Corazón: Diario de un niño. Edmondo De Amicis
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Pero el otro día parecía decidido, y mi padre, que estaba con él en la dirección, le decía: “¡Es una lástima que usted se vaya, señor director!” cuando entró un hombre a matricular a su niño que pasaba de un colegio a otro, porque se había mudado de casa. Al ver aquel niño, el director hizo un gesto de asombro, lo miró un poco más detenidamente, miró el retrato que tenía sobre la mesa y volvió a mirar al muchacho sentándole sobre su rodillas, y haciéndole levantar la cara. Aquel niño se parecía mucho a su hijo muerto. El director dijo:
—Está bien.
Hizo la matrícula, despidió al padre y al hijo, y se quedó pensativo.
—¡Es lástima que usted se vaya! —repitió mi padre. Y entonces el director tomó su solicitud de jubilación, la rompió en dos pedazos y dijo: —¡Me quedo!...
Los soldados
Martes 23.
Su hijo era voluntario del ejército cuando murió, por eso el director va siempre a la plaza a ver pasar los soldados cuando salimos de la escuela. Ayer pasaba un regimiento de infantería y cincuenta muchachos se pusieron a saltar alrededor de la música, cantando y llevando el compás con las reglas sobre la cartera. Nosotros estábamos en un grupo, en la acera, mirando. Garrón, oprimido entre su estrecha ropa, mordía un pedazo de pan; Votino, aquel tan elegantito, que siempre está quitándose las motas; Precusa, el hijo del forjador, con la chaqueta de su padre; el calabrés; el albañilito; Grosi, el hijo del capitán de artillería y que ahora anda con muletas. Franti se echó a reír de un soldado que cojeaba. De pronto sintió una mano sobre el hombro; se volvió: era el director.
—Óyeme —le dijo al punto—, burlándose de un soldado cuando está en las filas, cuando no puede vengarse ni responder, es como insultar a un hombre atado; es una villanía.
Franti desapareció. Los soldados pasaban de cuatro en cuatro, sudorosos y cubiertos de polvo, y las puntas de las bayonetas resplandecían con el sol. El director dijo:
—Deben querer mucho a los soldados. Son nuestros defensores. Ellos irían a hacerse matar por nosotros si mañana un ejército extranjero amenazase nuestro país. Son también muchachos, pues tienen pocos más años que ustedes, y también van a la escuela; hay entre ellos pobres y ricos, como entre ustedes, y vienen también de todas partes de Italia. Véanlos, casi se les puede reconocer por la cara: pasan sicilianos, sardos, napolitanos, lombardos. Este es un regimiento veterano, de los que han combatido en 1848. Los soldados no son ya aquéllos, pero la bandera es siempre la misma. ¡Cuántos habrán muerto por la patria alrededor de esa bandera veterana, antes que ustedes nacieran!
—¡Ahí viene! —dijo Garrón. Y en efecto, se veía ya cerca la bandera, que sobresalía por encima de la cabeza de los soldados.
—Hagan una cosa, hijos —dijo el director—: saluden con respeto la bandera tricolor.
La bandera, llevada por un oficial, pasó delante de nosotros, rota y descolorida, con sus corbatas sobre el asta. Todos a un tiempo llevamos la mano a las gorras. El oficial nos miró sonriendo y nos devolvió el saludo con la mano.
—¡Bien, muchachos! —dijo uno detrás de nosotros. Nos volvimos al verle: era un anciano que llevaba en el ojal de la levita la cinta azul de la campana de Crimea; un oficial retirado—. ¡Bravo! han hecho una cosa que les enaltece.
Entretanto, la banda del regimiento volvía por el fondo de la plaza, rodeada de una turba de chiquillos, y cien gritos alegres acompañaban los sonidos de las trompetas, como un canto de guerra.
—¡Bravo! —repitió el ex oficial mirándonos—. El que de pequeño respeta la bandera, sabrá defenderla cuando sea mayor.
El protector de nelle
Miércoles 28.
También nelle, el pobre jorobadito, miraba ayer a los militares, pero de un modo, como pensando: “¡Yo no podré nunca ser soldado!”. Es bueno y estudia, pero está demacrado y pálido, y le cuesta trabajo respirar. Lleva siempre un largo delantal de tela negra lustrosa. Su madre es una señora pequeña y rubia, vestida de negro, que viene siempre a recogerle a la salida, para que no salga en tropel con los demás, y le acaricia. En los primeros días, porque tiene la desgracia de ser jorobado, muchos niños se burlaban de él y le pegaban en la espalda con bolsones, pero él nunca se enfadaba ni decía nada a su madre, por no darle el disgusto de que supiera que se mofaban de él, y callaba y lloraba, apoyando la frente sobre el bando. Pero una mañana se levantó Garrón y dijo:
—¡Al primero que toque a Nelle, le doy un golpazo que le hago dar tres vueltas!
Franti no hizo caso y recibió el golpazo y dio las tres vueltas, y desde entonces ninguno tocó más a Nelle. El maestro lo puso en el mismo banco de Garrón. Así se hicieron muy amigos, y Nelle ha tomado mucho cariño a su amigo. Apenas entra en la escuela, busca en seguida por dónde anda y no se va nunca sin decir: “¡Adiós, Garrón!”. Y lo mismo hace Garrón con él. Cuando a Nelle se le cae el lápiz o un libro debajo del banco, en seguida, para que no tenga el trabajo de agacharse, Garrón se inclina y les recoge, y después le ayuda a arreglarse el traje y a ponerse el abrigo. Por esto Nelle le quiere mucho, le está siempre mirando, y cuando el maestro lo celebra, se pone tan contento como si lo celebrase a él. Nelle, al fin tuvo que decírselo todo a su madre: las burlas de los primeros días, lo que le hacían sufrir, y después el compañero que lo defendió y a quien tomó tanto cariño: debe habérselo dicho por lo que sucedió esta mañana. El maestro me mandó llevar al director el programa de la lección media hora antes de la salida, y yo estaba en su despacho cuando entró la mamá de Nelle, y dijo:
—Señor director, ¿hay en la clase de mi hijo un niño que se llama Garrón? —Sí, hay —respondió el director.
—¿Quiere usted tener la bondad de hacerle venir aquí un momento, porque tengo que decirle algunas palabras?
El director llamó al portero y lo mandó al aula. Un minuto después llego muy asombrado a la puerta Garrón, con su cabeza grande y rapada. Apenas lo vio la señora corrió, a su encuentro le echó los brazos al cuello y le dio muchos besos en la cabeza, diciendo:
—¡Tú eres Garrón, el amigo de mi hijo, el protector de mi pobre niño; eres tú, querido, tú, hermoso!
Después busco precipitadamente en sus bolsillos y no encontrando nada en ellos, se arrancó del cuello una cadena con una crucecita y la colgó del de Garrón, por debajo de la corbata, y añadió:
—¡Tómala, llévala en recuerdo mío, querido, en recuerdo de la madre de Nelle, que te agradece y te bendice!
El primero de la clase
Viernes 25.
Garrón se atrae el cariño de todos; Derossi la admiración. Ha obtenido el primer premio. Será también el número uno de este año; nadie puede competir con él. Todos reconocen su superioridad en todas las asignaturas. Es el primero en aritmética, en gramática, en retórica, en dibujo; todo lo aprende sin esfuerzo; parece que el estudio es un juego para él. El maestro le dijo ayer:
—Has