Boda por amor. Trisha David

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Boda por amor - Trisha David Jazmín

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preguntaban por él.

      Por suerte, tenía licencia de piloto, pero tardó un montón en encontrar un avión de alquiler, ya que, con la huelga, todo el mundo se había lanzado a por ellos.

      Entre llamada y llamada, le dijo a Dominic que no tardarían mucho, pero su hijo permaneció indiferente.

      –¿Y por qué nos vamos a Tasmania? –le preguntó Dominic–. Seguro que allí no hay conexión a Internet.

      Dev lo miró y se sintió incómodo. ¿Cómo iba a contestar a eso?

      Era su hijo y no sabía nada de él.

      Por fin encontró un avión de alquiler y despegaron. Una vez en el aire, Dominic permaneció en silencio e indiferente. Dev trató de hablar con él, pero como si nada. ¡Aquello no iba a ser fácil!

      Los problemas de su empresa y los que tenía con sus tías le parecían insignificantes comparados con la tarea de tratar de conocer a su hijo.

      Estaban a doscientos kilómetros de la costa, el primer motor ya había fallado y el segundo estaba empezando a toser.

      –¿Qué pasa? –le preguntó Dominic sin mucha preocupación.

      Dev lo miró y se le heló el corazón.

      No podían estrellarse. No cuando por fin tenía esa oportunidad de ser padre.

      Llamó por radio y la moral se le bajó más todavía.

      –No hay ninguna pista en Listall –le dijo el controlador–. Ni siquiera hay carretera. King Island es la pista más próxima…

      El motor tosió de nuevo y a él le entró el pánico. Trató de que funcionara de nuevo elevando el morro, pero el motor tosió de nuevo, se paró y volvieron a caer.

      –Esto no va bien –dijo por el micrófono–. Estoy bajando.

      –No puede. Permiso denegado. No hay nada…

      –Dominic, pon la cabeza entre las rodillas y cúbrete la cabeza con los brazos –le dijo a su hijo–. ¡No hay otra opción! ¡Aterrizo!

      Maggie rodeó unas rocas y se quedó helada. El avión había aterrizado en la parte más alejada de la playa. Casi lo había logrado sin daños. Así habría sido si la playa hubiera sido diez metros más larga, pero el aparato se había estrellado contra las rocas del final.

      La cabina estaba casi intacta. Mientras Maggie miraba horrorizada, de ella salió un niño. Debía de tener unos ocho años y llevaba el uniforme de un colegio. Tenía el cabello negro y rizado y estaba pálido de miedo. De la avioneta salía humo y el niño parecía atontado pero ileso.

      Cuando llegó a su lado no tuvo tiempo de consolarlo. Cada vez había más humo.

      –Hay que alejarse de aquí –dijo tomándolo en brazos.

      Si el avión estallaba…

      –¿Quién más hay dentro?

      –Sólo mi ordenador y…

      –¿Y?

      – Mi padre –dijo el niño–. Se llama Devlin Macafferty. Yo soy Dominic Maccafferty. Los dos somos D. Macafferty –añadió.

      –¿Tu padre es el piloto?

      –Sí.

      –Dominic, ¿hay más pasajeros?

      –No.

      –¿Estás seguro?

      –Sí.

      –Buen chico.

      Lo dejó entonces en la arena, fuera de la vista del avión. Rogó que no explotara y añadió:

      –No te muevas. Lucy, quédate –le ordenó a su collie blanco y negro.

      Luego corrió de nuevo hacia el avión.

      Había tanto humo que casi no podía ver nada.

      La puerta del piloto estaba aplastada contra la roca, así que se dirigió al lado por el que había salido el niño. Llenó los pulmones de aire y entró en la cabina.

      El piloto seguía a los mandos. El golpe debía de haberlo dejado inconsciente, pero estaba volviendo en sí. Cuando Maggie lo agarró, abrió los ojos y la miró.

      No cabía duda de que ese hombre era el padre del niño, ya que el parecido era evidente. Tenía sangre en el rostro y el dolor se reflejaba en sus ojos.

      –Tiene que salir de aquí –le dijo ella y tosió.

      Encontró el cierre del cinturón de seguridad y lo soltó.

      –¡Vamos!

      –Pero yo no… yo no…

      El corte que tenía en la frente era profundo. Ella miró y vio que, por suerte, no parecía tener atrapadas las piernas.

      –¿Quién es usted? –le preguntó él.

      No había tiempo para presentaciones.

      –¡Tiene que salir de aquí!

      Entonces él cerró de nuevo los ojos.

      –¡No cierre los ojos! ¡Salga de aquí!

      Tiró de él, pero era demasiado grande. Ese hombre tenía que ayudarla. No podía quedarse inconsciente de nuevo.

      Tiró otra vez, pero él no se movió. Abrió y cerró los ojos de nuevo.

      –El avión está a punto de explotar –gritó ella–. ¡Muévase!

      –Mi…

      –¡Muévase!

      El hombre estaba casi inconsciente. Maggie le rodeó el pecho con los brazos y tiró de él con toda su alma.

      –¡Saque las piernas! –gritó de nuevo–. ¡Ayúdeme!

      Y por fin, logró que se despertara. El hombre reaccionó y sacó las piernas.

      Ya así, ella pudo tirar mejor y pronto lo sacó fuera de la cabina. Por fin, ambos estaban sobre la arena.

      –¡Todavía no está a salvo! –le gritó–. ¡Muévase!

      –¡Mi hijo! Dominic está en…

      –Su hijo está a salvo. Pero vamos a morir los dos si seguimos aquí. ¡Muévase!

      Maggie, desesperada, tiró de él agarrándolo de los cabellos.

      –¡Ay!

      –Le haré más daño si no se mueve.

      Logró ponerlo

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