La dignidad. Donna Hicks

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adecuados para el mundo complejo e interdependiente en el cual vivimos actualmente. Cuando sentimos que algo está amenazando nuestro bienestar, nuestra reacción automática — una reacción inconscientemente detonada que usualmente sentimos que está fuera de nuestro control— es con frecuencia exagerada. En La Inteligencia Emocional, Daniel Goleman describe la experiencia de ser capturados por esa reacción automática como un “secuestro emocional”.17 Nuestros instintos de auto-protección están tan listos para responder en situaciones amenazantes que sentimos que nos dominan. El secuestro emocional nos sucede a todos. ¿Cuántas veces nos hemos dicho a nosotros mismos que no dejaremos que alguien nos irrite y luego, no obstante nuestras mejores intenciones, hemos terminado en una airada discusión? Es esto a lo que se refiere Goleman cuando dice que esas reacciones tienen el poder de secuestrar la mejor parte de nosotros mismos —la parte que quiere resolver las cosas de manera racional.

      La mayoría de amenazas a nuestro bienestar que percibimos hoy en día no son físicas, ni ponen en peligro nuestras vidas. Lo que más bien detona nuestros instintos de autoconservación es psicológico. Los detonantes son, en general, amenazas a nuestra dignidad. Con nuestros juicios negativos y nuestras críticas degradantes, tenemos la capacidad para impulsar a otros a que actúen violentamente.

      Las amenazas a la dignidad despiertan una reacción que nace en nuestro antiguo centro emocional, el cual actúa como si nuestras vidas estuviesen en riesgo, cuando en realidad no lo están. Cuando se activan, nuestros instintos no son capaces de distinguir entre una amenaza física y una amenaza psicológica. Todo lo que saben es que hemos sido objeto de un asalto y necesitamos estar preparados para la acción — reactiva, auto-protectora, defensiva, e incluso hasta violenta.

      La llave para comprender el rol que juegan las violaciones de la dignidad en nuestras vidas está en comprender este punto: aunque las condiciones externas y las resultantes amenazas han cambiado dramáticamente para nosotros en el siglo XXI, nuestras reacciones auto-protectoras innatas no han cambiado. La mayoría de nuestras actuales amenazas no vienen en la forma de animales salvajes en busca de alimentos. Las amenazas hoy en día vienen mayormente de seres humanos que se ocasionan violaciones mutuas, psicológicamente dolorosas.

      El efecto de este legado en las relaciones. Cuando percibimos que estamos siendo lastimados u ofendidos por otros —cuando alguien viola nuestra dignidad— nuestra programación mental de auto-protección instintiva nos dice que lo que más importa es nuestro propia bienestar y nuestra supervivencia, no la supervivencia de la relación. Cuando sentimos que alguien nos está lastimando por medio de una violación de nuestra dignidad, nuestros instintos nos dicen que reaccionemos tan intensamente como lo habrían hecho nuestros ancestros: huir o pelear.

      La mayoría de personas conocen el sentimiento de querer terminar relaciones o, como mínimo, salir por la puerta en medio de una airada discusión con su pareja. En ese momento, la respuesta de huir para sobrevivir está tomando el control; queremos salirnos de la relación para protegernos. Cuando esos instintos de protección nos indican que debemos pelear, nuestra tendencia a conectar y a hacer amigos pasa a segundo plano. Nos sentimos impulsados a denigrar a la otra persona y, tal vez, a vengarnos. Instintivamente, queremos eliminar la amenaza, sea retirándonos de la relación o contraatacando. Ambas opciones nos desconectan.

      Todos parecemos saber cómo minimizar y criticar a otros. Intelectualmente, sabemos que hacerlo solo inicia un ciclo de dolorosas violaciones de la dignidad. Pero aquella parte de nosotros que nos impulsa a pelear o huir es difícil de convencer. No desea que hagamos una pausa y reflexionemos sobre los que acaba de ocurrir. No le importa la empatía, y no está preparada para la resolución de problemas. Todo lo que quiere es protegernos de daños adicionales. No le importan las consecuencias de sus acciones. Solo le importa eliminar la fuente de las heridas, sea peleando o alejándonos.

      Es profundo nuestro deseo de dignidad. Creo que ese deseo y nuestros instintos de supervivencia son las fuerzas humanas que más fuertemente motivan nuestro comportamiento. En algunos casos, como lo demostró aquel líder guerrillero, nuestro deseo de dignidad es aún más fuerte que nuestro deseo de supervivencia. Muchas personas ponen en riesgo sus vidas para proteger su honor y el de otras personas en su grupo social; las guerras son peleadas por amenazas a la dignidad. Esta reacción paradójica —poner en riesgo la propia vida para proteger la propia dignidad— coloca a la dignidad delante de la vida.

      Existen muchas razones objetivas para explicar por qué las personas deciden acudir a las armas. Sería ingenuo no reconocer eso. Pero no reconocer el rol que juegan los asaltos a la dignidad en la generación de los conflictos es no solo ingenuo, sino también peligroso. El deseo primal de dignidad nos precede en toda interacción humana. Cuando es violado, puede destruir una relación. Puede incitar a discusiones, divorcios, guerras y revoluciones. Hasta que reconozcamos y aceptemos plenamente este aspecto de lo que significa ser humano —que una violación de nuestra dignidad se siente como una amenaza a nuestra supervivencia— no llegaremos a una comprensión cabal del conflicto y de lo que se requiere para transformarlo en una relación más fructífera.

      En Humankind: A Brief History*, Felipe Fernández-Arnesto presenta ciertos descubrimientos hechos por el Programa del Genoma Humano respecto de nuestro grado de separación con algunos de nuestros parientes monos. Un descubrimiento asombroso es que compartimos más del 98 por ciento de nuestro material genético con los chimpancés, lo cual deja menos de un 2 por ciento que nos diferencia de ellos. Él plantea que las fronteras entre los humanos y nuestros primos primates son tan poco precisas que tal vez ni siquiera merezcamos el estatus de Homo sapiens: “Si queremos seguir creyendo que somos humanos y que se justifica el estatus especial que nos concedemos a nosotros mismos —si, en efecto, deseamos permanecer humanos al pasar por los cambios que enfrentamos— entonces es mejor no que descartemos el mito de nuestro estatus especial sino más bien que intentemos estar a la altura de él”.18

      ¿Cómo pueden los humanos demostrar que son animales dignos de mención especial? Creo que la prueba perfecta podría ser la demostración de que podemos vivir juntos en este mundo sin recurrir a nuestras reacciones automáticas de amenaza, que podemos tratarnos a nosotros mismos y tratar a otros con la dignidad que todos añoramos. Sin embargo, para lograr un estatus especial, tendremos que avanzar en nuestro auto-conocimiento de una manera que incluya y reconozca nuestro legado evolucionario compartido, y las profundas vulnerabilidades que éste crea en nuestras relaciones mutuas.

      Podemos haber llegado al mundo con fuertes instintos dañinos de auto-protección, pero no hemos llegado al mundo con una consciencia de cuánto lastimamos a otros en el proceso de defendernos. Llegar a ser conscientes requiere autocomprensión y aceptación. Requiere trabajo.

      En última instancia, aun si estamos programados mentalmente para lastimarnos unos a otros con el fin de auto-protegernos, es nuestra responsabilidad conocer y controlar nuestras reacciones. Podemos elegir invalidar nuestros instintos destructivos y aprender maneras más dignas de responder a las amenazas —maneras que no solo mantienen nuestra dignidad sino también preservan la dignidad de aquellos que nos están amenazando. Nuestros oponentes pueden haber reaccionado a una violación anterior a su dignidad, una violación que nosotros perpetramos inconscientemente.

      La evolución no nos dotó de la habilidad instintiva para comprender las consecuencias de nuestros actos. Se nos hace difícil ver cómo nosotros echamos a andar el poder destructivo de la indignidad. Esta dinámica relacional reactiva es alimentada por la ignorancia —por nuestra falta de consciencia de cómo afectamos a otros. Mirarnos en el espejo para ver con honestidad lo que hemos hecho demanda más que solo instintos. Tenemos que entrar en contacto con aquella parte de nosotros que es capaz de la auto-reflexión. Tenemos que decidir aprender cómo comportarnos. Ya tenemos dignidad inherente. Solo tenemos que aprender a comportarnos de acuerdo con ella.

      Si tomamos en serio el tema de la dignidad y reconocemos el vínculo directo entre ser violados y la activación de nuestros instintos de auto-protección, podemos

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