Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín Logoi

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tuvieron que realizar su predicación utilizando las categorías propias del lenguaje filosófico griego para poder abrirse camino desde el punto de vista intelectual.

      Todas estas circunstancias acabaron provocando que las dos tradiciones de las que hablábamos anteriormente no solo entablaran un diálogo, sino que también acabaran estableciendo una síntesis que se plasmará en la filosofía cristiana.

      Esta será la forma de pensamiento que dominará la reflexión intelectual a lo largo de la Edad Media.

      Los temas de la filosofía medieval

      En esta filosofía cristiana son múltiples los temas e intereses, pero si intentamos concretar los mismos es posible encontrar algunas líneas maestras que se encargarán de guiar la reflexión durante toda esa etapa. Son las siguientes:

      1 1. La naturaleza de los universales.

      2 2. La demostración racional de la existencia de Dios.

      3 3. La relación entre Dios y las criaturas

      4 4. La lucha entre el poder temporal y el poder espiritual.

      5 5. Las relaciones entre la fe y la razón.

      En relación con el primer asunto habría que decir que era uno de los temas filosóficos de moda en la Edad Media. Algo así como el debate futbolístico de los últimos tiempos entre los que prefieren a Messi y aquellos otros que se decantan por Ronaldo...

      Lo que se discute realmente en este primer tema, el filosófico digo, es la naturaleza de los conceptos universales, es decir, de las esencias, a las que Platón llamaba Ideas. Recordemos que, por ejemplo, la esencia humana sería lo que todos los seres humanos tenemos en común y nos distingue del resto de seres vivos; la esencia de la belleza sería aquello que comparten las cosas y seres bellos, y así, con todo lo que se os ocurra.

      Sobre esta cuestión las opiniones serán de lo más variopintas y habrá desde quien sostenga, en línea platónica, que las esencias, los universales, son entidades que representan la verdadera realidad, hasta quien defienda, como Ockham con su planteamiento nominalista, que los universales son simples conceptos, meros nombres con los que calificamos a individuos que tienen algo en común.

      Por lo que respecta al segundo tema queda patente su importancia si asumimos que la mayoría de los filósofos medievales intentaron demostrar racionalmente la existencia de Dios. Los argumentos fueron diferentes y con distinto punto de partida. Tomás de Aquino, por ejemplo, utiliza en sus vías argumentos a posteriori, ya que parte de la experiencia, de los datos de los sentidos, de efectos y hechos que podemos ver, como el movimiento o el orden del cosmos, para luego desde ahí remontarse hacia la Causa primera que sería Dios.

      Anselmo de Canterbury, quien dice que fueron los ruegos de los hermanos que compartían monasterio con él —ahí es nada—, los que le llevaron a intentar demostrar la existencia de Dios, utilizó sin embargo en su llamado argumento ontológico un tipo de demostración a priori, ya que partía de lo anterior, de algo que no recibe a partir de los datos de los sentidos, en este caso de la propia idea de Dios. Indudablemente hay una infinidad de otros autores que proponen sus propios argumentos, pero como ejemplo creemos que valdrán estos dos.

      El cuarto asunto tiene que ver con las disputas entre el papa y el emperador por sus parcelas y ámbitos de poder. Esto me recuerda en dimensión futbolera a las broncas que hoy en día se montan entre el director deportivo y el entrenador. La última célebre ha tenido a Valdano y a Mourinho como protagonistas y se ha saldado con la salida por parte del argentino del Real Madrid hace ya unas temporadas.

      Pero bueno, vamos al grano. En aquella época la inmensa mayoría de los pensadores cristianos propuso una autonomía clara entre ambas esferas —vamos, que cada uno a lo suyo—. Si bien y en la medida en que el fin del hombre no es terrenal sino espiritual, el poder del Estado estaba teóricamente subordinado al de la Iglesia, con lo que el papa tenía una cierta preeminencia sobre los reyes. Cosa que en la práctica no ocurría siempre, ni mucho menos.

      Fe y razón: dos caminos hacia la verdad

      Y así llegamos al tema de reflexión por excelencia en la Edad Media y el que más nos interesa ahora. Este no es otro que las relaciones entre la fe y la razón. Un tema que anticipamos en el capítulo de la navaja de Ockham, pero que vamos a estudiar ahora con mayor profundidad.

      Ya hemos mencionado más arriba cómo ambas instancias llegan representando a las dos tradiciones culturales de las que somos herederos: el mundo grecolatino y la religión cristiana. De esta manera, y desde muy pronto, se abrirán en torno a ellas muchos y variados problemas. Los pensadores medievales se preguntarán si son compatibles o contradictorias, cuál tiene más importancia de las dos y a cuál corresponde la última palabra..., estas y otras serán las cuestiones que se intentará responder con respecto a este asunto.

      Desde principios de la Edad Media ya surgieron ambas corrientes de pensamiento, y hubo quien dio una importancia fundamental a la razón, los llamados dialécticos, mientras que otra línea priorizaba la fe. Estos eran los llamados antidialécticos.

      Una de las figuras más importantes del pensamiento medieval fue Agustín de Hipona (354-430). El filósofo cristiano reflexionó, como no podía ser de otra manera, acerca de las relaciones entre la fe y la razón. Su opinión al respecto se resume con la famosa fórmula: Intellige ut credas, crede ut intelligas, lo que viene a significar «entiende para creer y cree para entender». Con este planteamiento San Agustín dejó muy claro que la fe ya no es algo irracional, por lo que ambas instancias pueden colaborar trabajando en armonía con el fin de alcanzar la última y definitiva verdad para un cristiano, que no es otra que Dios.

      El problema es que este planteamiento de Agustín de Hipona, lo mismo que va a pasar más tarde con el de san Anselmo, no acaba de diferenciar claramente entre fe y razón por lo que se acaban confundiendo los dos caminos. En definitiva, no hay una separación clara y eso complica las cosas.

      Por si fuera poco en el siglo xiii aparecerá el averroísmo latino con su principal representante, Sigerio de Brabante, del que ya hemos hablado. Sin embargo me vais a permitir que abordemos ahora su planteamiento con algo más de detalle.

      El averroísmo latino era una corriente filosófica formada por pensadores cristianos seguidores de Averroes, uno de los principales comentaristas y conocedor del pensamiento aristotélico.

      La cuestión es que el averroísmo latino defendía la teoría de la doble verdad, planteamiento según el cual había dos verdades no solo distintas sino también contradictorias: una, la verdad de la fe y otra, la de la razón. Así las cosas, el averroísmo venía a decir que afirmaciones como la eternidad del mundo era verdadera según la razón, es decir, según Aristóteles, mientras que era falsa de acuerdo con la fe, ya que para la teología cristiana el mundo es creado.

      Lo mismo ocurría con la supuesta inmortalidad del alma, ya que según la razón y Aristóteles el alma humana es mortal, mientras que según la fe cristiana,

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