Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín Logoi

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ontológico en filosofía hace referencia el estudio del ser, de la realidad de las cosas.

      Dice la tradición que la filosofía es un invento de los griegos. En cierto modo la ciencia también lo es; y es que tanto la filosofía como la ciencia surgieron en Grecia de la mano, cuando aquellos intrépidos habitantes de la Hélade empezaron a preguntarse por las cuestiones fundamentales, es decir, esas cuestiones últimas en las que nos va todo a los seres humanos.

      Su hazaña fundamental fue eso de lo que ya hemos hablado en alguna ocasión y que se conoce como el paso del Mito al Logos. Quizá las preguntas que nos han inquietado a los hombres hayan sido siempre las mismas, pero lo genial de los griegos es que ellos se propusieron abordarlas desde un punto de vista diferente.

      No cabe duda de que no solo desde el campo de la filosofía, sino también desde el ámbito religioso, se han intentado encontrar respuestas a esas mismas preguntas. En ese sentido es interesante establecer una primera línea de separación entre el planteamiento griego y la tradición judeocristiana. Para el mundo griego la idea de Creación, como tal, no existe. Esa es una idea propia de la religión, por ejemplo, de la tradición judeocristiana, que es la que hemos tomado aquí como modelo.

      Decíamos que la idea de Creación es ajena al mundo griego; y lo es porque, según su manera de concebir las cosas, la materia es eterna. Eso significa que siempre ha estado y estará ahí, y que en todo caso lo que se puede hacer con ella es ordenarla. Tal vez pueda aparecer algún dios que será una especie de artesano al modo del demiurgo platónico. Ese demiurgo conseguirá que la materia caótica aparezca ordenada y armónica, pero nunca será un dios creador.

      Por el contrario, para la tradición judeocristiana que hemos opuesto a la griega, Dios sí crea al mundo a partir de la nada y sin contar con una materia preexistente. Esta idea era bastante inconcebible para los helenos y fue uno de los principales temas de discusión cuando ambas tradiciones se enfrentaron y encontraron en la Edad Media, para dar lugar posteriormente a eso que podemos llamar filosofía cristiana.

      Una de estas preguntas sobre la que ambas tradiciones discreparon fue la que se cuestionaba acerca del origen de todo eso que nos rodea, el origen de lo real, del universo. Creo que a partir de ella podremos, haciendo gala de una cierta osadía, adentrarnos en el terreno de juego y buscar futbolistas que encarnen estas dos tradiciones ante el origen de lo real.

      Comencemos por Grecia, por la filosofía propiamente dicha.

      Lo que a los griegos les llamaba la atención es que estaban ante un mundo ordenado, ante un cosmos, no ante un caos y eso les asombraba. Había ante ellos un mundo alucinante, y para aquellos curiosos hombres eso necesitaba ser explicado.

      Fue entonces cuando dieron el paso del mito al logos.

      Pensaron que las preguntas acerca de lo real ya no podían ser respondidas en base a mitos en los que los dioses actuaban de manera caprichosa pelándose por las mujeres, el vino y tal, sino que era necesario que las respuestas tuvieran una base claramente racional.

      Cuando veo a ciertos jugadores en el campo me viene a la cabeza exactamente la misma idea —no lo digo por lo de las mujeres, que también pudiera ser—, sino por algo que puede resumirse con una palabra: orden, logos.

      Y es que para los griegos explicar el asunto de lo real ateniéndose a razones significaba sustituir la idea de arbitrariedad por la de necesidad. De repente las cosas ya no pasaban por capricho divino, sino que había causas lógicas que hacían que se sucedieran de determinadas maneras. Además, eso ocurría con cierta necesidad, es decir, la misma causa era responsable de manera habitual, del mismo efecto. —Vamos, que si el agua se congelaba no era porque a un dios le daba la gana en ese momento, sino porque hacía mucho frío, y siempre que hiciera el mismo frío el agua se congelaría una y otra vez.

      Como decía, pienso que hay jugadores que simbolizan exactamente esto en el terreno de juego. Son el orden, la armonía de un equipo. Cuando ellos faltan parece que el conjunto cae en la arbitrariedad, en el capricho propio o del contrario; es como si ya no tuviera centro alrededor del que girar. La improvisación se adueña de sus filas y las cosas tienden a carecer de sentido.

      Todos los futboleros hemos visto jugadores de ese tipo. Podríamos mencionar muchos aquí, pero prefiero citar los nombres de aquellos que yo he visto jugar y que me parece que responden a este modelo. Estoy pensando en Xavi o en Guardiola, en Fernando Redondo, Stephen Gerrard, Platini, Bernd Schuster, Xabi Alonso..., en fin, jugadores de ese estilo, que sin ser ni mucho menos iguales, sí tienen algo en común.

      Cuando un equipo dispone de estos jugadores, todo está bien. Ya no hay arbitrariedad, sino más bien necesidad, y necesidad en un doble sentido: primero en el sentido de que ellos son necesarios, es decir, básicos para el equipo; pero también necesidad en el sentido filosófico, según el cual, con estos peloteros las cosas pasan tal y como tienen que pasar. Cuando los futbolistas de este corte mandan en el campo todo es más fácil y tiene su explicación, las respuestas se encuentran más fácilmente.

      Ocurre entonces que para los otros jugadores todo es previsible, tal y como para los griegos se volvió la realidad con el paso del mito al logos. Los futbolistas saben siempre en función de ese compañero, dónde y cómo tienen que situarse. Estos cracks parecen directores de orquesta y sus músicos tocan al son que ellos marcan.

      Es eso lo que siento —y eso que soy madridista hasta lo más profundo de mi alma—, cuando veo a Xavi girar sobre sí mismo con el balón pegado al pie. Lo hace con una elegancia y majestuosidad escandalosas con el fin de disipar el caos que pueda existir en el campo. Lo cierto es que cuando gira, todo el Barça gira a su alrededor, y todo el mundo intuye que el fútbol tiene una explicación, un sentido, una lógica, lógica de logos, y a él le toca encontrar esa explicación que otro futbolista no encuentra.

      Lo mismo me pasaba cuando veía jugar a Redondo con el Madrid. No me extraña que lo llamaran el Príncipe. Pocos jugadores he visto tan elegantes como él. Cuando pisaba la pelota, con ese ademán tan argentino, se paraba y levantaba la cabeza, no solo veía él, todo el Madrid veía entonces. El equipo comenzaba a moverse de nuevo, se dibujaba en torno a su presencia adquiriendo un orden geométrico, ese que griegos como Pitágoras y Platón intentaron encontrar a partir de las matemáticas. No olvidemos que ese es el sentido primordial de la teoría de las ideas de Platón, dar una explicación del orden del universo como manifestación de una idea. Las matemáticas como sentido y explicación de todo lo real.

      Hay, sin embargo, en mi opinión, otro tipo de futbolistas parecidos a los anteriores, que tienen mucho que ver con ellos, pero con un matiz diferente. Un matiz que, desde el punto de vista filosófico, les acerca más a la tradición judeocristiana, y por tanto al planteamiento del Génesis, que a la griega y a los textos de pensadores como Platón.

      Me refiero a esos jugadores que en el argot futbolístico son conocidos como

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