Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín Logoi

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lo requiriesen. De las escasas derrotas sacaban consecuencias provechosas y además los romanos eran soldados en el pleno sentido de la palabra, tenían oficio y lo mismo te cavaban una trinchera, que transportaba su equipaje o limpiaban sus armas. Los griegos tenían a otra gente para esto.

      De la misma manera, los italianos tienen oficio en el campo. Son grandes jugadores, pero sobre todo son futbolistas, saben competir, se amoldan a la situación. Si hay que ir de estrella, se va, pero si hay que sufrir, se sufre. Se tira de experiencia, de saber estar, de pillería, de juego subterráneo. Así también se gana y al final, en realidad, no importa cómo se gana. Solo si se gana.

      Así, con astucia acabaron los romanos con Viriato, que tanta guerra les dio. Me viene a la mente ahora la figura de Julio César en Alesia haciendo gala de la picardía más absoluta para hacer frente a un enemigo que le superaba en número en una proporción escandalosa.

      Ese dinamismo, la capacidad de amoldarse a cualquier circunstancia y de ser contundente tanto en ataque como en defensa, fue lo que pudo decantar la balanza a favor de Roma en sus luchas contra las falanges macedónicas.

      La batalla de Cinoscéfalos suele tomarse como un claro ejemplo de lo que acabamos de afirmar. En esa batalla se enfrentaron en el año 197 a.C. los ejércitos de Flaminio y Filipo V de Macedonia.

      La historia cuenta que en un primer momento la falange logró repeler las legiones, y las obligó a retroceder hacia terreno más irregular, pero esto no favoreció a la falange, ya que el terreno irregular complicaba el uso de sus largas lanzas, por eso el ejército de Filipo tuvo que prescindir de ellas y tirar de espada. Desde ese momento las cosas se torcieron para la falange macedónica, ya que esta estaba entrenada para aguantar la formación cerrada y mantener lejos al enemigo. Una vez que dejaron las lanzas y aceptaron el combate cuerpo a cuerpo con los romanos que disponían de un orden mucho más ágil y utilizaban a la perfección sus cortas espadas, el resultado de la contienda estaba decidido.

      Los romanos atacaban rápido y se cerraban con igual velocidad, y ese fue el planteamiento que acabó por desestabilizar a la falange macedónica, que no pudo competir ante la flexibilidad de la legión romana.

      El 22 de junio del 168 a.C. se vivió otro enfrentamiento de similares características. Fue la batalla de Pidna. En esta ocasión los romanos estaban comandados por Lucio Emilio Paulo, mientras que los macedonios estaban dirigidos por su rey, Perseo. La batalla también acabó con la victoria de los romanos y seguramente por circunstancias muy similares a las de la batalla anterior.

      Tras el primer choque, los romanos no pudieron aguantar a la falange macedonia en el terreno llano y huyeron con cierta precipitación hacia el monte Olocro. Pero entonces Perseo cometió un error táctico importante: en vez de perseguir a los romanos con la caballería y la infantería ligera, obligó a subir a la falange hacia las faldas del Olocro. A medida que las falanges accedían a un terreno más accidentado empezaron a desorganizarse y su orden se quebró. Fue entonces cuando Paulo, el comandante romano, listo como Marcello Lippi, estuvo vivo y rápidamente mandó a sus cohortes buscando el hueco abierto entre las falanges para provocar el combate cuerpo a cuerpo.

      Lo cierto es que la falange se había partido, y esto desnivelaba la situación a favor de los romanos porque su diseño táctico era más dinámico, igual que el de la selección italiana. En este contexto los legionarios se sintieron más cómodos manejando su espada corta y acabaron por dinamitar el orden falangita cuyos miembros huyeron apresuradamente atropellándose unos a otros.

      La batalla de Pidna supuso el fin definitivo de lo que quedaba del imperio de Alejandro Magno y consagró la supremacía militar romana en todo el Mediterráneo.

      Así pues, hemos visto con estos dos ejemplos cómo el orden romano era flexible, se amoldaba a las circunstancias, y esto les permitió una hegemonía militar incuestionable durante mucho tiempo. Su línea de actuación en Cinoscéfalos y en Pidna parece clara: estrategia, atraer, desordenar y golpear al enemigo.

      El águila vuela sobre el césped

      Yo creo que si tuviéramos que definir a Italia en un campo habría que hacerlo también a partir de estos parámetros, de los que ya hemos venido hablando. Para desarrollar un poco más esta idea y al igual que antes tomé como ejemplo dos batallas, voy a tomar ahora dos partidos de Italia. Pero no dos partidos cualquiera, sino esos en los que uno se juega la vida futbolísticamente hablando y en los que a una selección le sale lo que de verdad tiene dentro, partidos de Mundial; en concreto una final y una semifinal. El rival, el mismo: Alemania.

      Estadio Santiago Bernabéu, 11 de julio de 1982. Italia y Alemania disputan la final del Mundial. Las dos grandes potencias europeas frente a frente, jugándose ni más ni menos que el campeonato del mundo.

      Pero Italia tiene una ventaja, Italia es la legión y sabe vivir en situaciones límite sin perder el orden y el sentido de las cosas. Fallan un penalti, pero como los soldados romanos en Pidna, no se descomponen por ello. Saben que es muy importante aguantar su portería a cero, por eso tratan de asegurar en defensa y no cometer errores. La primera parte acaba con empate sin goles. Pero en la reanudación buscan el gol con todo en las jugadas de estrategia. Y la jugada llega.

      Los alemanes se van a lanzar a muerte hacia arriba, y van a descuidar su defensa. Italia está bien, está en lo suyo. Van a esperar el momento y lanzar sus cohortes entre los huecos del enemigo. Y el momento, por supuesto, aparece.

      Alemania sube y percute, pero la línea de cohortes aguanta y cuando cree que el enemigo se ha descubierto lo suficiente asesta el golpe. Rossi presiona a un jugador alemán y, justo cuando ya no puede más, llega la segunda línea, y el hombre que la comanda, Scirea, rompe desde atrás con fe, con determinación, con la fuerza del Aquilifer que lleva el águila que no puede perder. Atraviesa el campo entonces con el poderío del que sabe que esa jugada va a ganar un Mundial. Se la da a Conti, este a Rossi, quien la abre de nuevo a Scirea que viene siguiendo la jugada, dando ejemplo, tirando de sus hombres, y entre Scirea y Bergomi preparan la sentencia.

      Al final Scirea ve a Tardelli en la frontal y este cayendo remata: 2-0 y se acabó lo que se daba.

      El resultado fue 3-1 a favor de Italia, el tercer gol de Italia es una contra todavía más brutal que la del segundo gol y que acaba con tanto de Altobelli.

      La historia se repite. El orden no deja lugar al azar, la idea de arbitrariedad y de capricho divino fue la que la filosofía destruyó, y la filosofía es Grecia, y Grecia es Roma. Por eso Italia sigue teniendo las cosas muy claras 24 años más tarde, el 4 de julio de 2006, momento en el que se va a enfrentar de nuevo a Alemania en Dortmund, para ver quien llega a la final.

      Esta vez Italia lleva todo el Mundial en lo suyo. No como en el Mundial de España, en el que solo empezaron a sentirse bien al final. A estas alturas de competición están en la semifinal, llevan solo un gol en contra y siguen

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