Una historia popular del fútbol. Mickaël Correia
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En algunas de estas instituciones aristocráticas los valores inculcados a la futura élite del reino eran, como poco, feudales: el coraje, la lealtad, la resistencia al dolor eran las principales obsesiones moralizadoras de los educadores.67 Y aunque las autoridades escolares usaban y abusaban de flagelaciones y otros castigos corporales para con los internos, tenían grandes dificultades para mantener el orden en sus establecimientos. En efecto, las relaciones de dominación estaban estructuradas más por la edad y la antigüedad de los alumnos —los de más edad, los seniors, hacían sufrir los peores ultrajes a los más jóvenes, los fags— que por la autoridad del cuerpo docente sobre los estudiantes. Y de hecho los alumnos practicaban cada año el barring out, un ritual de derrocamiento en el que ocupaban los edificios, a veces durante varios días, resistiendo violentamente a los profesores que se esforzaban por penetrar en el recinto. Con frecuencia los intentos infructuosos de restablecer a golpe de látigo el orden y la disciplina en las public schools se saldaban con la sublevación de los jóvenes pensionistas hasta que sus reivindicaciones eran aceptadas.
Cuando no se entregaban a sus actividades académico-sediciosas, los alumnos consagraban una gran parte de su tiempo libre a diferentes variedades de folk football, inspiradas directamente en los juegos de pelota de origen popular. Cada public school practicaba su propia variedad de fútbol, desde al menos 1747 en Eton y 1749 en Westminster.68 Algunos juegos consistían en hacer circular la pelota entre jugadores del mismo equipo hasta la portería, como en Rugby a partir de 1823, así como en Marlborough y Cheltenham. Otros, calificados como dribbling game y practicados en Eton, Westminster, Charterhouse y Shrewsbury, se reducían a patear con fuerza el balón hasta el territorio del equipo rival.
En Eton los alumnos practicaban regularmente el field game, en el que se enfrentaban dos equipos a los que no les estaba permitido tocar la pelota con la mano. El fútbol de Charterhouse se jugaba dentro del claustro del monasterio cartujo del colegio. La exigüidad del espacio obligaba a los jugadores a practicar el dribbling game, aunque el juego no estaba exento de furiosas refriegas en las que podían intervenir hasta sesenta alumnos.69 En Harrow los equipos se enfrentaban en un gran terreno embarrado que se inundaba regularmente, lo que obligaba a los jugadores a estar siempre en movimiento y a realizar pases largos. El fútbol de Winchester, por su parte, tenía la reputación de ser particularmente violento, resultando con frecuencia los jóvenes gentlemen heridos de gravedad. Por último, en ocasiones los alumnos no dudaban en medirse con otros jóvenes de condición más modesta. Los de Harrow disfrutaban enfrentándose con los zapadores que construían las líneas del ferrocarril, mientras que los futbolistas de Eton medían a menudo sus fuerzas contra los ayudantes de carnicero de Windsor.
Contrariadas por la violencia de estos partidos de fútbol, válvula de escape de toda aquella juventud pudiente y reflejo de la rígida jerarquía social entre seniors y fags, las autoridades académicas intentaron, a menudo sin éxito, prohibir los partidos que organizaban los alumnos. El wall game, un fútbol ritual que enfrentaba a dos categorías de alumnos de Eton, pensionistas y externos, estuvo prohibido entre 1827 y 1836 en razón de su brutalidad y del espíritu de división que fomentaba entre los estudiantes. Por su parte, Samuel Butler, director de la public school de Shrewsbury de 1798 a 1836, condenó el fútbol, que, según él, resultaba «más adecuado para granjeros y trabajadores manuales que para jóvenes gentlemen».70
Formar a los gentlemen
La llegada de la revolución industrial obligó no obstante a las public schools a adoptar un nuevo sistema pedagógico, con el fin de formar gentlemen capacitados para tomar las riendas del capitalismo industrial y colonial británico en pleno auge. La indisciplina que reinaba en los establecimientos escolares, el estilo de vida impregnado por la violencia cotidiana de los alumnos y sus repetidas rebeliones eran incompatibles con las necesidades sociales y económicas que demandaba la naciente sociedad victoriana.
A partir de 1830, el reverendo Thomas Arnold, headmaster del colegio de Rugby entre 1828 y 1842, da inicio a un profundo movimiento de reforma moral. Arnold, al igual que toda una nueva generación de directores y profesores, es un fervoroso discípulo de los Muscular Christians, sociedad fundada por un canónigo anglicano poco después de la batalla de Waterloo en 1815.71 Inspirados por la buena reputación de la gimnasia alemana tras los éxitos militares prusianos en las guerras napoleónicas, los Muscular Christians teorizan sobre los beneficios pedagógicos y morales del ejercicio físico. Apoyado por una amplia cohorte de reformistas, como Benjamin Hall Kennedy, headmaster de Shrewsbury entre 1836 y 1865, Thomas Arnold aspira a purgar los colegios de sus tradiciones más arcaicas72 e instaura un riguroso sistema pedagógico, orientado hacia la moral cristiana y el saber, el godliness and good learning —«devoción y buenas enseñanzas»—. Arnold abre además las puertas de su establecimiento a los hijos de la burguesía mercantil que, junto a los jóvenes aristócratas, están destinados a dirigir la revolución industrial en curso.
Como los Muscular Christians consideraban la actividad física como una fuente de disciplina y de templanza, la corriente pedagógica pilotada por Thomas Arnold vuelve sus ojos hacia los juegos que los alumnos practican por iniciativa propia. Preocupados por la violencia de estos esparcimientos lúdicos, los reformistas de las public schools y los educadores formados por Arnold deciden, en lugar de esforzarse en vano por prohibir los partidos de fútbol, integrarlos plenamente en el programa académico. En un principio dejan que los seniors organicen ellos mismos sus partidos, legitimando de esta forma la práctica escolar del fútbol. Pero muy pronto los partidarios de la pedagogía disciplinaria de los Muscular Christians instrumentalizan la principal fuente de desórdenes y violencia de los establecimientos escolares para convertirla en una herramienta de control de los alumnos. Impulsados por el oportunismo pedagógico, los educadores reformistas descubren en estos juegos una nueva práctica física que puede ser codificada con el fin de disciplinar mejor a los alumnos e inscribir en sus cuerpos los principios de la ley.73 «Prefiero que mis alumnos practiquen vigorosamente el fútbol a que empleen sus momentos de ocio en beber, emborracharse o pelearse en las tabernas de la ciudad —declara Thomas Arnold—. El deporte es un elixir de inmortalidad y una terapia contra la indisciplina».74
Las primeras reglas del juego del fútbol, destinadas a atenuar la brutalidad endémica de esta práctica lúdica, se oficializan alrededor de 1840. El terreno en el que los alumnos se entregan a los goces del esférico influye grandemente en su rigurosa codificación. En Rugby, donde se juega sobre suelo blando, se oficializa en 1846 un juego con 37 reglas que permite coger el balón con la mano —el handling—. Los suelos duros de Eton favorecen el desarrollo del dribbling game, en cambio el uso de las manos, ya sea para coger la pelota o para detener al adversario, queda prohibido en 1849. En cuanto a la Westminster School, ya en 1854 instituye las primeras actas de los partidos.75 El fútbol no tarda en ocupar un lugar preponderante en la vida estudiantil de las public schools y se convierte en la actividad física del invierno, ya que al críquet solo se jugaba en verano. En su novela autobiográfica Tom Brown’s school days, publicada en 1857, el antiguo school boy Thomas Hughes ya describe cómo su vida académica transcurre en los campos de juego de Rugby, donde se consagra con tesón al equipo de fútbol de su colegio, con el fin de atajar el acoso de un alumno mayor y más fuerte que él.
El fútbol de las public schools se ve progresivamente adornado por todas las virtudes pedagógicas. La práctica del esférico, en un espacio específicamente destinado a ello por la escuela y respetando unas reglas sancionadas por las autoridades educativas, podía ocupar buena parte del tiempo libre de los alumnos, alejándolos así de cualquier tentación de motín. Asimismo, forjaba el carácter de los hombres imprescindibles para el desarrollo del Imperio británico y su triunfante industria,