La dignidad. Donna Hicks

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hacia qué buscar y qué evitar.

      De manera importante, sin embargo, también llevamos dentro de nosotros el poder para elegir cómo reaccionamos ante nuestros instintos. Más recientemente en la historia del desarrollo humano, evolucionó otra parte de nuestro cerebro (la neo-corteza) que nos permite manejar nuestras reacciones auto-protectoras.10

      El sistema límbico en nuestro cerebro, aquel que induce a la reacción de pelear o huir y a las emociones vinculadas, también promueve la supervivencia de otra manera. Impulsa a los humanos a acercarse unos a otros, a conectar. Frans de Waal afirma que la conexión es parte de la biología humana, que los seres humanos están mentalmente programados para conectarse unos con otros porque la conexión nos ayuda a sentirnos seguros en vez de vulnerables. Investigaciones realizadas por Shelly Taylor y sus colegas han demostrado que las mujeres tienen una aparente propensión hacia esta alternativa a pelear-o-huir; ellas la llaman “cuidar-y-hacer-amistades”. Es mejor enfrentar los peligros juntos, dice el argumento; hay fuerza en los números.11

      Así como nuestro sistema límbico puede enviar rápidas señales que sugieren que nos desconectemos de una persona que nos está haciendo daño o que es una amenaza para nosotros, puede también rápidamente inundarnos de sentimientos de amor, empatía y compasión que nos impulsan a conectar con otra persona, a encontrar consuelo en ella y sentirnos más seguros, menos vulnerables y más dignos.

      De manera que los humanos tenemos dos distintas maneras innatas para asegurar nuestra seguridad y supervivencia: a través de los instintos de autoconservación que nos preparan para alienarnos de aquellos que nos hacen daño, o a través de los instintos de auto-extensión (“cuidar-y-hacer amistades”) que nos impulsan a hacer contacto con otros y a encontrar seguridad y consuelo en las relaciones amistosas con ellos. La pregunta obvia es, ¿Cuál de estas dos opciones de supervivencia ha dominado la experiencia humana?

      ¿La respuesta? La autoconservación parece haber dominado, no la auto-extensión, y estamos experimentando una multitud de conflictos como consecuencia, desde guerras mortíferas que están matando a incontables números de personas, hasta batallas al interior de familias, entre amigos, en el lugar de trabajo, en cualquier lugar en el cual seres humanos están en contacto unos con otros.

      Evelin Lindner, autora de Gender, Humiliation and Global Security *ofrece una explicación de por qué nuestro instinto de autoconservación parece haber dominado nuestro deseo mentalmente programado de conectar con otros. Reporta que los seres humanos no fueron siempre tan temerosos unos de otros, y se nutre, para construir su argumento, de la concepción del antropólogo William Ury de las etapas de la historia humana. Durante la primera etapa, nuestros antepasados cazadores y recolectores coexistieron de manera relativamente pacífica. La conexión triunfó sobre la desconexión. Había alimentos suficientes para todos, y no era necesaria la competencia por recursos. Esa etapa constituyó aproximadamente el 95 por ciento de la historia humana.12

      Un importante cambio se dio hace aproximadamente diez mil años cuando la población humana comenzó a crecer rápidamente y enfrentó por primera vez la percepción de límites. Ury describe a los humanos en esta etapa como “agriculturistas complejos”, pues la escasez de recursos exigió que se adapten, por medio del cultivo de la tierra y la producción de alimentos. La adaptación creó una mentalidad de “torta de tamaño fijo”, un sentido de que había solo una cierta cantidad limitada de recursos. La tierra comenzó a dividirse entre personas, creando oportunidades para el robo y el abigeato.

      Lindner señala que este cambio creó una mentalidad de “nosotros y ellos”; las personas desarrollaron el miedo a ser invadidos o atacados por exo-grupos. Ella describe esta transición como el comienzo de las nociones del “otro” basadas en el miedo, que crearon, por primera vez, un “dilema de seguridad”. En ese momento, los humanos se volvieron depredadores mutuos. Las jerarquías sociales nacieron de la nueva necesidad de protección contra personas de otro grupo social. Algunos humanos se colocaron en la parte superior de la pirámide humana, y otros en la parte inferior: en palabras de Lindner, “algunos humanos convirtieron a otros en herramientas”.13 Con el supuesto objeto de brindar protección, ciertos humanos se volcaron en contra de otros, y condonaron comportamientos humillantes que fueron vistos como parte de la necesidad de sobrevivir. Estos actos aceptables de humillación de otros no fueron cuestionados en Occidente hasta el Renacimiento, cuando los europeos desafiaron las creencias entonces vigentes acerca de la valía de la humanidad.

      Como señala Lindner, estamos actualmente en tránsito a la tercera de las etapas de la historia humana identificadas por Ury —la “sociedad del conocimiento”. Estamos adquiriendo consciencia de nuestra anticuada aceptación de maneras humillantes de estructurar nuestras sociedades, y una nueva cultura de los derechos humanos está tomando forma, en que la valía de todos y cada uno de los seres humanos está siendo reconocida. Entre otras cosas, la humanidad está tomando consciencia de las consecuencias dañinas de jerarquizar el valor de las personas. En Somebodies and Nobodies: Overcoming the Abuse of Rank*, Robert Fuller ha expuesto la manera en que la asignación de rangos entre individuos socava la dignidad, al crear una peligrosa distinción entre seres humanos superiores e inferiores.14 Nos ha ayudado a ver que no es aceptable vernos a nosotros mismos como superiores o como inferiores a otros.

      Otro aspecto de la transición involucra resucitar y nutrir nuestro instinto de conectarnos con otros. Quiero dejar en claro que no todos los instintos son negativos. Restaurar nuestra capacidad para conectar (aquello que Daniel Goleman llama “empatía primal”) nos permitirá encontrar el consuelo y la seguridad que solo un vínculo social cercano puede proporcionarnos.15

      Ser tratados con dignidad impulsa a que el sistema límbico libere los sentimientos agradables de ser vistos, reconocidos y valorados —todas las experiencias ampliadoras de nuestras vidas que conlleva la conexión humana. En vez de estar inundados de temor, ira, resentimiento y venganza, experimentamos la seguridad de una nueva manera. Después de tratarnos mutua y reiteradamente con dignidad, después de tener múltiples experiencias recíprocas de reconocimiento mutuo de nuestra valía y nuestra vulnerabilidad, estaremos en camino a descubrir las posibilidades que yacen en nuestro futuro. Liberados nuestros mundos interiores de los torbellinos y las ansiedades que acompañan nuestro temor a la pérdida de dignidad, podemos, juntos, explorar una nueva frontera: aquello que se experimenta al sentirse uno lo suficientemente seguro como para ser vulnerable.

      Pensar en nosotros mismos como miembros de la familia humana nos ayuda a comprender que estamos vinculados por lo que hemos venido heredando en todo el transcurso de nuestra historia evolutiva. Como todas las familias, tenemos una lamentable capacidad para hacernos daño mutuo, pero también la capacidad para amarnos mutuamente. La capacidad para hacernos daño psicológico mutuo a través de violaciones de la dignidad está mentalmente programada, al igual que nuestra necesidad de conexión. Cuando experimentamos la herida de sentirnos humillados o despreciados, una reacción emocional excesiva puede tener consecuencias mortales. Thomas J, Scheff y Suzanne Retzinger nos dicen que los sentimientos no reconocidos de vergüenza (causadas por violaciones de la dignidad) están en el corazón de todo conflicto humano.16 Las heridas no sanan espontáneamente. Con frecuencia dejan cicatrices incapacitantes, y salvo que se les preste atención, esas heridas pueden volverse perpetuas, dominando la identidad de un individuo o un grupo.

      Recuerdo una conversación que tuve con un miembro de una organización guerrillera representante de una minoría étnica que luchaba por independizarse de un gobierno dominado por la mayoría. Le pregunté por qué las guerrillas eran capaces de permanecer en control de su territorio cuando las fuerzas del gobierno eran sustancialmente más numerosas.

      Respondió, “es muy simple. Estamos peleando para proteger la dignidad de nuestro pueblo. Para las fuerzas del gobierno, es solo un trabajo”.

      Los comportamientos instintivos de auto-protección que hemos heredado

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