Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín Logoi

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la autonomía de la razón frente a la fe, sin embargo complicaba extraordinariamente las cosas hasta dejar el problema en un callejón sin salida.

      En este estado de cosas es cuando aparece Tomás de Aquino (1225-1274) en plan Vicente del Bosque, intentando encontrar una solución que pase necesariamente por el equilibrio y conciliación entre ambas instancias. Una solución que reconozca la diferenciación clara entre razón y fe pero negando radicalmente su carácter contradictorio.

      Tomás de Aquino era un crack de esto de la filosofía y el estudio. Nació en una familia con posibles, pero era el más pequeño de sus hermanos, así que con cinco años le tocó ir a estudiar a la abadía de Montecassino, donde su tío manejaba el cotarro. Era tan pequeño el amigo que parece que tuvo que acompañarle su nodriza para que no se muriese de frío y de hambre.

      Ahora, al poco tiempo de estar allí el pequeño Tomás empezó a dejar con la boca abierta a todo el personal con su capacidad para aprender y memorizar lo que fuera menester.

      A medida que se fue haciendo mayor comenzaron las desavenencias con su familia. Tomás quería hacerse dominico y decidió marcharse a Bolonia para seguir sus estudios, pero la familia pretendía que sucediera a su tío en el control de Montecassino. Su madre, que no andaba con bromas, mandó a sus hermanos, militares de profesión, en su busca. Dieron con él y a punta de espada fue obligado a regresar.

      Por si esto fuera poco, el castillo familiar de Roccaseca era la prisión que se le había preparado. Allí estuvo recluido más de un año, tiempo que su familia utilizó para intentar doblegar su voluntad.

      Se cuenta que con la intención de hacerle abandonar los hábitos, alguien de su entorno introdujo en su aposento a una joven —que no debía de estar nada mal—, con la intención de seducir al bueno de Tomás. Pero a este no se le ocurrió otra cosa que coger un tizón ardiente de la lumbre que calentaba su habitación y esgrimirlo ante la joven, que salió como Gento por banda en sus tiempos. (Hay que tener valor para hacer eso del tizón, lo del valor entendedlo como queráis.)

      Cuando la joven salió profiriendo alaridos parece que Tomás trazó una cruz en la pared y se postergó ante ella.

      Tremendo.

      La vigilancia de su madre se fue relajando y un buen día el joven Tomás se descolgó por la ventana bajo la que le esperaban sus amigos dominicos con unos caballos a punto. Ya no le volvieron a ver el pelo.

      Un hombre con las ideas claras este santo Tomás.

      Pero volvamos al asunto. El primer punto que Tomás establece es la neta distinción entre razón y fe. En su opinión son dos caminos independientes y autónomos. La fe conoce de arriba abajo, partiendo de la revelación divina, mientras que la razón conoce de abajo arriba, partiendo de los datos de los sentidos.

      En segundo lugar nuestro filósofo afirma que estos dos caminos no pueden ser contradictorios, es decir, las verdades de la fe y de la razón no se contradicen, ya que la verdad es una sola y solo lo falso es lo contrario de lo verdadero.

      Como tercer punto marca una zona de confluencia. Esto significa que aunque Tomás de Aquino reconoce la existencia de una verdad total, establece dentro de esta varios tipos de verdades. Vamos con ellas.

      Habrá verdades que se alcancen solo por medio de la razón, como por ejemplo, a cuántos grados equivalen los tres ángulos de un triángulo. Estas son las verdades naturales.

      Por otra parte habrá verdades que se alcanzarán exclusivamente mediante la fe, ya que no son asequibles a la razón humana. A estas las llama Tomás de Aquino artículos de fe; son verdades como la Encarnación o la Trinidad y se encuentran en la revelación divina, es decir, en los textos sagrados.

      Llegamos así a la zona de confluencia, y es que existe un tercer tipo de verdades que serán accesibles por ambos caminos, tanto por medio de la fe como por medio de la razón. Tomás denomina a estas verdades preámbulos de la fe y entre ellas está la existencia de Dios que, además de ser revelada por el propio Dios, puede demostrarse racionalmente tal y como intentó nuestro filósofo por medios de sus famosas cinco vías.

      Ahora bien, como ya hemos dicho antes, independientemente de la alternativa que se elija tendremos que llegar a la misma solución. Si esto no ocurre, entonces el razonamiento estará mal hecho, ya que la fe —como Mourinho y Guardiola—, no puede equivocarse. De esta forma, aunque Tomás otorga cierta autonomía a la razón, esta autonomía no dejar de ser limitada, ya que la fe tiene siempre la última palabra.

      Como consecuencia de este planteamiento que establece la zona de confluencia, el último punto define que la teología es una ciencia mixta. Por lo tanto esta podrá ayudarse de la filosofía o lo que es lo mismo, la fe podrá apoyarse en la razón para alcanzar su objetivo, que en el fondo no es otro que la única y absoluta verdad para un cristiano: la existencia de Dios.

      Así pues el de Aquino pensaba que fe y razón son dos caminos distintos pero compatibles para alcanzar un fin común.

      Fe y razón: dos caminos hacia la victoria

      La fe y la razón son también dos alternativas válidas para que en el fútbol los equipos alcancen su propio fin, que no es otro que la victoria en el terreno de juego.

      Se puede ganar utilizando la estrategia, la lógica, la razón y también apelando a la fe, a la heroica, a la confianza en una idea. Incluso podríamos ir más lejos y afirmar que en determinados partidos habrá que echar mano de las dos alternativas a la vez, estableciendo así nuestra propia zona de confluencia futbolística.

      Al igual que para Tomás había ciertas verdades naturales que eran asunto exclusivo de la razón, hay del mismo modo determinados partidos que, como decía, se ganan apelando a la lógica, a lo racional. Estos partidos son fundamentalmente aquellos que se disputan en competiciones domésticas y que no tienen un plus extra de motivación. Me refiero sobre todo a los partidos de Liga.

      En estos encuentros lo que prima es la rutina, la estrategia, lo que el entrenador ha establecido es su pizarra antes del encuentro. Son partidos, en cierto modo, monótonos, pero no necesariamente en el sentido de que sean aburridos de ver, sino más bien en el sentido de que cada jugador hace lo que debe y cuando debe, de acuerdo con un plan establecido de antemano. En este caso hablamos de partidos lógicos, lógicos de logos, es decir de razón, de orden, que es lo que prima en ese tipo de enfrentamientos.

      Sin olvidar sus peculiares características los equipos salen al campo ordenados y siguiendo las directrices de su técnico y así intentarán mantenerse el mayor tiempo posible.

      Cuando los que se enfrenten en este tipo de partidos son dos equipos de nivel similar intentarán por todos los medios no cometer errores. El planteamiento dependerá del tipo de jugadores que tengan en su plantilla. Algunos

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