La dignidad. Donna Hicks

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La dignidad - Donna Hicks

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Sentí el poder que está detrás de escuchar profundamente, y los poderosos efectos de ver, oír y aceptar a los demás por lo que han sufrido. Me di cuenta de que brindar cuidado y atención a quienes han sufrido atrocidades innombrables les ayudaba a recuperar el sentido de su propio valor. Ofrecer cuidado y atención está, pienso ahora, en el corazón de lo que significa tratar a otros con dignidad. Vi que si la humillación nos destroza, la dignidad nos puede reconstruir. La dignidad se volvió el lente a través del cual el mundo adquirió sentido para mi a partir de ese momento.

      No debe sorprendernos, entonces, que llegué a comprender las experiencias traumáticas y emocionales de la guerra como ataques contra la dignidad de las personas. Pero lo que pronto descubrí es que las indignidades que las personas han sufrido no son las que enuncia la Declaración Universal ni otras convenciones de la ONU. Otras formas de violar la dignidad no se mencionan en esos profundos documentos. ¿Qué pasa con las maneras sicológicas en las que las personas experimentan heridas a su dignidad? ¿Qué pasa con ser excluido, incomprendido, tratado injustamente, menospreciado o considerado inferior sobre la base de algún aspecto de la identidad de uno acerca del cual uno no puede hacer nada?

      Después de mi trabajo en Camboya, regresé a la Universidad de Harvard como Subdirectora del Programa para el Análisis y la Resolución de Conflictos Internacionales en el Centro Weatherhead de Asuntos Internacionales. Ahí, mientras continuaba con la estructuración de diálogos entre partes en guerra, los temas de la dignidad y la indignidad y humillación permanecían vivos en mi mente. Nunca dejó de asombrarme el hecho de que, aunque las personas que participaban en nuestros diálogos eran altamente inteligentes, eran finalmente incapaces de encontrar el camino a ponerles fin a las amargas confrontaciones que estaban devastando sus comunidades. Había algo más que les impedía resolver sus diferencias y dejarlas en el pasado.

      Como sicóloga, yo gravitaba naturalmente hacia las conversaciones no verbales que estaban teniendo lugar en la mesa de negociación –o tal vez, bajo la mesa. Siempre se daba una corriente subterránea paralela a la conversación sobre los temas políticos, una fuerza tan poderosa que podía descarrilar la resolución productiva de problemas en cuestión de segundos. Contracorrientes emocionales hacían estragos en las personas y en los procesos de diálogo. Eventualmente concluí que la fuerza detrás de estas reacciones era el resultado de insultos fundamentales a la dignidad.

      Sospecho que las indignidades no nombradas ni expresadas eran los eslabones que faltaban para que pudiésemos comprender qué es lo que mantiene vivos a los conflictos. Las personas encuentran difícil dejar ir el hecho de haber sido maltratadas. Y si las indignidades no son directamente nombradas, aceptadas y compensadas —lo cual raramente ocurre en una mesa de negociación— adquieren una energía invisible propia y se presentan como obstáculos a una acuerdo justo y equitativo. La gente necesita que se reconozca lo que han padecido. Y con lo comunes que son, las violaciones a la dignidad no han sido reconocidas adecuadamente como fuentes de sufrimiento humano.

      Aunque comencé a escribir este libro pensando en mi comunidad de la resolución de conflictos, pronto se me hizo evidente que podría ser una guía útil para otros en el mudo de los negocios, las organizaciones, las escuelas y las familias –para cualquiera que esté interesado en mejorar la calidad de su vida y de sus relaciones.

      Al investigar lo que se ha escrito sobre el tema de la dignidad y del rol que le corresponde en el deterioro de las relaciones, me encontré con que hay sorprendentemente poca información nueva. Algunos estudiosos han escrito exhaustivamente sobre el rol de la humillación en el contexto del conflicto internacional, y otros han conectado incorrectamente a la dignidad con el respeto, pero en ningún lado pude encontrar un análisis extenso del tema de la dignidad escrito para el lector general.

      Mi tarea se vio dificultada aún más por la ausencia de una fuerte base teórica en la literatura desde la cual pudiera emprender mis investigaciones. Dado que no encontraba una base teórica, tuve que construir la mía propia. Una variedad de disciplinas contribuyó al desarrollo de lo que denomino el modelo de la dignidad, un enfoque a la comprensión del rol primario que tiene la dignidad en nuestras vidas individuales y en nuestras relaciones. Tomé ideas y percepciones de la sicología evolucionaria, el trabajo de William James, Immanuel Kant y otros filósofos, la neurociencia social, la sicología, la literatura sobre el trauma y la recuperación, y el campo de la resolución de conflictos. El resultado es una manera de comprender y de explicar por qué sentimos que la dignidad es tan importante para nosotros y por qué reaccionamos tan fuertemente cuando es violada.

      He diseñado este libro para reflejar las tres partes esenciales del modelo de la dignidad. La primera parte del libro introduce los elementos esenciales de la dignidad: diez maneras de honrar la dignidad en nosotros mismos y en otros. Estos elementos son los bloques constitutivos de relaciones sanas y constructivas. Esta sección consta de diez capítulos, cada uno de los cuales ilustra uno de los elementos y cómo ponerlo en práctica.

      La segunda parte del libro introduce las diez tentaciones: trampas que nos han puesto ciertos aspectos de nuestro legado evolutivo que nos colocan en riesgo de violar nuestra propia dignidad y la de otros. Los diez capítulos en esta sección se refieren a cada una de las tentaciones separadamente, explican la naturaleza de cada una y cómo manejarlas con efectividad.

      La tercera parte ilustra cómo usar el poder de la dignidad para reconstruir relaciones que se han roto y cómo promover la reconciliación. Cuenta la notable historia de cómo dos hombres de un lado y del otro del conflicto en Irlanda del Norte se reconciliaron después de que uno casi mata al otro. Ofrece una alternativa al perdón para promover la reconciliación, que permite que las partes de ambos lados reparen su relación a través de brindarse, mutuamente, dignidad.

      Aunque requiere esfuerzos aprender acerca de la dignidad y de cómo convertirla en un modo de vida, no puede haber mejor retorno sobre una inversión. He presentado el modelo a un suficiente número de personas en el mundo político internacional y en las comunidades de negocios, de la educación y religiosas como para saber que a todos nos preocupa ser tratados bien; cuando nos maltratan, sufrimos. Aprender a estar en relaciones en las cuales ambas personas sienten que se las ve, escucha, comprende, incluye y concede el beneficio de la duda puede volver fuerte una relación débil y hacer que una que funciona bien funcione aún mejor.

      Es difícil de articular la sensación de bienestar que una persona deriva de comprender el poder de la dignidad y de poner en práctica esa comprensión – se tiene que experimentar. Los beneficios de saber cómo brindar dignidad a otros y cómo mantener nuestra propia dignidad no son fáciles de computar. Conocemos su valor total cuando vemos nuestra propia dignidad reflejada en los ojos de los demás.

      Escribir este libro demandó más de lo que yo era capaz por mí misma. Innumerables personas han tenido algo que ver en ello, generosamente brindándome percepciones, aliento y apoyo y, tal vez lo más valioso, compartiendo mi fe en el poder de la dignidad.

      Tengo deudas de gratitud con las escritoras profesionales que me han ayudado en el camino – Rebecca Edelson, Patti Marxsen, Lisa Tener y Martha Murphy. También agradezco a amigos y colegas que han leído y releído múltiples versiones del libro. Sousan Abadian, José María Argueta, Susan Muzio Blake, Steven Bloomfield, Brian Butler, Carolyn Lazar Butler, Lisa Chambers, Amanda Curtin, Richard Curtin, Rebecca Dale, Wendy Denn, Paula Gutlove, Susan Hackley, Maria Hadjipavlou, Linda Hartling, Evelin Lindner, Rhoda Mergesson, Susan Colin Marks, Leonel Narvaez, Dave Nicoll, Win O’Toole, Tim Phillips, Jeff Seul y William Weisberg. De no haber sido por mis dos pasantes, Alesandra Molina y Catherine Smail, no estoy segura de que la idea del libro hubiese despegado. También tengo una enorme deuda de gratitud con Adam Levy por su asistencia en las investigaciones.

      Sería imposible

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