Platón en Anfield. Serafín Sánchez Cembellín

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Platón en Anfield - Serafín Sánchez Cembellín Logoi

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mucho en nuestro favor...

      Todos sabemos que un edificio puede tardar varios años en ser construido, pero solo minutos en ser destruido. Lo cierto es que con la entropía aumenta el desorden y esto tiene que ver con el hecho de que la energía se conserva, pero en cualquier proceso siempre pasa de formas más útiles a menos útiles. Un ejemplo de esto último es el hecho de que cuando quemamos carbón o gas una parte de la energía del combustible es dispersada en forma de calor a la atmósfera, donde ya no puede ser recuperada para realizar ningún trabajo útil. Si tomamos como sistema a todo el universo, habría que considerarlo como un sistema aislado en el que la entropía está aumentando constantemente, por lo tanto el universo estará cada vez más desordenado, o lo que es lo mismo, la energía que contiene será cada vez más sucia y menos utilizable.

      La entropía no puede detenerse, ya que si bien es cierto que podemos restaurar el orden de un sistema, la energía que utilizamos para ello es siempre mayor que la que recuperamos, de tal forma que a nivel general la entropía siempre aumenta.

      Así pues si aplicamos la segunda ley de la termodinámica al universo entero las consecuencias parecen claras. Las estrellas agotarán su combustible nuclear, las galaxias dejarán de brillar y el universo se hundirá en la oscuridad, acercándose a su muerte definitiva por ausencia de calor cuando la temperatura esté muy próxima al cero absoluto.

      Entonces ya no habrá ninguna posibilidad de formar algo nuevo en el universo.

      Permitidme ahora el atropello de aplicar estas leyes de la termodinámica, fundamentalmente la segunda, al ámbito futbolero. Una primera consecuencia, en la que creo que todos estaríamos de acuerdo, es que en muchos equipos de fútbol se produce este proceso entrópico que, en la mayoría de los casos, les conduce desde el orden hasta el desorden haciéndoles perecer en el mismo.

      Esto es algo que podemos apreciar con claridad cuando un equipo pequeño o mediano se enfrenta con uno grande. El orden es importante para los dos, pero solo es vital para uno de ellos, el de menor calidad.

      El equipo más poderoso puede prescindir del orden, es más, en algún momento incluso le vendrá bien hacerlo puesto que así podrá liberar la creatividad de algunas de sus mejores estrellas. Sin embargo, para el equipo más pequeño el orden es esencial, es la única forma de sobrevivir a la avalancha de calidad y juego que se le viene encima. En muchos casos hemos visto cómo este se mantiene al principio. Durante los primeros minutos cada jugador ocupa correctamente su posición, el equipo está junto, no hay distancias entre líneas, se producen los relevos con relativa fluidez y si un lateral sube por causalidad, siempre hay un centrocampista que le cubre las espaldas.

      El problema surge en la medida en que el tiempo comienza a transcurrir y el cansancio hace mella en los jugadores del equipo más modesto. Entonces gran parte de la energía de la que disponían los jugadores se va dispersando en formas menos útiles, y poco a poco el desorden, la entropía empieza a hacer de las suyas y a instalarse en el césped.

      Así pues el desorden crece en ambas filas, pero donde más se aprecia es en el equipo modesto porque es el que tiene que defender, es el que no tiene el balón. Los desajustes son cada vez más claramente perceptibles. La presión decrece, las líneas se separan y los relevos ya no son tan perfectos como lo eran al principio. Surgen los espacios y no olvidemos que la entropía es la propiedad que cuantifica el desorden molecular de un sistema. Pues bien, a más espacios más desorden, y a la inversa, a más desorden más espacios.

      A partir de aquí el entrenador de los modestos se desespera, ve que el equipo rival le llega en avalanchas y que el final es tan claramente predecible como el final del universo. La pelota ya no se saca con la claridad de antes y a los jugadores se les viene encima la oscuridad cada vez que tienen el balón en sus botas, la misma oscuridad en la que perecerá el universo cuando se apaguen sus estrellas.

      Decíamos que hay más espacios; en estas circunstancias, el que no necesita el orden para sobrevivir, el poderoso, tira de clase, de calidad. Sus futbolistas ven como el campo, al igual que el cosmos, se expande cada vez más deprisa dominado por una extraña energía oscura, pero como he dicho antes, aquí no son las galaxias, sino las líneas de presión las que se separan. Necesariamente y como la crónica de una muerte anunciada, al final, ese centrocampista de calidad innata encuentra el hueco y deja al delantero delante del portero rival. Se abrió la lata.

      A partir de ahí todo va de mal en peor. La moral de los jugadores se resquebraja —entiéndase que utilizo aquí este término como sinónimo de autoestima o de confianza—, y esto introduce un factor de aleatoriedad que favorece el incremento de la entropía. El entrenador intentará ralentizar este proceso y se ayudará de todos los factores a su alcance. Utilizará el descanso, hará los cambios que crea más necesarios en función de las necesidades del equipo, tal vez con esto consiga por un tiempo aminorar el proceso, pero nunca podrá detenerlo.

      El desorden, el incremento de la entropía, continuara su inexorable avance hasta provocar la muerte futbolística del equipo más humilde.

      Por supuesto el fútbol no es una ciencia exacta, eso provoca que algunos equipos que viven en el orden y además están rodeados de calidad como Italia, consigan hacer frente a la entropía durante un período mayor, pero considerado el sistema en general, esta finalmente triunfa, porque de lo contrario los azzurri serían siempre campeones del mundo.

      En definitiva, en el fútbol, como en el universo, la entropía siempre aumenta. Esta es la pesadilla de los entrenadores como la segunda ley de la termodinámica es la de los científicos.

      5

      Se admite convencionalmente que la Edad Media es la etapa histórica propia del occidente europeo que comienza tras la caída del Imperio romano, en el siglo v, y acaba a comienzos del siglo xv. Es evidente que la Edad Media es una época con sus aspectos positivos y negativos, con sus luces y sus sombras. Pero lo que es indudable es que a lo largo de la misma se produjo un retroceso de la cultura con respecto al mundo grecorromano.

      Bien es verdad que a lo largo de esta dilatada etapa existieron importantes pensadores, como Tomás de Aquino, Agustín de Hipona y tantos otros. Pero lo cierto es que la cultura quedó confinada a los monasterios, donde los monjes, que desde luego no se aburrían, además de cultivar la tierra, leían y copiaban sus valiosos códices. En realidad, hay que esperar a la segunda parte de la Edad Media, con el surgimiento de las universidades, para que el nivel cultural empiece a recuperar el terreno perdido.

      En cualquier caso es preciso reconocer que Occidente es, culturalmente hablando, heredero de dos tradiciones claramente diferenciadas: la grecolatina por una parte y la judeocristiana por otra.

      La primera es Grecia y Roma, y representa claramente el triunfo de la razón. La segunda se basa en las enseñanzas del cristianismo instituidas a partir de la predicación de Jesús de Nazaret y tienen mucho más que ver con el valor de la fe.

      Estas dos tradiciones chocaron al principio en el contexto europeo de la época, y chocaron porque tenían una visión muy distinta de las cosas. Pero

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