Ciudadanía global en el siglo XXI. Rafael Díaz-Salazar

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Ciudadanía global en el siglo XXI - Rafael Díaz-Salazar Biblioteca Innovación Educativa

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supraestatal. La consecución de una ciudadanía cosmopolita exige, en lo que se refiere a los derechos políticos, democratizar el “espacio global”, y en lo que se refiere a los derechos sociales, dotar a la justicia de una dimensión planetaria. La seguridad debe abordarse como un bien público global que ha de ser garantizado por las instituciones en el ámbito local y nacional e ir a las raíces de la violencia, superando los enfoques punitivos o de mano dura, que en algunas sociedades han generado más violencia y han convertido las cárceles en escuelas de violencia que niegan el futuro a los miles de jóvenes privados de libertad (Mesa, 2016, 351-359).

      El estatus de ciudadanía se constituye como un elemento unificador e integrador de la sociedad. No es solo un estatus que reconoce unos derechos políticos, sino también un proceso y una práctica por los que la ciudadanía comparte unos valores y normas de comportamiento que posibilitan la convivencia y los dota de una identidad colectiva, en este caso una identidad colectiva global. Se trata de convertirse en ciudadano/a del mundo sin perder las raíces propias y de participar activamente en la vida de la nación y en el entorno local.

      Desde el punto de vista educativo, esto plantea extraordinarios retos en el ámbito de los derechos humanos y de la construcción de la paz. Por una parte, las personas deben estar informadas sobre sus derechos, pero además han de tomar conciencia crítica de la situación, de las dinámicas sociales, económicas y políticas que explican por qué esos derechos no se materializan para una parte de la población, generando exclusión y marginación y negando el acceso a la satisfacción de las necesidades básicas. Por otra, ejercer la ciudadanía global supone una apuesta por la transformación pacífica de los conflictos, buscando respuestas dialogadas a los intereses contrapuestos, reduciendo la polarización y el enfrentamiento y construyendo escenarios de futuro que incluyan a los adversarios y que estén basados en dinámicas “ganar-ganar”.

      Esto requiere de una educación orientada a favorecer la comprensión del conflicto como un elemento constitutivo de la sociedad y al análisis de las raíces de la violencia —directa, estructural y cultural— a partir de enfoques globalizadores que permitan interrelacionar la dimensión local con la global en los diferentes niveles de intervención. El análisis de los conflictos es uno de los ejes claves para entender el mundo en el que vivimos y tiene un gran potencial educativo, tanto en el ámbito de los conocimientos, como en el de las capacidades y valores.

      Los conflictos son complejos, tanto en sus causas como en sus consecuencias, y hay que tener en cuenta muchos factores y variables para su comprensión. Ello requiere de análisis multicausales y de la utilización de enfoques multidisciplinares que faciliten el aprendizaje. Se trata de analizar los factores que en situaciones de conflictividad refuerzan la tendencia al uso de la fuerza como algo normal o inevitable y que están relacionados con frustraciones, las polarizaciones crecientes, las malas percepciones y la incomunicación. Con frecuencia se construyen imágenes del enemigo y estereotipos que perpetúan el conflicto.

      Esta situación es abordada desde la educación para la paz y desde la ciudadanía global a partir de la adquisición de capacidades y competencias que permitan analizar los prejuicios y estereotipos en los conflictos, así como descodificar las imágenes y mensajes que demonizan al enemigo y reducen la situación a una ecuación de buenos y malos, o de vencedores y vencidos. Supone desarrollar capacidades analíticas para regular el conflicto desde el diálogo, la escucha, la empatía. Esta propuesta se sustenta en la visión de que tanto la violencia como la construcción de la paz son opciones que eligen las personas ante situaciones de conflictividad: “la mano puede utilizarse para acariciar o para golpear” y en el día a día los seres humanos elegimos como actuar. Desde la educación podemos desarrollar capacidades para “hacer las paces”. Como señala el pedagogo Bruno Betelheim "la violencia es el comportamiento de alguien incapaz de imaginar otra solución a un problema que lo atormenta”.

      Y algunos autores, como Jean Paul Lederach proponen el concepto de “imaginación moral” para abordar las situaciones de violencia en las que no se vislumbra una salida. Este autor propone desarrollar la capacidad de percibir acciones más allá de la violencia, la necesidad de un acto creativo, capaz de dar a luz algo nuevo, que por su propia existencia provoca cambios en nuestro mundo y en la forma como lo observamos (Lederach, 2007).

      La educación para la paz y la ciudadanía global ha de ser un esfuerzo por consolidar una nueva manera de ver, entender y vivir el mundo, empezando por el propio ser y continuando con los demás, de manera horizontal, formando red, dando confianza, seguridad y autoridad a las personas y a las sociedades, intercambiándose mutuamente, superando desconfianzas, ayudando a movilizarlas y a superar sus diferencias, asomándose a la realidad del mundo para alcanzar una perspectiva global que, después, pueda ser compartida por el mayor número de personas posible (Fisas, 1998).

      Esto requiere modificar la forma de concebir el conocimiento. En un mundo caracterizado por su complejidad, la rapidez de los cambios y la imprevisibilidad es muy importante superar la compartimentalización del conocimiento en áreas estanco —matemáticas, sociales, lengua, etc.— para abordarlo de manera global. La escuela debe proporcionar las categorías conceptuales que permitan seleccionar, organizar y valorar las distintas fuentes de información. Debe fomentar una forma de pensar a escala planetaria. Se trata de entender el conocimiento en un sentido amplio que incluya la capacidad de valorar la realidad local-global y aquellos aspectos más relevantes que afectan a la existencia humana. La educación debe promover la toma de conciencia de que se vive en un mundo interrelacionado cuyo dinamismo no puede aprehenderse de forma local, sino como un sistema global de conocimientos, aptitudes y valores en cambio constante. Esto supone redefinir los contenidos de manera que posibiliten la comprensión crítica del fenómeno de la globalización y de la violencia. En segundo lugar, reafirmar el vínculo entre paz, desarrollo, justicia y equidad a nivel local y global (Fien, 1991).

      Desde el punto de vista metodológico, se utilizan enfoques que promuevan una visión global y la capacidad para establecer conexiones e interrelaciones entre lo local y lo global. Procedimientos que potencien la capacidad para el encuentro y la aceptación de la diversidad, el respeto por el medioambiente; que incorporen la perspectiva de género y la transformación pacífica de los conflictos. Los métodos han de ser coherentes con los contenidos y valores que se proponen y, por ello, han de ser horizontales, participativos e incluyentes.

      En el ámbito de los valores y actitudes, se trata de impulsar el sentido de la ciudadanía global, la igualdad de derechos, el respeto, la tolerancia y la apreciación de la diversidad, en definitiva aquellos valores relacionados con la responsabilidad global.

      Por último, tiene que ser una educación orientada a la acción en estrecha relación con las ONG, con los movimientos sociales y con las organizaciones de la sociedad civil que integran redes internacionales y que promueven una creciente conciencia de “ciudadanía global” y, a partir de ella, definen pautas de participación y acción ciudadana frente a estas dinámicas. Existen múltiples iniciativas ciudadanas que se están desarrollando en todo el mundo, desde el pacifismo, el feminismo, la ecología y los derechos humanos.

      Educar las capacidades para la paz y la no violencia

      En tiempos de globalización, la educación para la paz, la no violencia y la ciudadanía global se convierte en un poderoso instrumento de transformación social que afecta a las instituciones sociales, estatales y también en el plano internacional, y que permite avanzar hacia la resolución pacífica de los conflictos.

      En el plano social, formado por las personas, grupos y comunidades, el papel de la educación es primordial en la promoción de una cultura de paz. La educación juega un papel relevante como una educación para el conflicto, para la solidaridad y la ciudadanía global, en la que la incorporación de estas cuestiones es primordial, que no se reduce solo al ámbito escolar, sino que se extiende a otros ámbitos de formación. Se trata de profundizar en las capacidades para la paz. Incluso durante la guerra hay elementos que

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