La dignidad. Donna Hicks

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La dignidad - Donna Hicks

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demasiado grande. Nunca puso en evidencia la menor duda, ni de mí, ni del libro. Sharon Hogan, mi editora independiente, también merece mi profundo agradecimiento. Con sus abundantes habilidades de escritora y su sensibilidad al tema, me ayudó a convertir el manuscrito en algo de lo cual estoy inequívocamente orgullosa. Brindo un especial agradecimiento a Jean Thomson Black y a Mary Pasti, mis editoras en Yale University Press, cuyas contribuciones mientras preparaba el manuscrito final fueron invalorables.

      Permítaseme también brindar un especial agradecimiento a Herbert Kelman, no solo por su apoyo a mi trabajo en el libro sino por haber hecho posible que me convierta en la profesional en resolución de conflictos que soy. Su sabiduría, guía e indeclinable dedicación a encontrar caminos a la paz me han inspirado desde el inicio de mi carrera y siguen haciéndolo hasta el momento actual. También estoy agradecida con el Arzobispo Emérito Desmond Tutu por su generoso apoyo a mi trabajo. Durante mucho tiempo, él comprendió lo que yo quería hacer, no solo porque cree en el poder de la dignidad, sino porque para él, la dignidad es un modo de vida. Estaré siempre agradecida con su colega Dan Vaughn. A Shulamuth Koenig, con su pasión por la dignidad, le estaré siempre agradecida por haberme iniciado en el camino. Agradezco a mi familia —mi madre Wanda Hicks, mis hermanas, Linda Hicks, Debi Cascio, Brenda Browdy y Sherri Barbour— por su amor y aliento. Y le agradezco infinitamente a mi esposo, Rick Castino, quien ha leído y comentado cada palabra que he escrito acerca de la dignidad, ha dejado todo, más de una vez, para ayudarme a superar dificultades, y me ha proporcionado la seguridad económica, emocional y espiritual que me ha permitido realizar el deseo de toda una vida, y de haberlo hecho en favor de la dignidad.

       UN NUEVO MODELO DE DIGNIDAD

      La dignidad en un estado interno de paz que viene con el reconocimiento y la aceptación del valor y de la vulnerabilidad de todo ser viviente.

      Una húmeda mañana en el año 2003, ingresé a una habitación llena de dirigentes civiles y militares en un país latinoamericano. La tensión en la habitación era tan opresiva como el calor exterior. Había tanta hostilidad que las partes en conflicto no se miraban entre ellas, ni me miraban a mí. Aunque el conflicto en el cual se me había invitado a intervenir giraba en torno a la incapacidad de estos dirigentes para trabajar juntos, las décadas de guerra civil que había experimentado el país no podían sino haber contribuido a las tensiones que ahora sentía.

      Mi colega, el embajador José María Argueta, y yo habíamos sido invitados a dirigir un taller de “habilidades comunicativas” entre este grupo de dirigentes de élite, con la esperanza de que pudieran mejorar sus deterioradas relaciones, que ahora podía observar de primera mano.

      El presidente del país ingresó a la habitación. Había venido solo para presentarnos y tenía la intención de irse luego, para asistir a una reunión en la capital. “Doctora Hicks”, dijo, “gracias por haber venido a dirigir este taller sobre comunicación con mis colegas. ¿Puede decirnos algo acerca de lo que tiene previsto para los próximos dos días?”.

      “Señor Presidente”, respondí, “con el mayor respeto, tengo la sensación de que un taller de comunicación no es lo que se requiere acá. Las brechas en las relaciones al interior de esta habitación son profundas. Mi experiencia con partes en conflicto es que cuando las relaciones se quiebran en este grado, ambos lados sienten que su dignidad ha sido violada. Con su permiso, me gustaría cambiar el enfoque del taller para que podamos afrontar este tema más profundo de la dignidad”.

      Con expresión de sorpresa, pero manteniendo su compostura, el presidente se volteó hacia un asistente y le dijo, “Cancele mis reuniones en la capital. Me voy a quedar para este taller”.

      Con su anuencia, pude finalmente poner a prueba ideas que venía desarrollando durante varios años. Se basaban en mis investigaciones inter-disciplinarias y en mis dos décadas de experiencia trabajando con partes en guerra en todas partes del mundo. Pero, ¿resonaría con estos poderosos y altos funcionarios en América Latina el concepto de la dignidad, y su aplicación para la recomposición de relaciones?

      Al final del taller, obtuve una respuesta. Uno de los generales en la habitación, que se había mostrado muy resistente, hacía muy difícil acercarse a él, y se había negado a mirarme a los ojos durante los dos días, se me acercó y dijo: “Donna, quiero agradecerle. No solo ha ayudado usted a mejorar las relaciones en esta habitación… creo que también ha salvado mi matrimonio”.

      Había nacido el modelo de la dignidad.

      El modelo de la dignidad.¿Qué es este modelo de la dignidad? Es un enfoque que desarrollé para ayudar a las personas a comprender el rol que tiene la dignidad en sus vidas y en sus relaciones. Es mi respuesta a lo que, según he observado, es un eslabón que falta en nuestra comprensión del conflicto: el error que hemos cometido al no reconocer cuán vulnerables somos los humanos a ser tratados como si no tuviésemos ninguna importancia. Explica por qué duele cuando nuestra dignidad es violada, y nos proporciona el conocimiento, la consciencia y las habilidades para evitar hacer daño a otros inconscientemente. Muestra cómo reconstruir relaciones que se han dañado bajo el peso del conflicto, y sugiere qué se debe hacer para lograr la reconciliación. El modelo es mi respuesta al elefante que siempre está en la habitación cuando las relaciones se quiebran. Le da a ese elefante el nombre de “violador de la dignidad”.

      Demanda un esfuerzo aprender a honrar la dignidad de otros, lo cual mejora significativamente la experiencia de ser parte de una relación. Una buena relación nos hace sentirnos bien, pero una en la cual ambas partes reconocen la valía de la otra persona nos hace sentirnos aún mejor. Sin la carga que las amenazas colocan sobre una relación, ambas partes se sienten libres para extenderse la una hacia la otra, para abrirse. Esa es la experiencia opuesta a la de estar a la defensiva. Con esa seguridad viene la libertad para acoger la intimidad y la genuina conexión.

      El modelo nos enseña a apreciar contra qué nos enfrentamos como seres humanos en nuestra búsqueda de la dignidad. Aprendemos a honrarla en las interacciones diarias con nuestros seres queridos, y también con extraños, a mantener nuestra propia dignidad luchando contra las fuerzas interiores que nos tientan a actuar de mala manera, y a resolver conflictos y reconciliarnos con otros a través del reconocimiento de su inherente valor.

      Al final del día, el mensaje del modelo es bastante sencillo: manifieste hacia sí mismo y manifieste a otros el cuidado y la atención que toda cosa de valor merece. Ese es el primer y único imperativo. No pierda ninguna oportunidad para ejercer el poder que usted tiene para recordar a otros quiénes son: invalorables e irremplazables. También recuérdeselo a sí mismo.

      La diferencia entre Dignidad y Respeto. Cuando les cuento a las personas que estoy escribiendo un libro acerca de la dignidad, con frecuencia dicen, “Qué bueno. Es un tópico tan importante”. A continuación, les pregunto qué significa para ellos la dignidad. Usualmente responden “Bueno, usted sabe, a las personas les gusta sentirse bien con sí mismas. Quieren ser tratados con respeto”. Y yo digo, “bueno, cuénteme cómo es la dignidad. Deme un ejemplo”. En ese momento, la conversación típicamente se acaba. La mayoría de nosotros tenemos una sensación visceral acerca de la palabra dignidad, pero pocos tenemos el lenguaje para describirla.

      La dignidad es diferente del respeto. La dignidad es un derecho innato. Tenemos poca dificultad para ver eso cuando nace una criatura; no cabe duda de la valía de los niños. Si solo pudiésemos mantener viva esa verdad acerca de los seres humanos a medida que se vuelven adultos, si solo pudiésemos seguir sintiendo que valen, entonces sería tanto más fácil

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