Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín Logoi

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      Lo cierto es que cuando digo que el fútbol es cultura, no quiero hacer una metáfora o decir algo que suene medianamente interesante, sino que quiero decir exactamente eso, que es cultura y que además lo es en el sentido más puro y real del término.

      Normalmente empleamos el término cultura de una manera cotidiana para indicar que alguien sabe más o menos de tal o cual cosa. Así por ejemplo decimos que Peláez tiene mucha cultura, y queremos decir que es un tío leído y cultivado. Pero realmente cultura en sentido estricto viene a significar el conjunto de creencias, valores, técnicas, habilidades, creaciones artísticas y quién sabe qué montón de cosas más, que el hombre crea y aprende en sociedad y con las que hemos sido capaces, a lo largo de miles de años, de adaptarnos al medio que nos rodea y sobrevivir.

      Parece claro que el hombre es fruto de una evolución biológica por un lado, y cultural por otro. Además, ambos tipos de evolución se condicionan e influyen mutuamente. Sin ir más lejos, hoy sabemos que el progresivo grado de complejidad del cerebro (biología) favoreció la fabricación de herramientas cada vez más complejas (cultura) entre nuestros antepasados, pero, al mismo tiempo, esas mismas herramientas (cultura) provocaron que un órgano tan plástico como nuestro cerebro fuera creciendo en complejidad a medida que nuevas conexiones neuronales se iban estableciendo en el mismo.

      A raíz de lo dicho, no sería descabellado afirmar que la cultura es, al fin y al cabo, una forma de estar en el mundo, una manera de habérnoslas con la realidad, una manera, en definitiva de vivir, original y específicamente humana.

      El fútbol, el deporte en general, y en realidad cualquier otro juego, son manifestaciones culturales del ser humano. Creo que atendiendo al concepto de cultura que hemos descrito, nadie puede negarlo.

      El asunto es que si cada país, cada región, cada pueblo, tiene sus particularidades culturales que le confieren una cierta identidad propia frente a los demás, esas particularidades también tienen que darse en la forma de entender un deporte como el fútbol. Si la cultura viene a ser una forma de estar en el mundo, diferente en cada caso, el fútbol será al final una forma diferente de estar en el campo.

      Al sostener este planteamiento, tendremos que intentar hacer ver cómo las peculiaridades genéticas de los distintos pueblos, su entorno físico, su clima, sus tradiciones, sus ideas, creencias y en definitiva su forma de estar en el mundo, se acaban plasmando en un campo de fútbol. Y aún a riesgo de que me llamen loco, voy a intentarlo.

      Desde luego voy a hablar de aspectos muy generales, casi de tendencias que pueden apreciarse o tal vez intuirse. Antes de que muchos puristas se me echen encima, quiero decir que soy consciente de la necesidad de abordar el asunto subjetivamente y desde el punto de vista que a mí me interesa en función de la idea que defiendo en este artículo. Repito que voy a hablar de tendencias y aspectos muy generales de esas distintas maneras de estar en el campo.

      Allá vamos.

      8

      Me refiero a las islas británicas, es decir, a la manera que existe de entender el fútbol en Inglaterra, Gales y las dos Irlandas.

      No me atrevo a decir lo mismo de los escoceses. Escocia no juega del todo igual que los ingleses a esto del fútbol. Hay una tradición en la tierra de William Wallace que gusta algo más del toque y la circulación de balón. Aunque este es un asunto que no está del todo claro. Por eso tal vez lo mejor sea no insistir mucho en él.

      La historia de las islas ha sido especialmente convulsa en lo que se refiere a refriegas militares y enfrentamientos bélicos. Desde los britanos, pasando por los pictos, varios pueblos del norte y este de Europa, como los sajones y los vikingos han llegado, conquistado y vivido en esas tierras, quedándose en ellas para siempre.

      Estos pueblos, algunos de los cuales eran llamados bárbaros con bastante injusticia por los romanos, estaban formados por hombres rudos, altos y fuertes, acostumbrados a una condiciones climatológicas muy adversas. Eran hombres que trabajaban duro y se movían deprisa para sobrevivir. Rivales terribles en el campo de batalla, contaban con la capacidad para formar ejércitos que podían pasarte por encima con extrema contundencia y facilidad.

      De esta forma, la dureza de una bella tierra intensamente disputada, a la vez que deseada, acabó forjando gente poderosa físicamente, de alma guerrera y con un marcado sentido de lo práctico o lo útil.

      Se trataba de sobrevivir en un medio climatológicamente hostil y con un contexto social marcado por las constantes invasiones de los vecinos norteños, hasta el punto de que quizá no sea descabellado afirmar que ese estado de cosas fue enseñando a los británicos a valorar como bueno no tanto lo bello o lo justo, sino aquello que servía para solucionar problemas y convertir su vida en algo más agradable y feliz.

      Más adelante trataremos de analizar cómo ese espíritu utilitarista es algo que se puede rastrear en la tradición filosófica de las islas.

      A veces cuando disfruto el fútbol británico en su más pura esencia, no puedo dejar de entrever esas tendencias en sus campos. Las gradas ya reflejan esa forma de vivir el fútbol basada en la fuerza y la agresividad, y estoy seguro de que cuando el choque es importante, los jugadores foráneos tienen que sentir una cierta impresión ante los cánticos que pueden oírse en el túnel de vestuarios antes de saltar al terreno de juego.

      Que conste que hablo de tendencias, ya lo he dicho antes. Es evidente que existen y han existido innumerables jugadores británicos que lejos de tener su fuerte en la agresividad y en la potencia, lo tenían en su exquisita calidad y elegancia. Es más, muchos de los jugadores más habilidosos que he visto en un campo de fútbol han sido de las islas. Podría hablar de Stanley Matthews, a quién solo conozco por referencias y algún video espectacular. O también de Matius Letissier, Peter Bardsley, John Barnes, George Best..., en fin, es absurdo dar más nombres, nos iríamos hasta el infinito y más allá. Las islas son algo tan grande en relación con el fútbol que cualquier simplificación, que en el fondo es lo que yo estoy haciendo, es por supuesto injusta e inexacta.

      En las islas no siempre, ni todo el mundo ha jugado así. Eso depende de innumerables e impredecibles factores, y ha habido y hay tantos jugadores de calidad que más que la excepción que confirme la regla, es la excepción que la rompe.

      Una de estas innumerables excepciones es el Liverpool del inolvidable Shankly, ese equipo que marcó una época con su passing game. Aquel Liverpool practicaba un maravilloso juego de toque que le encaminó sin discusión por la senda del triunfo. En realidad, esto que digo en lo que se refiere a la injustica de la simplificación y la búsqueda de tendencias, es aplicable al fútbol de cualquier otro país sobre el que podamos filosofar, así que es una aclaración que ya no repetiré más.

      Pero en esta pequeña reflexión estamos obligados a buscar ese hilo conductor que refleja la identidad futbolística de cada nación y en este caso del fútbol británico, y estamos obligados a buscarlo porque a pesar de todo creo que existe. Por eso pretendemos seguirlo y valorar la importancia de esas tendencias o

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