La dignidad. Donna Hicks

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La dignidad - Donna Hicks

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de amor, cuando no nos podemos proteger de ellos, sea por medios violentos o no violentos, algo muere adentro de nosotros – nuestras almas son asesinadas. Todo esto está implícito en el doble sentido de la palabra que más directa y literalmente se refiere tanto a la muerte del propio ser como a aquello que causa esa muerte: la palabra mortificación, que a la vez significa humillación y causar la muerte.1

      Es éste el aspecto crítico de la experiencia humana que la distinguida sicóloga Doctora Donna Hicks aborda con brillantez y sensibilidad en este extraordinario libro, que he tenido el privilegio de traducir al español, y ahora tengo el doble privilegio de presentar al público hispano-parlante a través de este Prólogo Crítico.

      Con profunda comprensión de las raíces neurobiológicas, sociales y culturales de las actitudes y del comportamiento humano, la Doctora Hicks brinda al lector una muy valiosa oportunidad para entender cómo y por qué podemos ser tan profundamente dañinos unos con otros, como con frecuencia lo somos, y un enfoque altamente persuasivo, que ella ha llamado el Modelo de la Dignidad, a cómo aprender a evitar ser causantes de nuevas heridas, y a sanar las que ya hemos causado.

      Los elementos esenciales de esa capacidad humana para hacer daño son las que la autora describe como “violaciones de la dignidad”, aquellas acciones y palabras con frecuencia inconscientes (y, lamentablemente, otras veces, plenamente conscientes e intencionales) con las cuales lastimamos los sentimientos, la auto-estima y el sentido de propia dignidad de otros. A través del sensible relato y la clara explicación de múltiples historias que se han dado en diversos contextos interpersonales, institucionales y culturales, la Doctora Hicks nos ayuda a tomar consciencia de, y a comprender mejor, por un lado las muchas maneras en las que podemos tener efectos devastadores en las realidades sicológicas y emocionales de los demás y, por otro, lo que necesitamos aprender para no ser violadores sistemáticos tanto de nuestra propia dignidad como de la de los demás.

      La poderosa obra de la Doctora Hicks descansa sobre varias piedras angulares conceptuales. Primero, la definición que propone:

      La dignidad en un estado interno de paz que viene con el reconocimiento y la aceptación del valor y de la vulnerabilidad de todo ser viviente.2

      Luego, una distinción crítica:

      La dignidad es diferente del respeto. La dignidad es un derecho innato. Tenemos poca dificultad con ver eso cuando nace una criatura; no cabe duda de la valía de los niños. Si solo pudiésemos mantener viva esa verdad acerca de los seres humanos a medida que se vuelven adultos, si solo pudiésemos seguir sintiendo que valen, entonces sería tanto más fácil tratarlos bien y protegerlos de daños. (…)

      Aunque estoy de acuerdo con que todo ser humano merece que se respete su humanidad, muchos seres humanos con frecuencia se comportan de maneras que causan daño a otros, lo cual hace difícil respetarlos por lo que han hecho. Distingo entre una persona, que merece respeto, y las acciones de esa persona, que pueden o no merecerlo.3

      Y tercero, una admonición crítica:

      Demanda un esfuerzo aprender a honrar la dignidad de otros. (…) Aprendemos a honrarla en las interacciones diarias con nuestros seres queridos y también con extraños, cómo mantener nuestra propia dignidad luchando contra las fuerzas interiores que nos tientan a actuar de mala manera, y cómo resolver conflictos y reconciliarnos con otros a través del reconocimiento de su inherente valor.4

      Éste es un libro extremadamente importante, las semillas del cual nacieron en el curso de la distinguida carrera de Donna Hicks como importante y altamente respetada experta en el desafiante arte de intervenir, como tercera parte, en conflictos altamente escalados y de difícil solución incluidos el Israelí-Palestino, los de Sri Lanka, Irlanda del Norte, Camboya, Siria y Libia, y aquel entre los Estados Unidos y Cuba. Al relatar, en su Prefacio, sus experiencias con “la estructuración de diálogos entre partes en guerra”, comenta:

      Nunca dejó de asombrarme el hecho de que, aunque las personas que participaban en nuestros diálogos eran altamente inteligentes, eran finalmente incapaces de encontrar el camino para poner fin a las amargas confrontaciones que estaban devastando sus comunidades. Había algo más que les impedía resolver sus diferencias y dejarlas en el pasado.

      Como sicóloga, gravitaba naturalmente hacia las conversaciones no verbales que estaban teniendo lugar en la mesa de negociación —o tal vez, bajo la mesa. Siempre se daba una corriente subterránea paralela a la conversación sobre los temas políticos, una fuerza tan poderosa que podía descarrilar la resolución productiva de problemas en cuestión de segundos. Contracorrientes emocionales hacían estragos en las personas y en los procesos de diálogo. Eventualmente concluí que la fuerza detrás de estas reacciones era el resultado de insultos fundamentales a la dignidad.

      Sospecho que indignidades no nombradas ni expresadas eran los eslabones que faltaban para que pudiésemos comprender qué es lo que mantiene vivos a los conflictos. Las personas encuentran difícil dejar ir el hecho de haber sido maltratadas. Y si las indignidades no son directamente nombradas, aceptadas y compensadas —lo cual raramente ocurre en una mesa de negociación— adquieren una energía invisible propia, y se presentan como obstáculos a una acuerdo justo y equitativo. La gente necesita que se reconozca lo que han padecido. Y con lo comunes que son, las violaciones a la dignidad no han sido reconocidas adecuadamente como fuentes de sufrimiento humano.5

      Las violaciones de la dignidad están, en efecto, en el corazón de mucho de lo que hace que el conflicto humano con frecuencia resulte tan emocionalmente devastador. Del otro lado, la restauración, si se da, del sentido de la propia dignidad y de la de las contrapartes en conflicto conducirá casi inevitablemente a lo que, con maravillosa elocuencia, la Doctora Hicks describe como “momentos reverenciales”.6

      Comprender la dinámica de cómo tales “indignidades no nombradas ni expresadas” en efecto impactan el proceso del escalamiento de conflictos, su eventual des-escalamiento camino a su posible resolución y, más allá de ésta, la reconciliación entre las partes es, creo firmemente, esencial para todos quienes somos académicos o actuamos en el manejo y la resolución de conflictos. En el transcurso de tales intervenciones, nos enfrentamos constantemente a la ira, el resentimiento y los ánimos de venganza y, del otro lado, la necesidad de reconocimiento, comprensión y empatía de las partes. Nuestra capacidad para manejar adecuadamente todas esas necesidades y esos estados emocionales se ve enormemente mejorada por la lectura y la comprensión de lo que Donna Hicks presenta, explica y, sobre todo, recomienda.

      Los potenciales beneficios de leer este maravilloso libro no están, sin embargo, limitados a solo los especialistas en los varios tipos de intervención que podemos realizar las terceras partes en situaciones de conflicto. Toda persona —que salvo el ocasional ermitaño está en constante conflicto con otras personas— puede derivar enormes beneficios de leerlo, por al menos tres razones.

      Primero, la comprensión que la Doctora Hicks proporciona de lo que realmente ocurrió en las muchas ocasiones en las cuales otra persona violó la dignidad del lector puede contribuir grandemente a sanar las heridas que causaron esas violaciones. Esto es cierto principalmente porque las muy claras comprensiones que la Doctora Hicks ofrece de las emociones humanas, comenzando con nuestras predisposiciones neuro-biológicas, puede ayudar a las víctimas de violaciones a su dignidad a comprender que éstas no ocurrieron —como pueden con frecuencia haber sentido— porque habían hecho algo terriblemente malo, carecían de alguna virtud esencial, o simplemente no eran aptas para ser tratadas dignamente, sino porque los perpetradores de esas violaciones a su dignidad no habían desarrollado la madurez emocional, el auto-dominio y la consciencia de su obligación de honrar la dignidad de otros que habrían prevenido las dolorosas violaciones.

      Considere, por ejemplo, los incontables millones de

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