Géneros y psicomotricidad. Mara Lesbegueris
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Me preocupan las infancias invisibilizadas, sea porque son activamente ignoradas o por ser consideradas diferentes, indisciplinadas, raras, rebeldes, dis-capacitadas, subalternizadas. Esas subjetividades nos impulsan a descentrarnos de ciertas teorías hegemónicas de interpretación, nos “incomodan” e interpelan críticamente, conmueven nuestro sentido común y mueven nuestras propias categorías conceptuales. Son también esas infancias subalternizadas las que nos ayudan a seguir produciendo nuevos sentidos y nuevas afectaciones en búsqueda de mayor comprensión y oportunidades para todes.
Niños, niñas y niñes que por algún motivo y/o circunstancia se alejan de las expectativas esperables para su edad, sexo-género, capacidad, nacionalidad, ciudadanía. Que portan alguna “rareza en sus cuerpos”, resistentes o que no terminan de performatizarse de acuerdo con alguna o varias formas de reconocimientos o validaciones que la sociedad prevé para ellos. Y esto vale (más allá de sus particularidades) tanto para una persona con discapacidad, un inmigrante, una persona pobre, una niña o un niño con un desarrollo psicomotor diferente, una niña o un niño indisciplinado, o une niñe con alguna inconformidad o disidencias sexo-genéricas.
Este libro es también un intento de pensar de un modo situado los lugares y las políticas de las diferencias, considerando las corporeidades en intersectorialidad1 de género, de edad, de discapacidad o diversidad funcional, de clase, de etnia, de raza, de nación.
Encuentro en el ámbito académico una gran resistencia a utilizar el lenguaje inclusivo, ajustándose cabalmente a la estructura lingüística de la convención imperante y la palabra oficial de la Real Academia Española.2 En la Argentina, la Ley de Identidad de Género 26.743 fue sancionada y promulgada en 2012, por lo cual constituye un derecho que tiene cualquier persona a que se la nombre tal y como se autopercibe.
Sabemos que los medios de interpretación y comunicación socioculturales están no solo codificados simbólicamente sino estratificados, es decir, organizados de modos congruentes a partir de los patrones sociales de clasificación. Por eso se hace imprescindible visibilizar y cuestionar el “cis-sistema heteronormativo”3 de asignación de sentidos y reconocimientos.
Advierto, por todo ello, que es por los márgenes de la desidentificación por donde incluso estas infancias parecen transitar, saliendo de estas normas hegemónicas interpretativas, vagando por fuera de los reconocimientos (con el peligro subyacente de patologización, moralización y judicialización).
Estas subjetividades, históricamente ignoradas, son las que nos permiten comprender las sociedades no como estructuras fijas sino en acción y transformación; con modos específicos de conflictividad y sufrimientos, con particulares maneras de constitución de subjetividades, de lenguajes, potencias y repertorios de acciones colectivas. Las lógicas binarias propias de la modernidad no resultan eficaces para pensar las diversidades contemporáneas.
Este libro está escrito desde mis propias “transiciones profesionales”, en un “entre” que desborda (pero incluye) lo psicomotor, lo antropológico, los feminismos, lo queer, lo crip.4 Un “entre” difícil de contornear, sintiendo mi existencia en una nueva forma de “extranjeridad”. Contiene mis propias incertidumbres, contradicciones y aprendizajes que como psicomotricista vengo experimentando, referidos al acompañamiento de niñes en su proceso de corporización y constitución de identidades, tratando de no ser un eslabón más en la cadena de “normalización” o, mejor dicho, de “heterociscapacitismo”5 y “normalización” de sus cuerpos y preguntándome qué tipos de reconocimientos y validaciones son necesarios construir para escuchar la pluralidad de interseccionalidades de la diferencia. ¿Somos capaces de reconocer dentro de las psicomotricidades los sesgos androcéntricos y patriarcales del discurso y de las construcciones teóricas que operan de manera diferencial aun sobre las corporeidades?
Si el patriarcado es ese sistema que, a través de un conjunto de estrategias y tecnologías, busca la opresión y subordinación de las mujeres y sus cuerpos, ¿cómo no preguntarnos como psicomotricistas por las niñas que son minoría en nuestros consultorios y estudios, por las mujeres y las economías del cuidado? ¿Qué interrogantes supone repensar la socialización de niñas, niños y niñes “desmarcada” de la constitución de la familia burguesa y el paternalismo?
¿Cómo no repreguntarnos por la acción, la transformación y la autonomía desde una perspectiva de género que desnaturalice los estereotipos masculinizados de estos sentidos encarnados?
¿Cómo respetar la propia autopercepción genérica que tienen les niñes sin intentar “heteronormatizar” sus expresiones y deseos?
¿Es posible desestabilizar ciertas categorías de normatización corporal como lo femenino/masculino, la capacidad/discapacidad, lo sano/enfermo, lo homosexual/heterosexual…?
¿Se podrá contarles a las niñas y los niños el valor de la historia de las brujas, de las insurrectas, de las luchadoras?
¿Cómo les transmitimos que la maternidad es una elección y no un mandato obligatorio?
Pareciera que la psicomotricidad, desde su propia genealogía, encuentra una convicción “interdisciplinaria”, esa que le dio a nuestra disciplina una identidad; una psicomotricidad que no es lo psico ni lo motor por separado, en una integración que transita una zona liminal de reconocimiento en la que aún tratamos de explicar y explicarnos qué es y cuál y cómo es el hacer de nuestra práctica. Pero advierto que este diálogo interdisciplinario fecundo que la psicomotricidad está habituada a realizar es con ciertas disciplinas afines como el psicoanálisis, la psicología, la pedagogía, incluso con la neurología y la pediatría. Tal vez por ello me entusiasma la idea de pensar en una frontera abierta de intercambios entre la psicomotricidad, la antropología y los feminismos, integrando los aportes de las teorías queer y crip, para que puedan llegar a impregnar y potenciar a la psicomotricidad apelando a la necesidad de una mirada sensible y crítica hacia el interior de la disciplina.
Entiendo que no basta con solo promulgar una ética del deseo y la progresiva autonomía de los cuerpos sin generar desde nuestras epistemologías espacios para repensar las dinámicas del poder, descolonizando y despatriarcalizando nuestras teorías y prácticas para pensar y habilitar un “buen vivir” para las infancias. El bienestar corporal, por el que abogan tanto los feminismos como las psicomotricidades, no se reduce solo al plano material o individual, sino que incorpora la dimensión colectiva, espiritual y ecológica.
Al politizar “lo personal-corporal”, los feminismos expandieron los límites de la protesta más allá de la distribución socioeconómica, para incluir en la reflexión la dimensión de género, las dinámicas del poder en la reproducción material y simbólica de los cuerpos desde el trabajo doméstico, de crianza, de educación, e incluso el terapéutico.
A pesar de las distintas cosmovisiones feministas, a lo largo del tiempo y dentro incluso de los actuales y diversos activismos, nos pensamos en una instancia de cuestionamiento sobre tres ejes productores de desigualdad: patriarcado, capitalismo, colonialismo. Nos encontramos en la lucha por el reconocimiento de desigualdades, la representación situada y la redistribución socioeconómica.
Desde la psicomotricidad valoro especialmente los desarrollos teóricos elaborados por Daniel Calméls porque junto a su perspectiva creo que es posible aunar y apostar a una pragmática vitalista, a una práctica de la ternura, a una poética que se expresa