El profeta pródigo. Timothy Keller

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El profeta pródigo - Timothy Keller

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y esencial para su identidad como la raza y la nacionalidad. Muchas personas en el mundo añaden la religión, por así decirlo, a su identidad étnica, que es la más importante para ellos. Por ejemplo, alguien podría decir: “¿Cómo? Por supuesto que soy luterano, ¡no ves que soy noruego!”, aunque luego nunca vaya a la iglesia.

      El hecho de que la raza era más importante para Jonás que su fe en la imagen que tenía de sí mismo explicaría por qué se oponía tanto a llamar a Nínive al arrepentimiento. La posibilidad de llamar a otras naciones a tener fe en Dios no podría ser atrayente bajo ningún concepto para alguien con una identidad espiritualmente superficial. La relación de Jonás con Dios no es tan fundamental para su sentido personal como la raza. Por esa razón, cuando la lealtad a su pueblo y la lealtad a la palabra de Dios parecen estar en conflicto, decide apoyar a su nación en lugar de llevar el amor y el mensaje de Dios a una sociedad nueva.

      Por desgracia, muchos cristianos hoy en día tienen esta misma actitud. Y no es solo consecuencia de recibir una educación deficiente o de ser cerrado de mente en el plano cultural. Por el contrario, su relación con Dios a través de Cristo no ha llegado hasta lo profundo de sus corazones. Del mismo modo que en la vida de Jonás, Dios y su amor no son la capa central de su identidad. Por supuesto, la raza no es lo único que puede bloquear el desarrollo de la autocomprensión cristiana. Por ejemplo, es posible que creas de forma sincera que Jesús murió por tus pecados, pero tu valor y seguridad pueden basarse más en tu carrera y tu dinero en lugar de en el amor de Dios a través de Cristo.

      Las identidades cristianas superficiales explican por qué cristianos profesos pueden ser racistas y materialistas avariciosos, adictos a la belleza y al placer o llenos de ansiedad y propensos a trabajar en exceso. Todo esto se debe a que el amor de Cristo no es la base de nuestra identidad, sino que lo son el poder, la aprobación, el bienestar y el control de este mundo.

      Una identidad que se ciega a sí misma

      Una identidad superficial es también la que impide que veamos cómo somos en realidad. Aquí está Jonás, un profeta de Dios con una posición privilegiada en la comunidad del pacto, que a cada paso está obcecado, absorto en sí mismo, es intolerante y ridículo. Sin embargo, parece que no se da cuenta de ello. De hecho, parece estar más ciego que nadie ante cualquiera de sus defectos. ¿Cómo puede ser así?

      Jonás nos recuerda a otro personaje bíblico: Pedro. También ocupaba un lugar de privilegio en la comunidad de la fe. Era uno de los amigos íntimos de Jesús y estaba bastante orgulloso de ello. Antes de que arrestasen a Jesús, Pedro prometió que, si llegaba la persecución, aunque los otros discípulos abandonasen a Jesús, él no lo haría (Juan 13:37; Mateo 26:35). De hecho, dijo: “Mi amor y mi devoción por ti son mayores que los de cualquier otro discípulo. Seré más valiente que nadie, ocurra lo que ocurra”. Sin embargo, resultó ser el mayor cobarde de todos, que negó a Jesús en público tres veces. ¿Cómo podría Pedro estar tan ciego ante la realidad de quién era?

      La respuesta es que la identidad más básica de Pedro no se basaba tanto en el amor gratuito de Jesús por él, sino en su compromiso y amor por Jesús. Su amor propio se basaba en el nivel de compromiso a Cristo que pensó que había alcanzado. Tenía confianza ante Dios y la humanidad debido a que, según él creía, era un seguidor de Cristo totalmente comprometido. Hay dos resultados de una identidad así.

      El primer resultado es una ceguera ante quiénes somos de verdad. Si sientes que tienes valor por lo valiente que eres, será traumático admitir la más mínima expresión de cobardía. Si te apoyas en tu coraje, cualquier síntoma de flaqueo significará que ya no eres “tú”. Sentirás que no tienes ningún valor. En realidad, si basas tu identidad en cualquier tipo de logro, bondad o virtud, tendrás que vivir negando la intensidad de tus fracasos o carencias. No tendrás una identidad lo suficientemente segura como para admitir tus pecados, debilidades o defectos.

      El segundo resultado es sentir hostilidad, en lugar de respeto, hacia las personas que son diferentes. Cuando vinieron a arrestar a Jesús, aunque Jesús les había avisado en numerosas ocasiones de que esto ocurriría, Pedro sacó una espada y cortó la oreja de uno de los soldados. Cualquier identidad que se basa en nuestros propios logros y rendimiento es inestable. Nunca estás seguro de haber hecho suficiente. Eso significa, por una parte, que no puedes ser sincero contigo mismo respecto a tus propios defectos. Sin embargo, también significa que tienes que reafirmar tu identidad contrastándola (y siendo hostil) con aquellos que son diferentes.

      Pedro y Jonás estaban orgullosos de su devoción religiosa y basaban su propia imagen en los logros espirituales. Como resultado, ambos estaban ciegos a sus defectos y a su pecado, y eran hostiles con aquellos que eran diferentes. Jonás no muestra ninguna preocupación por la grave situación espiritual de los ninivitas, ni ningún interés por trabajar junto a los marineros paganos por el bien de todos. Trata a los paganos no solo como personas diferentes, sino como “extraños”, “los otros”, y participa en distintos tipos de exclusión.

      Una identidad que excluye

      Lo que Jonás está haciendo se ha denominado por algunos como enajenación del otro. Categorizar a otra persona como el Otro es centrarse en las maneras en las que son diferentes a uno mismo, centrarse en sus singularidades y reducirles a esas características hasta deshumanizarles. Entonces podemos decir: “Ya sabes cómo son”, de manera que no tenemos que vincularnos con ellos. Esto provoca que podamos excluirlos de diferentes maneras: simplemente ignorándolos, obligándolos a creer y practicar lo mismo que nosotros, forzándolos a vivir en ciertos barrios pobres o expulsándolos sin más.5

      Los lectores empezamos a ver que Jonás necesita desesperadamente la misericordia de Dios que tanto le desconcierta.

      Bajo el poder de la gracia de Dios, su identidad tendrá que cambiar, así como la nuestra.

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