Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín Logoi

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es que para que el hombre empiece a utilizar de manera conveniente y autónoma su razón, es necesario que empiece a conocer las cosas a través de una nueva ciencia. Una nueva ciencia de la que Ockham no es en realidad creador, pero sí indiscutiblemente impulsor.

      Conviene no olvidar que las ideas del inglés fomentaron la investigación empírica, esto es, basada en los datos de los sentidos, ya que él estaba convencido de que solo la observación permitiría conocer las leyes que intervienen en cada proceso. Pensaba que solo se puede conocer científicamente aquello que es controlable y verificable mediante la experiencia. Frente a la descripción metafísica de la escolástica, Ockham trata de conseguir un conocimiento del mundo basado en la observación y en la experiencia.

      La navaja

      Para ello, y aquí es donde entra a jugar un papel muy importante el criterio científico conocido como navaja de Ockham, que no quiere decir que el franciscano fuera por ahí machete en mano amenazando al personal, sino que era necesario acometer la tarea de simplificar y de esta manera eliminar aquellas nociones y conceptos con los que la filosofía escolástica quería explicar el mundo.

      La navaja de Ockham es pues un criterio filosófico científico que viene a decir que lo más sencillo es lo más racional. Se hacía preciso entonces cortar con esa afilada navaja todos los conceptos y categorías que el lenguaje filosófico y científico anterior había utilizado para tratar de explicar la realidad. Conceptos que más que aclarar lo que hacían era complicar más la situación.

      Según nuestro filósofo todos esos conceptos tales como los de sustancia, esencia, universales, materia, forma, entendimientos... más que explicar el mundo nos los ocultaban. Creo que sería parecido a lo que pasa con un equipo que multiplica los pases en el centro del campo sin buscar la verticalidad y acaba perdiendo la pelota en peligrosa situación.

      La navaja de Okham entonces propone no multiplicar los conceptos sin necesidad, no se puede hacer difícil lo fácil, no tiene sentido, y por tanto su método, actuando como un afilado cuchillo, acabará con toda aquella jerga filosófica que considere innecesaria.

      De esta forma Ockham se convierte en un precedente de la filosofía analítica anglosajona del siglo xx. Una filosofía que pensará que el ámbito de estudio propiamente filosófico es el lenguaje.

      La idea es clara como la luna, si lo sencillo es lo más racional, sigamos ese camino y abandonemos el de las complicaciones innecesarias que, por si fuera poco, nos llevarán fatalmente al error. Hasta tal punto llegó el británico que no tuvo ningún empacho al afirmar que los universales, el otro gran tema de la filosofía medieval, es decir, las esencias, lo que Platón llamaba ideas y que para él significaban la verdadera realidad situada en el mundo inteligible, no eran más que meros nombres. Palabras o signos lingüísticos que colocamos en las proposiciones y que utilizamos para referirnos a individuos que se parecen. De ahí que a Ockham se le conozca filosóficamente hablando como nominalista.

      Ockham en el banquillo

      Pues bien, estableciendo una vez más y, con cierto e indudable atrevimiento, analogías entre el mundo filosófico y el futbolístico, habría que afirmar que la mayoría de los entrenadores de fútbol son fervientes seguidores de la navaja de Ockham.

      Como decía al empezar este capítulo, los técnicos son amantes de la seguridad, de la sencillez y del orden. No quieren complicaciones. Parafraseando a Okham diríamos que piensan que no hay que multiplicar las acciones sin necesidad ya que esto aumenta el riesgo y el cansancio de los futbolistas. En el campo hay que ir a lo seguro, y por tanto los técnicos cortan con su particular navaja y de raíz todas aquellas acciones que, pasando por el lucimiento personal, ponen en peligro la estabilidad del equipo. Incitan a hacer simplemente las cosas necesarias y básicas para ganar el partido. Ya habrá tiempo para adornarse si la diferencia en el marcador es contundente.

      Todos los futboleros que alguna vez hemos asistido a los entrenamientos de nuestro equipo favorito, comprobamos cómo los entrenadores repiten una y otra vez expresiones como «toca, toca», «no te compliques», «hazlo fácil». De hecho, una de las características más apreciadas en los jugadores por parte de los técnicos es la sensatez de no hacer aquello para lo que no están capacitados, y es que en el fondo los grandes jugadores se caracterizan por hacer fácil lo que a otros les parece difícil.

      Este afán de sencillez y simplicidad que también caracteriza a la navaja de Ockham lo podemos apreciar con relativa claridad en todas y cada una de las líneas de un equipo. Empecemos por la portería.

      Si a los técnicos les preguntaran qué características son las que más aprecian en un portero seguramente responderían que la seguridad, la personalidad, la colocación, la capacidad de mando..., esto significa que prefieren porteros, que sin ser espectaculares, cumplan adecuadamente en todas las situaciones a las que se puede enfrentar un guardameta. Es importante que haga sencillo su trabajo y para eso tiene que estar bien colocado bajo los palos, así no se adornará en exceso, pero su participación será fiable y segura, tanto si tiene que rechazar un disparo a media distancia, salir por alto, o afrontar un uno contra uno.

      Es posible que haya porteros con enormes reflejos que sean espectaculares y hagan paradas increíbles o que paren muy a menudo los penaltis, pero si esos mismos guardametas no mantienen una línea regular en todos los aspectos del juego, no serán los preferidos de los entrenadores.

      Exactamente lo mismo pasa con la línea defensiva. Hacen falta defensas sobrios y contundentes, que sin creerse Beckenbauer, cumplan con su obligación. No hay nada más peligroso que un central atlético y poderoso intentando sacar el balón jugado si carece de la técnica suficiente. Lo más probable es que lo pierda y partir de ahí para desesperación del técnico, que vocea en la banda, se origine la jugada del gol.

      Es evidente que el míster le habrá repetido a ese central muchas veces que no se complique, que no intente hacer cosas para las que no está preparado. En ese caso, si corta el avance del delantero y se hace con el balón debe pasarlo con prontitud al centrocampista preparado para jugar la pelota, o si no aparece esa posibilidad, pegar un pelotazo donde Dios quiera. Lo principal es sacar el balón de la zona defensiva propia y no perderla ahí bajo ningún concepto.

      Hay centrales que saben sacar la pelota, pero precisamente son valorados por la facilidad y la sencillez que tienen al hacerlo, empiezan a ver el fútbol desde atrás y son capaces de poner a jugar al equipo sin correr demasiados riesgos, sin perder la pelota en una zona donde hacerlo resultaría letal.

      Lo mismo pasa con los laterales. Hay algunos que se creen extremos e intentan rizar el rizo llegando al córner rival para ponerla en el área. Muchos de ellos vuelven locos a sus técnicos, porque suben mucho la banda y dejan huecos atrás. Si estos no juegan en equipos grandes que se lo puedan permitir, no suelen ser titulares. Los técnicos prefieren hombres menos llamativos, más silenciosos se podría decir, y como normalmente no se puede tener todo, prefieren la sobriedad y la eficiencia a los fuegos de artificio.

      El caso de los centrocampistas es especialmente sangrante. Los que hemos visto mucho fútbol, sabemos que los centrocampistas tienen entre sí características muy diferentes. Los hay que defienden bien, pero que tienen poca clase. Los hay que tienen mucha clase pero no defienden bien; y los hay que juegan de miedo y también recuperan balones. El problema es que estos últimos valen muy caros y escasean bastante.

      En cualquier caso la sencillez y la simplicidad son vitales para cada uno en su contexto, situación o función correspondiente.

      Supongamos que tenemos un centrocampista eminentemente defensivo. Su misión será recuperar balones y destruir el juego rival en la medida de lo posible. Lo cierto, y aunque parezca de Perogrullo, es que lo importante cuando recupera el balón es que no se lo quiten, y ahí

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