Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín Logoi

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coraje está en lo femenino, porque la naturaleza del hombre es luchar, pero la de la mujer es dar la vida, en todos los sentidos que queramos entenderlo, por aquellos a los que quiere. Eso es lo que hace que su coraje sea el más puro de todos. Las mujeres han de asistir, una y otra vez, impotentes a la marcha de aquellos a los que aman: sus hijos, su marido, sus hermanos..., presencian ese partir con la tristeza en la mirada y sin poder hacer nada para evitarlo. Su pérdida es la más grande, su dolor es el más intenso, porque no es un dolor del cuerpo, sino del alma, y sin embargo se tragan sus lágrimas y levantan la cabeza porque saben que dan la vida de sus seres queridos por el pueblo, para que la polis pueda sobrevivir.

      Con estas reflexiones Dienekes y sus discípulos se están acercando, al modo socrático, hacia eso que buscan. Y el valor de lo femenino en este contexto es clave. Sin embargo, el matiz que le falta a Dienekes para encontrar su respuesta lo toma de las consideraciones que una noche hace uno de sus escuderos llamado Suicidio.

      Merece la pena que leamos de nuevo a Pressfield y disfrutemos con su texto. Esto es lo que dice Suicidio, el escudero de Dienekes:

      —Una noche soñé que marchaba en la falange. Avanzábamos por una llanura para encontrarnos con el enemigo. El terror me paralizó el corazón. Mis compañeros caminaban alrededor, delante, detrás de mí, por todos lados. Todos ellos eran yo. Yo mismo joven. Mi terror aumentó como si me estuviera partiendo en pedazos. Entonces todos se pusieron a cantar. Todos los «yo», todos los «yo mismo». Mientras sus voces se elevaban al unísono, el miedo desapareció de mi corazón. Desperté con el pecho inmóvil y supe que había sido un sueño venido directamente de Dios. Comprendí entonces que lo que hace magnífica a la falange es el pegamento. El pegamento invisible que la mantiene unida. Me di cuenta de que todos los ejercicios y la disciplina que a los espartanos os meten en la cabeza de los demás no eran en realidad para inculcar habilidad o arte, sino solamente para producir este pegamento.

      El discurso de Suicidio rompe el cofre que guarda el secreto que busca Dienekes. Es un discurso grandioso porque en él el escudero habla de algo que solo puede compartir con sus camaradas, con los hombres que van a morir junto a él. Pareciera que lo pronunciara incluso en voz baja para no romper el secreto que los une, ese pegamento del que habla. El guerrero llega a ese estado cuando lo único que le importa es la vida del hombre que tiene al lado y es el momento en el que más cerca está del valor y del coraje femeninos. Ahora ya no es un olvidarse de sí como antes y que era algo que respondía a criterios morales, ahora hablamos de un trascenderse a sí mismo cuidando con todo el ser del hombre que se tiene al lado, es una especie de alianza sagrada que alude a esa capacidad de darse y entregarse hasta el final que tienen las mujeres. Esa alianza sagrada es la que hace el pegamento que Suicidio ha aprendido a sentir.

      Dienekes tiene por fin su respuesta:

      —Tengo la respuesta a mi pregunta. Nuestros amigos: el mercader y el escita me la han dado.

      Su mirada se posó en las hogueras del campamento, las naciones de los aliados agrupadas por unidades, y sus oficiales, a los que veíamos acercarse como nosotros, procedentes de todas partes, a la fogata del rey, listos para responder a sus necesidades y recibir sus instrucciones.

      El amor, una entrega absoluta, un ir más allá en el que se acaba superando los propios límites, el yo, para desaparecer abrasado en el amor que el todo proyecta.

      Y eso es lo que dice Dienekes a sus hombres en la arenga final, justo antes de morir con ellos en la Termópilas:

      Poco antes de la batalla Jerjes preguntó a Demarato, el rey exiliado de Esparta, si los espartanos pensaban que cada hombre de los suyos valía por más de diez persas, dada la enorme diferencia numérica entre los dos ejércitos. Demarato le respondió la verdad, pero no toda la verdad. Le dijo que no, que uno a uno no eran superiores a nadie, pero que juntos eran algo más y distinto a la unión que surgía de los otros ejércitos. Eso no podía entenderlo Jerjes, porque era un concepto no hecho para entenderse, sino para sentirse, y por eso el rey persa los infravaloró.

      La andreia en el campo: la unión mística entre líneas

      Los hombres que fueron campeones de Europa en el 2004, debieron, en algún momento y salvando las distancias, barruntar esa sensación, la de una comunión que fue creciendo y que acabó llevándolos a la clave, a esa unión o ese pegamento que cimentaba al ejército espartano. Como dice Suicidio, dejaron de luchar para sí mismos y comenzaron a luchar para sus hermanos. Leónidas también nos da esa clave: se trata de olvidar todo y concentrare en el hombre que se tiene al lado. Defenderlo, sostenerlo y dar la vida por él, es lo único que importa en ese momento.

      Los futbolistas griegos también recorrieron ese proceso ascendente para llegar justo ahí, a una forma suprema de solidaridad futbolística. Los imagino en la final olvidándose de todo; de la gloria, de su patria, de sus amigos, de su familia..., solo sostenidos por la concentración absoluta en una única idea: defender a muerte al hombre que se tiene cerca, cubrir las espaldas al compañero que está al lado.

      Si Seitaridis subía la banda, Charisteas tapaba la derecha. Fyssas, sabedor de sus limitaciones no subía, sacrificado al grupo. Dellas, atrás, era el gigante que cerraba el muro con la ayuda de Kapsis, pero cuando se plantaba en el área rival para rematar una falta o un córner, como hizo para dar la victoria a su país en semis, alguien siempre ocupaba su lugar en defensa. Los hombres de medio campo: Zagorakis, Katsouranis, Bassinas, Karagounis o Giannakopoulos, multiplicándose en cada zona del campo para achicar agua y evitar el peligro. Zagorakis, capitán y mejor jugador del torneo, dejándose la piel en el césped, rompiendo las contras del equipo a base de faltas tácticas y llevando al mismo tiempo la manija del equipo. Katsouranis protegiendo a su capitán hombro con hombro al más puro estilo espartano y haciendo, a veces, de tercer central con el fin de ayudar atrás. Bassinas jugando algo más adelante, pero siempre robando y trabajando para el grupo, al igual que Karagounis y Giannakopaulos que, por lesión, jugó menos. Y, por fin delante, Vryzas y Charisteas, fajándose en vanguardia e intentando romper la línea rival,

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