El profeta pródigo. Timothy Keller

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El profeta pródigo - Timothy Keller

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un Dios bueno dar a una nación así la más remota oportunidad de experimentar su misericordia? ¿Por qué diantres ayudaría Dios a los enemigos de su pueblo?

      Quizás el elemento más sorprendente de este relato es a quién Dios eligió enviar. Era “Jonás el hijo de Amitay”. No nos da más contexto, lo que significa que no necesitaba que lo presentasen. 2 Reyes 14:25 nos dice que Jonás ministró durante el reinado del rey Jeroboam II de Israel (786 – 746 a. C.). En ese pasaje descubrimos que, al contrario que los profetas Amós y Oseas, que criticaron el gobierno del rey por su injusticia e infidelidad, Jonás había apoyado la política militar agresiva de Jeroboam para extender el poder y la influencia de la nación. Los lectores originales del libro de Jonás le recordarían como un partidario nacionalista realmente patriota.5 Y estarían asombrados de que Dios enviase a un hombre como este a predicar a las personas que más temía y odiaba.

      Nada en esta misión tenía sentido. De hecho, casi parecía un complot maligno. Si a un israelita se le hubiese ocurrido esta idea, como poco, lo hubiesen rechazado y, en el peor de los casos, lo habrían ejecutado. ¿Cómo podría pedir Dios a nadie que traicionase los intereses de su país de este modo?

      Rechazar a Dios

      Como una parodia intencionada del llamamiento de Dios de “Anda, ve a la gran ciudad de Nínive”, Jonás se “fue” para ir en dirección contraria (versículo 3). Se cree que Tarsis se situaba en el borde occidental más lejano del mundo que conocían los israelitas del momento.6 En pocas palabras, Jonás hizo exactamente lo opuesto a lo que Dios le había dicho que hiciera. Dios le dijo que fuera al este, él fue al oeste. Tenía que haber viajado por tierra, Jonás fue por mar. Enviado a una gran ciudad, compró un billete solo de ida al final del mundo.

      ¿Por qué se negó a ir a Nínive? El razonamiento completo y todos los motivos de Jonás los expresa con sus propias palabras más adelante en el libro. Pero, en este momento, el texto nos invita a que tratemos de adivinarlo. Sin duda, podemos imaginar que para Jonás la misión no tenía ningún sentido práctico ni teológico.

      Dios describe a Nínive aquí y más adelante como una “gran” ciudad y, de verdad, lo era. Era una gran potencia militar y cultural. ¿Por qué el pueblo escucharía a alguien como Jonás? Por ejemplo, ¿cuánto hubiese durado un rabí judío en 1941 si hubiese ido por las calles de Berlín y hubiese llamado a los nazis a arrepentirse? En el nivel más práctico, las posibilidades de éxito eran nulas y la probabilidad de morir muy alta.

      Jonás tampoco habría sido capaz de ver ninguna justificación teológica para esta misión. Unos años antes, el profeta Nahúm había profetizado que Dios destruiría Nínive debido a su maldad.7 Jonás e Israel habrían aceptado que la predicción de Nahúm tenía todo el sentido del mundo. ¿No era a través de Israel, el pueblo elegido y amado por Dios, que estaba llevando a cabo sus propósitos en el mundo? ¿No era Nínive una sociedad malvada que chocaba con el Señor? ¿No era Asiria demasiado violenta y opresora, incluso para esa época? No había duda alguna de que Dios la destruiría, era obvio y algo fijo (habría pensado Jonás). Entonces, ¿por qué Dios dio este llamamiento a Jonás? Si la misión a Nínive tenía éxito, ¿no destruiría las promesas de Dios a Israel y demostraría que Nahúm era un falso maestro? Por tanto, ¿qué posible justificación tenía esa tarea?

      Desconfiar de Dios

      Jonás tenía un problema con la tarea que debía realizar. Sin embargo, tenía uno aún mayor con aquel que se la había encargado.8 Jonás concluyó que, debido a que él no lograba ver ninguna buena razón para el mandato de Dios, es que no existía ninguna. Jonás dudó de la bondad, la sabiduría y la justicia de Dios.

      Todos hemos pasado por esta experiencia. Estamos sentados en el consultorio médico estupefactos por el informe de la biopsia. Nos desesperamos por encontrar un trabajo decente después de que nuestra última oportunidad haya desaparecido. Nos preguntamos por qué la supuesta relación romántica perfecta, la que siempre quisimos y pensamos que nunca sería posible, se ha roto y destruido. ¡Pensamos que si Dios existe, no sabe lo que está haciendo! Incluso cuando dejamos a un lado las circunstancias de nuestras vidas y nos centramos en las enseñanzas mismas de la Biblia, parece, sobre todo a las personas modernas, que están llenas de reivindicaciones que no tienen ningún sentido.

      Cuando esto ocurre, tenemos que decidir: ¿es Dios quien sabe lo que es mejor o somos nosotros? Y, por defecto, el corazón humano sin ayuda siempre decide que somos nosotros. Dudamos de que Dios sea bueno o de que se preocupe por nuestra felicidad, por lo que, si no podemos ver un buen motivo en lo que Dios dice o hace, entonces asumimos que es que no existe ninguno.

      Esto es lo que Adán y Eva hicieron en el jardín. El primer mandato divino fue: “y le dio este mandato: ‘Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás’” (Génesis 2:16-17). Allí estaba el fruto y parecía muy “bueno […], tenía buen aspecto y era deseable” (Génesis 3:6); sin embargo, Dios no había dado ninguna razón por la que estuviese mal comerlo. Adán y Eva, al igual que Jonás muchos años después, decidieron que, si no podían pensar en una buena razón por la que Dios dio esa orden, entonces no podía haber ninguna. No confiaron que Dios tuviese en cuenta sus mejores intereses. Así que comieron.

      Dos maneras de huir de Dios

      Jonás huye de Dios. Pero, si damos un paso atrás y observamos la totalidad del libro, Jonás nos enseñará dos estrategias distintas para escapar de Dios. Pablo las describe en Romanos 1-3.

      Primero, Pablo habla de quienes simplemente rechazan a Dios abiertamente y “se han llenado de toda clase de maldad, perversidad, avaricia y depravación” (Romanos 1:29). No obstante, en el capítulo 2, habla de los que tratan de seguir la Biblia. “Dependes de la ley y te jactas de tu relación con Dios; que conoces su voluntad y sabes discernir lo que es mejor porque eres instruido por la ley” (Romanos 2:17-18). Entonces, después de observar tanto a los gentiles paganos e inmorales como a los judíos moralistas que creen en la Biblia, concluye con una notable síntesis: “No hay un solo justo, ni siquiera uno […]. Todos se han descarriado” (Romanos 3:10-12). Un grupo trata de seguir con diligencia la ley de Dios y el otro la ignora y, sin embargo, Pablo dice que ambos “se han descarriado”. De forma distinta, ambos están huyendo de Dios. Todos sabemos que podemos huir de Dios siendo inmorales e irreligiosos, pero Pablo dice que también es posible evitar a Dios siendo muy religioso y moral.

      El ejemplo clásico en los Evangelios de estas dos maneras de huir de Dios se halla en Lucas 15, la parábola de los dos hijos.9 El hermano menor trata de escapar del control del padre tomando su herencia, marchándose de casa, rechazando todos los valores morales de su padre y viviendo como le da la gana. El hermano mayor se quedó en casa y obedeció a su padre en todo, pero, cuando su padre hizo algo con las riquezas que quedaban que a él no le gustó, explotó su enfado contra su padre. En este punto, es obvio que tampoco le amaba.

      El hermano mayor no obedecía por amor, sino solo como una manera, según creía, de que su padre estuviese en deuda con él y pudiese controlarle para que hiciese lo que le pidiese. Ninguno de los dos hijos confiaba en el amor del padre. Ambos trataban de encontrar maneras de escapar de su control. Uno lo hacía al obedecer todas las normas del padre; el otro, al desobedecerlas todas.

      Flannery O’Connor describe a uno de sus personajes ficticios, Hazel Motes, como que sabía que “la manera de evitar a Jesús era evitando el pecado”.10 Creemos que, si cumplimos con la religión, somos virtuosos y buenos, entonces hemos pagado nuestra deuda, por así decirlo. Ahora, Dios no nos puede

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