La isla etaria. Virginia Guarinos
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La cinematografía italiana no ha sido ajena a esta situación. Cierto es que a lo largo de su historia ha ofrecido películas de diversa índole a través del cine de teléfonos blancos, del neorrealismo, de la comedia italiana, del popular spaguetti western3, del giallo o el cine de autor, entre otras tendencias de impacto a nivel internacional, pero la apuesta por un público joven —y, en consecuencia, protagonistas adolescentes—, ha ido desplazando a los más mayores. En la década de los 60 se produjeron en Italia películas protagonizadas por cantantes muy populares como Domenico Modugno, Rita Pavone o Al Bano, que solían dirigirse al sector juvenil, y que, como acontecía en España, se convertían en productos para su lucimiento musical. No obstante, el cine italiano siguió estrenando en estos años importantes títulos que evocaban al periodo neorrealista, se enmarcaban en la comedia o respondían al universo particular de sus creadores; dirigidas por Michelangelo Antonioni, Federico Fellini, Luchino Visconti, Mario Monicelli o Pier Paolo Pasolini4. Salvo ciertas excepciones —como El Gatopardo (Il Gattopardo, 1963), entre otras de Visconti, cuyos protagonistas fueron maduros también en sus filmes de los 70, como revelan Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971) o Confidencias (Gruppo di familia in un interno, 1974)5—, los personajes mayores o ancianos fueron perdiendo protagonismo. Esto se ha afianzado paulatinamente en las tres últimas décadas, donde estos seres de ficción apenas han tenido roles principales en películas de Fellini, Giuseppe Tornatore o Ettore Scola, como Ginger y Fred (Ginger e Fred, 1986), Cinema Paradiso (Nuovo Cinema Paradiso, 1988) o Gente de Roma (Gente di Roma, 2003), respectivamente. Entre las más recientes resultan muy destacables los personajes envejecientes de Habemus Papam (Habemus Papam, 2011) y Mia madre (Mia madre, 2015) —ambas dirigidas por Nanni Moretti—, y de Vacaciones de ferragosto (Pranzo di ferragosto, Gianni di Gregorio, 2012).
Rompiendo con esta tendencia generalizada, pero siguiendo la estela de estos cineastas italianos tan próximos al cine de autor, se hallan las películas del napolitano y oscarizado Paolo Sorrentino, que suponen una apuesta por los personajes envejecientes que escasean en la gran pantalla. Muchas de ellas están protagonizadas por seres de ficción masculinos que superan los 65 años —y en algunos casos hasta los 80—, ofreciendo un retrato de sus realidades, deseos y reflexiones sobre su pasado y el momento en el que se encuentran. Esto permite vislumbrar la representación de un grupo de edad más heterogéneo de lo que el cine suele mostrar, que posee diferencias a nivel iconográfico, profundidad en el ámbito psicológico, procede de ámbitos sociales, culturales y económicos distintos, y presenta, incluso, diversas orientaciones sexuales. En este sentido, la película La juventud (Youth, 2015) evidencia esta diversidad a través de sus dos personajes principales, Fred y Mick, a quienes dan vida Michael Caine y Harvey Keitel. A través de ellos se pretende observar cómo los personajes envejecientes masculinos constituyen una de las señas de identidad de la cinematografía de Sorrentino, así como un espejo donde poder mirarse.
2.Paolo Sorrentino: aproximación a un cineasta particular
Siguiendo la estela de Federico Fellini, la obra cinematográfica de Paolo Sorrentino juega con la imagen, mostrando al espectador lo que es, lo que puede ser y lo que solo existe en la mente de los personajes. Así, “il tema iconografico dell’apparizione, nel più generale quadro dell’affabulazione”, y el “spettacolo del mondo”6 están muy presentes en su obra a través de sueños, pensamientos o visiones, y de fiestas, locales nocturnos o multitudes, respectivamente, tanto en sus películas como en sus series de televisión. Además de estas constantes, suele también recurrir a los mismos intérpretes para dar vida a sus personajes, especialmente los masculinos, como le sucedía al cineasta de Rimini. Su ópera prima, El hombre de más (L’ uomo in piu, 2001), supone el inicio de su estrecha colaboración con el actor Toni Servillo, quien la protagoniza y consigue sentar las bases del prototipo de personaje masculino principal y maduro que centra sus narraciones:
From his debut feature film One Man Up (2001) to his most recent TV series The Young Pope (2016), the Neapolitan director centers his narrative on defeated and hunted characters who apparently lead “successful” and satisfactory lives. In reality, they hide some dark secrets inside themselves, which inevitably lead them to catastrophic experiences7.
Esto revela que la construcción del personaje es una de las señas de identidad del director, quien presenta un prototipo muy concreto que va repitiendo en sus filmes, profundizando en su composición e insistiendo tanto en su profundidad psicológica como en la forma en que está determinado por sus circunstancias. Se trata de unos seres de ficción —masculinos principalmente—, que no están conformes consigo mismos, pero que, lejos de luchar por cambiar su situación, permanecen impasibles y adoptan un rol de observadores que los llevan a reflexionar sobre su existencia. No obstante, parecen ensimismados y aislados del mundo que les rodea, como si se encontraran realmente en una deriva vital, a pesar de poseer estatus, nivel cultural y reconocimiento social, y estar rodeados de gente.
En cuanto a su universo temático, el primer ámbito que aborda Sorrentino, y al que acude de forma recurrente, es la política y la corrupción italiana. Aquí se enmarca inicialmente Las consecuencias del amor (Le conseguenze dell’amore, 2004), cuyo protagonista, Titta di Girolamo, tiene 50 años y arrastra un terrible pasado. Esta película marcó el inicio a principios del nuevo siglo de una vía en el cine italiano centrada en títulos de autor que abordan el crimen organizado en Italia y resultaron multipremiadas en festivales de cine, tanto nacionales como internacionales8. En esta tendencia se enmarca también Il divo (Il divo, 2008), basada en la controvertida figura del ex presidente Giulio Andreotti. Aunque la película se centra en la representación de un personaje real, el político es mostrado con “una naturale inclinazione alla solitudine che avvicina il politico a molti personaggi del cinema di Sorrentino”9. Esto indica que la plasmación en el celuloide de un personaje tan conocido para los espectadores como el ya anciano Andreotti contó con el estilo particular del cineasta, quien potenció un aspecto clave que poseen la mayoría de sus personajes masculinos maduros. Las dos películas fueron protagonizadas por Toni Servillo, quien consiguió por ambas el prestigioso Premio David di Donatello.
En segundo lugar, Sorrentino se centra en hacer una crítica a la sociedad italiana actual y berlusconiana, donde los excesos y el hastío van de la mano. Con ello, compone un cruel retrato de la burguesía y de la clase política del país transalpino, como refleja en La gran belleza (La grande belleza, 2013), cuyo protagonista, el escritor Jep Gambardella, es de nuevo encarnado por Servillo. De esta manera, “en sus interminables y constantes paseos por una Roma bella y decadente, así como en las distintas fiestas a las que acude, trata de luchar contra la desidia y, especialmente, contra el tedio vital que lo abate desde hace décadas”10. Esto se evidencia especialmente cuando cumple los 65 años, una cifra que lo lleva a reflexionar sobre su existencia y a mirar en su interior, a pesar de tener una agitada vida social que no parece desagradarle, pero que, realmente, no le satisface. Testigo de su devenir es la propia capital de Italia, tan monumental como el vacío del personaje11, por la que deambula continuamente, quizá buscándose a sí mismo. Esto apunta “la idea de Gambardella como flâneur posmoderno, como paseante sin destino por una ciudad de