De caperucita a loba en solo seis tíos. Marta González De Vega
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LUIS PIEDRAHITA
¡Bienvenida!
¿Cómo estás? Espero que hundida, deprimida, hastiada y acongojada.
¿¿Sí?? ¡¿De verdad?! No sabes la alegría que me das. Porque solo cuando uno llega al límite de la desesperación y del hartazgo existencial está realmente dispuesto a cambiar el chip.
Voy a contarte cómo llegué yo a ese límite. La primera vez que me enamoré, él no me correspondió. Por lógica, en la siguiente ocasión me tocaba que sí, ¿verdad? Pues no. Fue otra vez que no. Me dirás que a la siguiente… ¡Ja, qué risa! Cuando yo era la nueva querían a la ex; cuando era la ex querían a la nueva; cuando era la opción más práctica escogían la difícil; cuando era la difícil, escogían la práctica.
Probé con hombres con los que era imposible que fuera que no, y por supuesto fue que no, y luego, por si la vida me compensaba, probé situaciones en que era imposible que fuera que sí, ¡y, efectivamente, oye, fue otra vez que no!
Los acontecimientos siempre se confabulaban contra mí. Fuera esto lo más fácil o lo más difícil, fuera lo más lógico o lo más ilógico. La única regla que cumplían era no resolverse nunca a mi favor.
Y en medio de todo esto mi madre empeñada:
—El problema es que se asustan porque vales demasiado.
Que yo se lo agradezco, pero me daban unas ganas de darle una hos… ¡En fin! Que después de años llorando y pataleando me planté y decidí agarrar el rábano por las hojas. ¡Pero literalmente! Me fui a la nevera, agarré un rábano y me monté la escena de Escarlata O’Hara:
—¡¡A Dios pongo por testigo… de que jamás volveré a besar hombre!!
Y cuando estaba con el rábano en todo lo alto mirando al cielo, convencida de que no había ni un hombre bueno, de pronto apareció… ¡otro cabronazo para confirmarlo!
¡¿Y ahora?! ¿Ahora qué hacía? Si ya había llegado al techo del drama. ¿Dónde me metía el rábano?
Ahí ya me entró la risa floja de la desesperación, la que te entra cuando te das cuenta de que no tienes escapatoria de tu propio patetismo, miré al cielo y le dije a la vida:
—¡¡Bueno, mira, tía, ya… ¿Estás de coña?!! ¿Tú de qué vas?
Y ahí es cuando la vida me miró y me dijo:
—Hombre, ya era hora de que preguntaras… Porque de eso voy exactamente. ¡De coña!
¡Y bienvenido!
Sí, hombre que estás leyendo este libro, tú también eres bienvenido. No creas que vas a asistir a una especie de aquelarre. Es cierto que voy a cebarme un poco en las especificidades propias de vuestro sexo, que tanto nos amargan la vida, pero también vamos a darnos mucha caña a nosotras mismas y, por lo tanto, a daros la razón en muchas cosas. ¿A que eso no te lo imaginabas? Pues espera y leerás.
Descubrirás que este libro es para todos los sexos. Y es que si algo me ha quedado claro y demostraré con evidencias neurocientíficas, es que esto no va de unos contra otros. Que en el amor hay dos grupos, sí, pero que son mixtos. Lo que realmente distingue a los dos grupos es: que estemos enamorados o que no lo estemos. Porque cuando lo estamos nos comportamos todos igual: hombres, mujeres, homos o heteros… Da igual. Cuando estamos enamorados somos patéticos. De modo que TODOS necesitamos convertirnos en LOBAS.
Yo voy a hablar en femenino todo el tiempo, pero siéntete completamente incluido cuando te veas reflejado como protagonista de las situaciones patéticas que vas a leer. Es decir, cuando te hayas enamorado.
Eso sí, no os engañéis ni vosotros ni vosotras. Cuando acabéis de leer este libro, seguiréis siendo patéticos, pero habréis aprendido a reíros de ello y ese es el auténtico superpoder de la loba. Porque cualquier cosa de la que consigues reírte, ya la has vencido.
Aclararte además que cuando hablo del proceso en «solo seis tíos», no pretendo clasificar a los hombres, simplificando su personalidad. Me refiero a seis actitudes que nos solemos encontrar en el amor, de modo que podrás descubrirte a ti mismo siendo o habiendo sido varios de esos «tíos». Quizás para tu ex hayas sido el tío número cuatro y ahora estés siendo con otra el tío número dos. Cuando acabes el libro dirás: «Ah, pues reconozco que he sido el uno, el cuatro y el seis». O «el tres y el cuatro», o «el uno y el dos». Pero incluso habrá ocasiones en las que dirás: «No, qué narices, ¡yo soy la tía!».
Así que este libro también es para ti. De hecho, si me apuras, yo diría que es más para tíos que para tías, porque vas a descubrir un montón de secretos de la mente femenina que hasta hoy te eran completamente inescrutables.
1
El proceso
¿QUÉ ES UNA LOBA?
Empezaré por decirte lo que no es. Como ya habrás imaginado, y siento decepcionarte, una loba no es una devorahombres. Si esto es lo que esperabas al adquirir este libro, ¡los cojones 33! Que bonita expresión, ¿verdad? Los cojones 33. Es como una dirección… Es como mandarte a la mierda, pero concretando. Para que no te pierdas… Bueno, que me pierdo yo. A lo que íbamos.
Una loba es una mujer de la que nadie se puede reír más fuerte que ella misma. Y dirás: ¿Ya está? Sí, ya está. Pero es que si te paras a analizarlo un instante te darás cuenta de que este es el mayor superpoder que existe. Piénsalo. Si nadie se puede reír de ti más fuerte que tú, nadie te podrá hacer daño ¡con nada!
El hecho de que te rías de ti misma más fuerte que nadie anula cualquier posibilidad de que te sientas ridícula y por lo tanto tendrás la libertad de actuar como te dé la gana. Cuando estás preparada para reírte de cualquier cosa que te ocurra, no le tienes miedo a nada, y por eso puedes tomar las riendas de tu vida. Una loba puede irse tranquilamente al primer tío que le guste y decirle:
—Oye, tú me gustas. ¿Yo te gusto a ti?
Y si él le dice:
—No.
Le contesta:
—No pasa nada. No voy a juzgarte por no tener gusto cuando es evidente que yo tampoco lo tengo.
Una loba sabe lo que quiere, y puede exigirlo porque sabe lo que vale.
Yo, desde que me convertí en loba, no paso una. No hace mucho conocí a un tío maravilloso, guapo, alto, simpático, pero que tenía un pequeño defecto, y llámame tiquismiquis, pero solo por eso… ains, ya no podía estar con él. ¿Cuál? Que pasaba de mí.
¿Te ríes? Pues cuando somos caperucitas ese defecto no nos supone ningún impedimento. Si tú te empeñas en casarte con él, te da igual lo que te cuente:
—Verás, es que soy gay.
—¿Y qué problema hay? Los gays se pueden casar.