De caperucita a loba en solo seis tíos. Marta González De Vega

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De caperucita a loba en solo seis tíos - Marta González De Vega Harpercollins Nf

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que no. Solo para las caperucitas la vida es como en las películas. Y de esa ingenuidad provienen todos sus problemas. Creen que las decisiones que adopten tendrán consecuencias inmediatas. Que si dejan a un chico para que reaccione, este volverá a buscarlas en la escena siguiente. No se dan cuenta de que en la película, a pie de pantalla, aparece el subtítulo de «seis meses después».

      ¡En la vida real los subtítulos hay que vivirlos! En la vida real la escena en la que esperas su retorno inflándote a helado dura todos esos meses. Prueba a pasártelos así en la vida real, ya verás cuando vuelva a por ti lo hermosa que te has puesto…

      Cameron Díaz sigue divina cuando regresa el chico porque ha rodado todo el proceso en diez minutos. Lo único que ha hecho es cambiar diez veces de postura en el sofá para reflejar la evolución de su drama mientras le llenaban el decorado de cajas de pizza y tarrinas de helado vacías. ¡Cameron ni siquiera se ha comido el helado de verdad! Ni el helado, ni las pizzas, ni siquiera la ensaladita que le hizo su madre antes de salir de casa:

      —Pa que comas algo en el plató cuando cortéis, hija, que estás famélica.

      Por eso, cuando el chico toca el timbre «seis meses después», ella, si me apuras, está más flaca que antes. Por no hablar de ese look desaliñado, pero sexi… ¡que tú también tendrías si justo antes de abrir la puerta hubiera venido la de maquillaje a comprobar que la mancha de chocolate de la camiseta es exactamente del marrón de tus ojos, y que el flequillo te cae exactamente dos centímetros por encima del ojo izquierdo formando un ángulo de cuarenta y cinco grados con la pinza que te sujeta el pelo!

      Por supuesto, nada de esto tiene que ver con la vida real. Así que deja de zampar helado y de cambiar de postura en el sofá de forma frenética como una poseída mientras controlas la puerta con el rabillo del ojo a ver si vuelve.

      Porque efectivamente…

      LA VIDA NO ES COMO EN LAS PELÍCULAS…

      ¡ES COMO EN LAS SERIES!

      ¡Esa sí es una comparación válida! En la vida, como en las series, el chico no reaparece hasta muchos capítulos más tarde o incluso temporadas después. Es más, a lo mejor te sorprende esto que te digo, ¡pero puede que ni vuelva! La mayoría de las veces resultará que ese que tú creías el amor de tu vida solo estaba contratado por un episodio.

      Una serie sí es un referente interesante de lo que puede ser una vida. Y lo que yo te propongo es que conviertas la serie de tu vida en una sitcom. ¿Sabes esas comedias de situación con risas enlatadas, que cuanto más absurdo es lo que ocurre, más risas se oyen? Pues convertirte al humor consiste en traer esas risas a tu cabeza en la vida real. Que a partir de ahora cada vez que te pase una cosa muy ridícula, en vez de decir: «¡Soy patética!» Digas: «¡CAPITULAZO!».

      ¡Claro! Es empezar a pensar como los cantautores, que como usan sus experiencias para componer canciones, cada vez que les pasa una desgracia les viene genial. ¡Cada vez que a Alex Ubago le deja la novia… se frota las manos!

      Puede que te parezca muy difícil adquirir esta actitud, pero enseguida te voy a explicar el método. De momento ve abriendo tu mente a lo maravilloso que sería conseguirlo.

      Lógicamente requiere entrenamiento (que es lo que vamos a hacer a lo largo del libro), hasta que la técnica esté completamente dominada. Y al principio cuesta. De entrada solo eres una caperucita decidida a afrontar las cosas de otra manera. Recuerdo mi primera anécdota después de decidir convertirme al humor. Fue realmente patética, lo cual era genial desde esta nueva perspectiva, porque se trataba de un Capitulazo digno de ganar el Premio Grammy a la Mejor Comedia.

      Os lo contaría, pero es un episodio demasiado sexual y me da vergüenza que lo lean mis padres.

      Uff, es que he estado con cada uno… Y con cada dos… Bueno, con dos a la vez solo en una ocasión, por probar, que le dije a mi novio:

      —Cariño, me gustaría hacer un trío.

      Y, para mi sorpresa, él me respondió:

      —Me parece bien.

      Flipé:

      —¿En serio? ¡Gracias, cielo; qué comprensivo! Vuelvo en cuanto acabe.

      Nota para mi madre: Tranquila, mamá, que esto era un chiste. Nunca he hecho un trío… sin contar con mi novio.

      Me gusta reírme de mi madre, pero ella siempre ríe la última. ¿Sabes lo que estará pensando en este momento?: «¿Novio, tú? Eso sí que es un chiste». Sí, la misma madre que te dice que no te echas novio porque eres demasiado buena para ellos luego te dice esto. Son seres contradictorios. Lo mismo te dice:

      —Cariño, pareces una cría de veinte años, no se puede estar más guapa ni más joven.

      Que cuando, al minuto siguiente, le dices tú:

      —Me voy a dormir que se me caen los párpados.

      Contestarte:

      —Eh, mira, no te lo quería decir, pero ya que lo dices… Sí, se te están cayendo un poquito, pero para eso hay una operación muy sencilla que te cortan un poquito de piel y…

      En fin… Ahora, en lo de mis novios tiene razón. Casi nunca he tenido uno y desde luego nunca he hecho un trío. ¡Me cuesta pillar a un tío como para conseguir a dos!

      ¡Pero no estábamos hablando de mi madre, que me liáis! Hablábamos de mi primera experiencia patética después de decidir convertirme al humor y entrenarme para loba. Mamá, lo siento, pero lo voy a contar. Si no quieres leer cosas sexuales, pasa la página.

      El que voy a relataros fue mi primer capítulo como protagonista de mi propia sitcom. Podemos titularlo: «El día que me di cuenta de que hay que hacerlo siempre con la luz encendida».

      Había quedado con… Vamos a llamarle Carlos. Por no llamarle como se merece. Aquella iba a ser la noche… Llevábamos viéndonos varios días, pero yo había decidido que si mi vida iba a ser como una comedia tenía que ser de las buenas, de las americanas. Así que nada de sexo hasta la tercera cita.

      Esto, para una española media es muy duro, ¿eh? Yo me hubiera liado con él en la primera cita…, pero en la primera cita que saliera de su boca:

      —Parece que hace buena noche.

      ¡A la cama!

      Igual como cita no te parece muy lúcida, pero tú la entrecomillas y le pones al lado que es de Paulo Coelho y lo petas en el Facebook.

      El caso es que me aguanté como una campeona hasta el tercer encuentro. Cuando llegó el día ya no podía más, pero, claro, en estos casos, el tío no puede notar que tienes más ganas que él porque entonces pierdes todo el halo de control y misterio que has ganado con la contención.

      No puedes comportarte como en los bufés libres, en plan desesperada que no ha comido en un mes. Tienes que guardar las formas y empezar a servirte poquito a poco. Que si un besito en los labios, que si otro en el cuello… Además, notas que esto le pone mucho, porque no para de bufar como un toro, así que sigues: un besito en el pecho, otro en la barriga… y él, bufa que te bufa. Para cuando vas a atacar el plato principal está tan en tensión que ya ni siquiera resopla. No emite sonido. Así que le preguntas coqueta:

      —¿Qué

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