétricos y bajo el control de una autoridad superior.60
A comienzos del siglo xix, el nacimiento en las ciudades inglesas de las primeras fuerzas policiales —en particular los Watch Committees, cuerpos de policía locales creados en 1835—, las restricciones espaciales ligadas a la industrialización galopante del país y el escaso tiempo libre concedido a los obreros de las primeras fábricas marcaron el punto final de las prácticas populares urbanas de folk football. «Los pobres han sido despojados de todos sus juegos, de todos sus pasatiempos, de todos sus festejos», deplora en 1842 un enviado especial del Times a Liverpool. Paralelamente, el Highway Act, votado en 1835, estipula que los juegos de balón están prohibidos en las calles de las ciudades y deben practicarse en el campo, en espacios delimitados para ello. El esférico se adapta penosamente a estas nuevas imposiciones espaciales, y en el medio rural se practica esporádicamente un fútbol en el que dos equipos, con un número similar de jugadores, se enfrentan en un terreno que no supera los cien metros de longitud, con las porterías señaladas por dos estacas separadas por una distancia de tres pies.61 En 1844, un clérigo de Suffolk escribe, a propósito de los campesinos despojados tanto de sus tierras como de sus diversiones: «No tienen prados ni tierras comunales para practicar deportes. Me dijeron que hace treinta años tenían derecho a un campo de juego en un terreno de propiedad privada, durante ciertas épocas del año, y que entonces tenían fama por su fútbol; pero de una forma u otra este derecho se perdió, y ahora el terreno está cultivado…».62
10. Citado en Norbert Elias y Eric Dunning, Sport et civilisation. La violence maîtrisée, Fayard, París, 1994, p. 240.
11. El harpastum podría haber dado origen al calcio fiorentino, juego de pelota practicado en Florencia desde la Edad Media.
12. También se practicaban juegos de pelota en la América precolombina (el tlatchi), en el Japón feudal (el kemari) o en China bajo la dinastía Han (el cuju).
13. Émile Souvestre, Les derniers bretons, vol. 2, 2.ª ed., Charpentier, París, 1836, p. 56.
14. Citado en Ronald Knox y Shane Leslie, The miracles of king Henry VI, Cambridge University Press, Cambridge, 1923.
15. Norbert Elias y Eric Dunning, o. cit.
16. Nicolas Bancel y Jean-Marc Gayman, Du guerrier à l’athlète: éléments d’histoire des pratiques corporelles, puf, París, 2002.
17. Charles Gondouin y Jordan, Le football: rugby, américain, association, Pierre Lafitte & Cie, París, 1914, p. 273.
18. No obstante, a veces algunos relatos tardíos hacen referencia a la regla del bann, que protegía al portador de la soule.
19. Nicolas Bancel y Jean-Marc Gayman, o. cit.
20. Louis Gougaud, «La soule en Bretagne et les jeux similaires du Cornwall et du pays de Galles», Annales de Bretagne, vol. 27, n.º 4, 1911.
21. Nicolas Bancel y Jean-Marc Gayman, o. cit.
22. Michel Pitre-Chevalier, La Bretagne ancienne, Didier, París, 1859, p. 552.
23. Patrick Vassort, Football et politique. Sociologie historique d’une domination, Les Éditions de la Passion, París, 1999.
24. Siméon Luce, La France pendant la guerre de Cent Ans, Hachette, París, 1890.