Yo, el pueblo. Nadia Urbinati

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ese conocimiento) y sus habilidades estratégicas (o su falta de ellas) son los únicos límites en su capacidad para “inventar” “el pueblo” representativo. El líder desempeña un papel demiúrgico. Al resaltar este potencial de apertura total del populismo, Laclau lo describe como el auténtico campo democrático, en el que el sujeto colectivo puede encontrar su unidad representativa mediante la interacción de cultura y mito, de análisis sociológico y retórica.

      No obstante, el problema con el giro lingüístico (o narrativo) en la teoría de la hegemonía es que la estructura del populismo por sí misma no favorece la clase de políticas de emancipación que quisieran fomentar los pensadores de izquierda como Laclau. Como el populismo es tan maleable y carece de fundamento, es un vehículo igual de eficaz para partidos tanto de derecha como de izquierda. Como está desligado de referentes socioeconómicos, “en principio, cualquier agente con capacidad de acción se lo puede apropiar para cualquier constructo político”.116 Frente a la ausencia de premisas ideológicas específicas sobre las condiciones sociales, y frente a la ausencia de cualquier concepto normativo de democracia, el populismo se reduce a una táctica mediante la que cualquier líder puede aglutinar a diversos grupos para hacerse de una especie de poder cuyo valor es contingente y relativo. La victoria es la prueba de su veracidad. Si definimos la democracia como una estrategia que, en esencia, depende del consentimiento para alcanzar el poder, entonces la descripción de Laclau —disputa entre coaliciones unidas por un líder poderoso y que compiten por el control hegemónico— termina incluyendo la política democrática en general. Sin embargo, en el juego de suma cero de la hegemonía política todo puede pasar. Al asumir una estrategia sin límites sociales, procedimentales o institucionales —porque lo único que cuenta es la victoria—, terminamos en una situación en la que todos los resultados son igualmente posibles y por lo tanto igualmente aceptables. Si asumimos que la democracia y la política consisten, en esencia, en construir al pueblo mediante una narrativa y en ganar la mayoría de votos, desestimamos las herramientas críticas que nos permitirían juzgar mejor a un líder. En efecto, lo que hace un líder exitoso cuando llega al poder es correcto y legítimo en la medida en que el público esté de su lado.

      Como veremos en este libro, una visión agonística de la política —que asuma que ésta se reduce a una relación conflictiva entre adversarios— no revela mucho sobre el conflicto que causa ni de qué sucede cuando el conflicto se supera y una mayoría populista llega al poder. Laclau y Mouffe trazaron esta definición de antagonismo en uno de sus primeros estudios en torno a la hegemonía (que constituye el formato para su posterior teoría del populismo):

      En todo caso, y sin importar la orientación política por medio de la cual el antagonismo se cristalice (dependerá de las cadenas de equivalencia que lo construyan), la forma del antagonismo como tal es idéntica en todos los casos. Esto es, siempre consiste en la construcción de una identidad social —de una posición sobredeterminada de sujeto—, de acuerdo con la equivalencia entre un conjunto de elementos o valores que expulsan o exteriorizan aquellos a los que se oponen. De nuevo, nos encontramos confrontando la división del espacio social.117

      Esta postura equivale a un recuento realista no normativo de la política y la democracia. Sin embargo, no responde algunas preguntas intimidantes. ¿Exactamente qué significa “expulsar” y “exteriorizar” al adversario? La frase “hacerle frente a la división del espacio social” no revela qué pasará con quienes terminen fuera de la configuración política victoriosa. A partir de aquí surgen más preguntas. ¿Cómo vincula un régimen populista la condición legal con la condición social? ¿Acaso las Constituciones populistas de la democracia no cambian? Y más importante, ¿incluyen factores como los derechos civiles y la separación de poderes? ¿La victoria de la constelación populista diferirá de, digamos, una constelación centralista en lo que se refiere a garantías constitucionales? De ser así, cuando “expulsen” a las élites del sistema del colectivo que resulte hegemónico y vencedor, ¿a dónde irán? Si sencillamente “se van a la banca” pero conservan la libertad de reorganizarse y recuperan la mayoría, ¿entonces en qué se diferencia el populismo de una democracia schumpeteriana? Si en las democracias constitucionales veremos movimientos o partidos populistas conquistar la mayoría, ¿también veremos cambios en las reglas del juego, diseñadas para que la mayoría populista conserve el poder el máximo tiempo posible? Una teoría de la política y la democracia como la de Laclau y Mouffe deben responder estas preguntas relevantes si esperan que creamos y garanticemos que el populismo es la mejor versión de la política.

      Como ya he mencionado, en este libro distingo entre el populismo como movimiento de opinión o protesta y el populismo como movimiento que aspira a hacerse del poder y lo consigue. Me interesa la última instancia, y la estudio comparándola directamente con la democracia representativa. Planteo que, una vez en el poder, el populismo es, de hecho, un nuevo modelo de gobierno mixto mediante el que una porción de la población adquiere poder preeminente sobre la(s) otra(s). En ese sentido, el populismo compite con (y, de ser posible, modifica) la democracia constitucional al proponer una representación específica y característica del pueblo y su soberanía. Lo hace mediante lo que denomino representación directa: la relación directa entre el líder y el pueblo.118 La presencia directa, aquí, no se refiere a que la gente se gobierne sola —pues el populismo sigue siendo un modelo de gobierno representativo—, sino a una relación sin mediación entre el pueblo y el líder representativo. La “mezcla” populista depende de dos condiciones: la identidad del sujeto colectivo y los rasgos específicos del líder que encarna dicho sujeto y lo visibiliza. Estas dos condiciones refutan el concepto electoral de la representación, entendida como una combinación dinámica y abierta de pluralismo y unificación. Resulta que esta mezcla populista es muy inestable porque debilita las funciones conjuntivas y reguladoras del poder de los actores intermediarios (como los partidos políticos y las instituciones) y los hace depender de la voluntad y la exigencia del líder.

      En conjunto, los cuatro capítulos de este libro trazan cómo el populismo en el poder transforma y, en efecto, desfigura la democracia representativa. En el capítulo 1 analizo la categoría de “antisistema” como el “espíritu” de la retórica y el objetivo populistas. Planteo la transformación de una postura antisistema a una antipolítica. Expongo que éste sigue siendo el contenido central del populismo, sin importar si su orientación es de izquierda o de derecha. Recurro a la oportuna terminología de Pierre Rosanvallon para demostrar que el populismo aprovecha los mecanismos de “la política negativa” o “la contrademocracia” que están garantizados por la democracia constitucional.119 Propongo que la retórica y el movimiento populistas se desenvuelven ante todo en la vía negativa. Su contenido incluye diversos “antis”, integrados por la categoría de “anti-sistemismo”, que el populismo representa y emplea de forma distinto a la democracia (aunque la democracia también incluye un impulso antisistema). El populismo acumula estos rasgos negativos no sólo para cuestionar a un gobierno existente o a una élite corrupta y alcanzar una mayoría, sino para un fin más radical: expulsar a la parte “mala” por completo e instaurar a la parte “buena”. Desde esta perspectiva, el populismo en realidad es un capítulo en el problema más amplio de la formación y la sustitución de una élite política.

      En el capítulo 2 analizo cómo el populismo en el poder está preparado para transformar los dos fundamentos de la democracia: el pueblo y la mayoría. Para el populismo, el significado del pueblo difiere del significado general, indeterminado, que tiene en la democracia constitucional. El significado democrático incluye a todos los ciudadanos; no se identifica con ningún sector de la sociedad en particular. El significado de mayoría en el populismo también difiere del significado democrático. Para el populismo, la mayoría no es un método para detectar al sector victorioso en una contienda para llegar al gobierno ni para medir a la oposición. En cambio, la usa como una fuerza que afirma ser la expresión del pueblo bueno, que tiene legitimidad para dominar y humillar a la oposición. Esto quiere decir que los cambios en el poder se dificultan, situación que es, de hecho,

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