Visión de futuro. Steven Johnson

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Visión de futuro - Steven Johnson

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de todas las variables y de las posibles trayectorias de que disponemos, hacemos predicciones acerca de adónde nos pueden llevar todas esas diferentes trayectorias teniendo en cuenta las variables que están en juego y llegamos a la conclusión de que debemos tomar una decisión sobre la trayectoria, sopesando los diversos resultados y cotejándolos con los objetivos que perseguimos en su conjunto. Los primeros tres capítulos exploran diferentes técnicas que se pueden utilizar para tomar decisiones en grupo, siguiendo aproximadamente la secuencia que la mayoría de las trayectorias de toma de decisiones desarrollan: mapear, predecir y, en última instancia, tomar la decisión. Los dos últimos capítulos abordan de manera más especulativa las decisiones tomadas en los dos extremos: las decisiones masivas sobre temas más amplios, como aquella a la que nos enfrentamos en la lucha contra el cambio climático, y las decisiones personales, como la que Darwin abordaba en su cuaderno.

      Hay una escena maravillosa en la primera mitad del libro ­Middlemarch, de George Eliot, que refleja las dificultades de la toma de decisiones complejas. (Volveremos a Middlemarch y a una decisión aún más famosa en el último capítulo del libro). La escena transcurre con el monólogo interior de un joven y ambicioso médico llamado Tertius Lydgate en la década de 1830 en Inglaterra, sopesando una decisión de grupo que le resulta muy incómoda: si reemplazar al amable vicario local, Camden Farebrother, por un nuevo capellán llamado Tyke, que cuenta con el apoyo de Nicholas Bulstrode, el banquero beato de la ciudad, que es la principal fuente de financiación para el hospital de Lydgate. Lydgate ha entablado amistad con Farebrother, aunque desaprueba el hábito de juego del vicario. A medida que se aproxima el momento de la reunión del consejo municipal, se apresura a analizar sus opciones:

      Lo que llama la atención aquí es, en primer lugar, el matiz del retrato de la mente decisoria: todas esas «presiones hilvanadas» dibujadas con gran detalle. (De hecho, el extracto anterior es solo una muestra de cómo aborda Eliot las reflexiones de Lydgate sobre esta decisión concreta, que ocupa la mayor parte de un capítulo). Pero las propias presiones se originan con fuerzas más amplias y variadas que la mente individual. Solo en este párrafo, Lydgate se debate entre su amistad personal con Farebrother; sus objeciones morales a la debilidad de este por las cartas; el estigma social de que los demás piensen que, a la hora de votar, se pone del lado de su patrón; el coste económico de que parezca que pueda estar traicionando a su patrocinador en un foro público; la amenaza que representa para sus ambiciones intelectuales si Bulstrode se vuelva contra él; y las oportunidades que ofrece para la mejora de la salud de la población de Middlemarch, gracias a su creciente conocimiento científico acerca de las «distintas fiebres». La elección en sí es binaria: Farebrother o Tyke. Pero la variedad de factores que dan forma a la decisión está dispersa a través de múltiples escalas, desde la intimidad de la conexión personal hasta las tendencias a largo plazo en la ciencia médica. Y la decisión se complica aún más por el hecho de que el propio Lydgate tiene objetivos contradictorios: quiere que se financie su hospital, pero no desea que la comunidad se burle de él por adular al banquero para ganarse su favor.

      En el atormentado monólogo interior de Lydgate se puede ver una mente que lucha tanto en la fase de mapeo como en la fase predictiva de una decisión difícil: pensando en todas las capas de la decisión y especulando sobre lo que sucederá si toma una decisión en lugar de otra. En su cabeza, al igual que en la lista de pros y contras de Darwin, las dos fases se funden en una sola. Pero resulta que nos va mucho mejor cuando consideramos esos dos tipos de problemas por separado: mapear la decisión y todas sus «presiones encadenadas» y luego predecir los resultados futuros que esas presiones probablemente crearán.

      Los escépticos podrían argumentar, no sin razón, que hay algo acerca de las decisiones complejas que fundamentalmente se resiste a las recetas de talla única. Simplemente hay demasiadas variables, interactuando de manera no lineal, para luchar contra ellas en patrones predecibles. La complejidad del problema lo hace singular. Cada decisión a largo plazo es un copo de nieve, o una huella dactilar: única, que nunca se repite, tan diferente de sus semejantes que no podemos clasificarla en categorías de fórmulas. Esta es la posición que el príncipe Andrei de Tolstói adopta en un memorable pasaje de Guerra y paz, desafiando la «ciencia de la guerra» que los generales rusos creen haber dominado. Anticipándose al discurso del premio Nobel de Herbert Simon, el príncipe Andrei pregunta: «¿Qué teoría o ciencia es posible cuando las condiciones y circunstancias son desconocidas y las fuerzas activas no se pueden determinar?».

      Tolstói pretendía que la pregunta fuera retórica, pero este libro se puede considerar como un intento de darle una ­respuesta adecuada a esa pregunta. Parte de la respuesta radica en que la ciencia nos ha dotado de herramientas para percibir mejor los matices de situaciones complejas, herramientas que no existían en la época de Tolstói o Darwin. El hecho de que cada huella dactilar sea única no ha impedido que los científicos comprendan cómo se forman las huellas dactilares o incluso por qué adoptan formas tan impredecibles. Pero el progreso más importante en la ciencia de las huellas dactilares proviene de los avances exponenciales en nuestra capacidad de distinguirlas todas, discerniendo los giros únicos que diferencian la huella de una persona de la de otra. La ciencia no siempre comprime la enorme complejidad del mundo en fórmulas compactas, como los planificadores militares de Tolstói intentaron comprimir el caos del campo de batalla en la «ciencia de la guerra». A veces la ciencia, por el contrario, amplía información, ayudándonos así a captar los detalles de la vida, todos aquellos detalles que podrían escapar a un ojo menos atento. Y, en la medida en que este libro se basa en la investigación científica para la toma de decisiones, se apoya en esa forma de ampliar información, en estudios que nos ayudan a ver más allá de nuestros prejuicios, estereotipos y primeras impresiones.

      Pero otra parte de la respuesta a la pregunta del príncipe Andrei implica admitir que tiene algo de razón: lo que la lente científica puede revelar sobre toda la gama de experiencias humanas, ya sea que esas experiencias se desarrollen en el campo de batalla o en una reunión del consejo de un pueblo pequeño en la que se debate a quién elegir para que sea el próximo vicario, tiene sus límites. En esos ambientes, como dijo Tolstói, «todo depende de innumerables condiciones, cuyo significado se hace patente en un momento dado, pero nadie puede saber cuándo llegará ese momento». Una vida humana individual es un cóctel único de casualidad y circunstancias, que se hace aún más complejo cuando se ve embrollado, como siempre ocurre, por otros espíritus. Y cuando se reduce todo eso a la química, hay cosas que se pierden.

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