De caperucita a loba en solo seis tíos. Marta González De Vega
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—«Ay, me caí del guindo».
¡Pues no te subas! ¡Que te subes sola!
Si llevo un rato diciéndotelo: ¡Bájate del guindo, que te vas a caer!
Yo entiendo que como caperucita es muy duro observar la realidad porque para ti es un drama, pero ahora que vas a descubrir que es una comedia ya no tienes que subirte a ningún guindo. Así que repite conmigo…
* * *
¡NO VUELVO A SUBIRME A UN GUINDO!
Te lo repito para que te cale: La mayoría de las veces nos subimos al guindo solas. ¡Nos encaramamos! ¡Trepamos guindo arriba, como posesas, víctimas de nuestras hormonas dislocadas!
Hubo un tiempo en que yo hubiera podido cruzar la Península Ibérica saltando de guindo en guindo. Hasta que un día me di un hostión, y por eso estoy aquí, para evitar que os lo deis vosotras.
Sí, ya lo sé. Tú no eres de esas… Tú no eres de las que se sube al guindo porque sí…, porque se invente las cosas. ¡Es que hay tíos que venden películas que luego no son!
Es posible que esto sea así con un perfil de tío, del cual hablaremos luego, pero reconóceme, caperucita querida, que tu tendencia natural es aplicar la máxima «el que calla otorga» e interpretar sus silencios como pistoletazos de salida para trepar por el guindo. ¡¿Y sabes cuál es el colmo de los colmos?!
¡Que una vez llegamos a lo alto del guindo aprovechamos el viaje para pedirle las peras al olmo!
Se acabó ese mundo ilusorio en el que has estado hasta ahora. No necesitas vivir de fantasías para ser feliz a ratos, entre hostión y hostión.
REPITO: ¡Deja de subirte a los guindos y de hablar con los olmos! ¡Ni para pedirles peras ni para nada!
Y lo peor del caso es que tus amigas en vez de poner cordura y decirte lo que te he dicho yo:
—No te subas al guindo que te vas a caer…
¡Te animan!
—¡¡Venga, sí, trepa, que tú puedes!!
Ya está bien. Tenemos que espabilar.
El problema es que en vez de zarandearnos las unas a las otras para despertarnos… ¡nos cantamos nanas!
Véase un ejemplo: «Tía, yo creo que el tío te ha dejado porque le gustas tanto… que le da miedo».
Pero vamos a ver… ¡¿Tú alguna vez le has visto dejarse un chuletón a la mitad porque le estaba gustando tanto que le daba miedo?!
El autoengaño es algo que llevamos dentro. Como el colesterol. Solo que se combate justo al revés: ¡echándole huevos!
3
Método: dar cera, pulir cera
¿Que qué es eso de «Dar cera, pulir cera»? ¿Perdona? Si eres tan joven como para no haber visto la película Karate kid, ¿qué haces saliendo con hombres? De hecho, ¿qué haces despierta a estas horas? ¡Tendrías que estar ya en la cama! Sí, vale, no sé a qué hora estás leyendo esto, ¡pero me da igual! Si eres tan pequeña tendrías que estar durmiendo a todas horas.
En fin, te voy a resumir rápidamente en qué consiste el método para que no pierdas el hilo del libro, pero que sepas que no pienso hacer más concesiones. Sí eres tan cría que te pierdes, te aguantas. A cambio sigues teniendo el culo duro.
La verdad es que manda narices. Perder mis mejores años en acumular toda esta sabiduría para ahora pasársela a una tía que está más buena que yo. Esto no me renta…
Bueno, atiende. Daniel era un chico que quería aprender karate, y su profesor, el señor Miyagi, en vez de enseñarle le tuvo dos meses limpiando coches. Con un movimiento semicircular de la mano derecha daba cera y con un movimiento igual de la mano izquierda, pulía la cera –de ahí lo de «dar cera, pulir cera»–. El chico estaba desesperado de que su entrenamiento no empezara nunca, pero cuando su profesor le puso a prueba descubrió para su asombro que con el dominio de esos dos movimientos que aparentemente no tenían nada que ver con el karate había aprendido a parar casi todos los golpes.
Pues eso es lo que va a pasar al final de nuestro proceso. Vamos a reírnos de todos nuestros patetismos, de todos nuestros miedos y, solo con eso, al final, comprobarás que los has vencido. Que te has convertido en una loba.
Claro que habrá momentos en que dirás: No, no, me quito. Me quito del amor. Esto no compensa. Pero no, no te puedes quitar, porque la única manera de aprender a manejar las emociones es exponerse, no queda otra. ¿Que quién me lo ha dicho?
PUNSET, MI SEÑOR MIYAGI
Sí. A lo largo de mi proceso de caperucita a loba, Punset, a través de sus libros, ha sido mi señor Miyagi.
Yo sabía adónde quería llegar: a reírme de todo. Pero pronto me di cuenta de que eso era imposible sin saber manejar mis emociones. Gracias a Punset me hice consciente de ellas, primer paso para controlarlas, y luego aprendí a usarlas. Cuántas veces no habremos deseado dejar de tener emociones para no sufrir tanto… y ser capaces de ser más frías.
Y es que ya lo hablamos antes. Lo primero que hace un superhéroe antes de aprender a usar sus poderes, es intentar desprenderse de ellos, porque le superan.
Pero Punset lo dice en su libro El viaje al amor: «Si seguimos teniendo emociones es porque nos ayudan a sobrevivir. Si no en el curso de la evolución ya habrían desaparecido».
Las emociones no desaparecen porque son necesarias para la supervivencia. Interesante… ¿Sabéis lo que no hace ninguna falta, por lo visto, a estas alturas de la evolución? Los dedos de los pies. Sí. Por lo visto, los dedos de los pies tienen los días contados. Esto no me lo dijo Punset, sino una profesora de ciencias en el colegio: que la tendencia evolutiva es que al ser humano se le acaben pegando los dedos de los pies porque ya no nos hacen ningún servicio por separado. Oye, me creó una paranoia… Me pasaba las noches moviendo los dedos para evitar que se me pegaran. Adquirí tal agilidad que ahora puedo meterme el dedo gordo en la nariz mientras que con el de al lado compruebo si el agua de la playa está fría. ¿Y por qué te meto este rollo? Porque así vas a pelear tú por no perder tus emociones cuando aprendas a usarlas. Como yo peleaba de pequeña por no perder los dedos de los pies.
Cuando empecé a leer a Punset, me di cuenta de que la religión del humor tenía una sólida base científica.
Él también hablaba continuamente del autoengaño, y no solo el autoengaño positivo, sino del negativo. De cómo nuestro cerebro, ante la imposibilidad de conocer toda la realidad, la sistematiza, y de cómo, si hemos sufrido mucho, suele hacerlo con un prejuicio hacia nosotros mismos.
Y pensé, ¡es cierto! Cuando te has caído de veinte o veinticinco guindos, tu mente se convierte en un probador de Zara. Habéis estado en alguno, ¿no? Tienen un tipo de luz que te saca todos los defectos. Te voy a confesar una cosa… Yo muchas veces no voy a comprarme ropa, ¡voy a depilarme el bigote!
Con