E-Pack Bianca y Deseo febrero 2021. Кэтти Уильямс
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–Entonces me di cuenta de que estaba allí porque te observaba, aunque manteniendo la distancia, y eso me mosqueó.
En el lugar en el que habían estado, o estabas siempre alerta o podías recibir una cuchillada por la espalda cuando menos te lo esperases, y de manos de quien menos te lo imaginabas.
–En un primer momento, me pregunté si estaría cabreada, o si querría vengarse de alguna manera, pero luego me fijé en cómo te miraba… estaba enfadada contigo, sí, pero había más. Y algo me dice que siempre lo ha habido.
Stone movió la cabeza. No necesitaba oírle decir eso precisamente en aquel momento, después de haber ido a casa de Piper aquella mañana.
–No importa. Quiero mantenerme alejado de ella. Haré cuanto pueda por desviar la atención de los medios, y los dos seguiremos adelante con nuestras vidas.
Gray respiró hondo.
–Pues buena suerte, tío.
Capítulo Cinco
Piper equilibró la bandeja con los cafés que acababa de comprar. El asa del bolso se le deslizó hasta el final del hombro, amenazando con caerse y dar al traste con el equilibrio. Tal y como le estaba yendo la mañana, sería ya la guinda del pastel.
No había dormido bien, así que por la mañana se había quedado dormida y llegaba tarde, algo que detestaba. Seguramente no debería haberse parado a tomar café, pero era el único modo de que su mañana volviera a encarrilarse. Sin ese café, sería un completo desastre en una primera sesión, algo que odiaba aún más que llegar tarde.
Después de los últimos días, había sentido la necesidad de ponerse algún tipo de armadura, y de ahí el traje de chaqueta y los Louboutin de tacón infinito en los que se había encaramado y que, después de veinte minutos, le recordaron por qué estaban al fondo del armario. Preciosos, sí, pero incómodos como ellos solos.
Menos mal que siempre dejaba un par de zapatos de emergencia en la consulta.
Un sonido salió de lo más hondo de su bolso. Quienquiera que fuese iba a tener que esperar a que descargase todo lo que llevaba en precario equilibrio.
Giró en la siguiente esquina, y apenas cinco pasos después, reparó en la melée que se había organizado ante uno de los edificios de la calle; tres pasos más, y vio que era justo delante de su consulta.
O allí estaban antes de que unos veinte se lanzasen hacia ella como un tsunami. Paralizada, parpadeó varias veces, incapaz de procesar lo que estaba pasando.
–Señora Blackburn, ¿qué opina su padrastro de que esté saliendo con el asesino de su hijo?
–¿Puede revelarnos qué pasó entre Anderson y Blaine?
–¿Se ha adaptado el señor Stone a su vida fuera de la cárcel?
–¿Cómo se siente durmiendo con un asesino?
Piper los miró con los ojos de par en par mientras sus palabras se estrellaban contra ella como las olas de la marea.
Alguien le tiró del brazo para llamar su atención y la bandeja del café se ladeó antes de que las tazas se volcasen y el café saliera disparado hacia todas partes. La gente dio un salto hacia atrás y gritó.
Aunque le sentó fatal perder la cafeína que necesitaba tan desesperadamente, el accidente despejó una salida, que Piper aprovechó para salir corriendo como una profesional, dejando las tazas detrás, rodando sobre la acera.
Subió las escaleras a todo correr, entró y cerró de un portazo.
Elizabeth, una joven de treinta y tantos, divorciada y madre, que estaba a cargo de la oficina, acudió corriendo a la entrada. La preocupación velaba sus ojos verdes, pero mantenía la serenidad. Era una de las mujeres más capaces que Piper había conocido.
–Lo siento –dijo.
–¿Por qué?
–He intentado avisarte por teléfono. Anna ha tenido una crisis esta mañana con un proyecto para el cole y llegaba tarde.
Piper se rio.
–Me parece que todos hemos tenido una mañana complicada.
Elizabeth sonrió.
–Me parece que ganas tú. Llevas el traje perdido de café.
Ni siquiera se había dado cuenta.
–Maldita sea mi sombra.
–Y la mía.
En aquel instante, alguien intentó abrir la puerta. La hoja le golpeó en el hombro y volvió a cerrarse.
–¿Pero qué…?
Reconoció la voz de la señora Collins, su primera cita del día. Rápidamente se apartó y abrió la puerta. La señora Collins era una mujer que rondaba los sesenta años. Su peinado, siempre perfecto, parecía haber pasado por una tormenta; su eterno collar de perlas se había desplazado a un lado y traía la americana descolgada de un hombro.
Detrás de ella, el grupo de buitres empujó, utilizando la oportunidad para lanzarle más preguntas a Piper.
Agarró a la señora Collins por un brazo, tiró de ella y cerró la puerta de golpe. La pobre parecía completamente anonadada. Abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla sin emitir sonido alguno. Se soltó de ella y fue a dejarse caer en el sillón más cercano.
Genial. Aquello no iba a ayudarla en su recuperación. A la pobre la habían asaltado en la calle.
Piper se agachó delante de ella y le tomó las manos.
–¿Está usted bien?
–Un poco… aturdida, pero bien –contestó, tras pensarlo un instante. A continuación fue ella la que apretó las manos de Piper–. ¿Y tú, estás bien?
Piper intentó sonreír.
–Sí.
La buena mujer la miró de arriba abajo, deteniéndose un instante en las manchas de café que empezaban a secarse.
–No sé si sabes que no te hace ningún bien, ni a ti ni a quienes te rodean, que no seas sincera con tus sentimientos.
Piper se echó a reír de verdad.
–No sé muy bien qué me parece eso de que use mis propias palabras contra mí.
La mujer se encogió de hombros.
–A veces necesitamos escuchar las cosas más