Yo, el pueblo. Nadia Urbinati

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Yo, el pueblo - Nadia Urbinati

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líderes populistas (como Alberto Fujimori y Carlos Menem en América Latina o Lech Walesa en Europa) se aprovechan de su apoyo popular para promulgar reformas neoliberales perniciosas. El problema es que el populismo puede ser inadecuado para consolidar el neoliberalismo porque, como observa Knight, no es común que los líderes populistas, que se esmeran por mantenerse en el poder, deleguen en las instituciones que permitirían que el neoliberalismo perdurara.103

      En este sentido, Weyland propone que el populismo es “mejor definirlo como una estrategia política mediante la cual un líder personalista busca o ejerce el poder en el gobierno a partir del apoyo directo, sin mediación y no institucionalizado, de masas de seguidores, en su mayoría no organizados”.104 Pese a su discurso de política comunitaria, para Weyland el populismo se reduce a la manipulación de las masas por parte de las élites. Más todavía, pese a que se presenta como un golpe contra la corrupción de la mayoría vigente, puede incluso acelerar la corrupción en vez de curarla, pues una vez llegado al poder necesita repartir favores y emplear los recursos del Estado para proteger a su coalición o a su mayoría a lo largo del tiempo.105 A partir de esta lectura, el populismo en el poder resulta ser una maquinaría de corrupción y favores nepotistas que recurre a la propaganda para demostrar lo difícil que resulta cumplir sus promesas debido a la conspiración en curso (tanto exterior como interior) de una cleptocracia todopoderosa y global. El aspecto más importante de esta lectura estratégica consiste en que observa que la política personalista imita a los partidos populistas, que por lo tanto funcionan más como movimientos que como partidos organizados a la usanza tradicional. Gracias a este rasgo están más dispuestos a ser manipulados según la voluntad del líder, quien “es un vehículo personal con poca institucionalización”.106 Esta caracterización da un paso significativo en la dirección que tomaré en este libro. Recalca el papel de la organización estratégica, la cual, sobre todas las cosas, sirve para satisfacer el deseo de poder de una nueva élite y, al hacerlo, transforma las instituciones y los procedimientos democráticos en instrumentos como si fueran propiedades en manos de la mayoría o del ganador. Las obras clásicas de Gaetano Mosca, Robert Michels, Vilfredo Pareto y C. Wright Mills nos brindan algunas revelaciones sobre cómo funciona el populismo, cuál es su objetivo y cuáles son sus resultados una vez que llega al poder. En resumen, ofrecen revelaciones sobre el efecto que tiene en la democracia constitucional representativa.

      La representación estratégica puede ser persuasiva y amplia, pero no relaciona el populismo directamente con una transformación de la propia democracia. Según el populismo, su peculiaridad para tener éxito es su capacidad de cumplir lo que propone, pero el argumento estratégico no revela mucho sobre cómo su posible éxito afectará las instituciones y los procedimientos democráticos.107 Más todavía, en vista de que el éxito electoral es un componente integral de la democracia, y en vista de que todos los partidos aspiran a una mayoría amplia y duradera, la interpretación estratégica no aclara por qué el populismo se aparta tanto de la democracia y es tan peligroso para ella, en un sentido más general. Como ya he sugerido y reiteraré a lo largo del libro, para entender el populismo, debemos reconocer que el procedimentalismo democrático no es tan sólo un conjunto de reglas que define los recursos y los canales para hacerse con cierta clase de poder. Tampoco se limita a ser una guía formalista para lograr la victoria (cualquier tipo de victoria). En cuanto reconocemos este hecho, somos capaces de identificar el enfoque posesivo con el que el populismo llega al poder y al Estado, y de evaluar si el populismo es compatible con los fundamentos normativos de los procedimientos y las instituciones democráticas: los fundamentos que hacen que estos procedimientos y estas instituciones funcionen con legitimidad en el transcurso del tiempo y con igualdad para todos los ciudadanos.

      Volviendo a la teoría maximalista del populismo, vemos que está impulsada por la acción que vincula populismo y democracia. Como ya mencioné, la teoría maximalista ofrece un concepto teórico del populismo, así como un formato práctico para guiar a los movimientos y los gobiernos populistas. Propone un concepto discursivo y constructivista del pueblo. Esta teoría se superpone con el concepto ideológico en tanto que recalca el momento retórico, pero, a diferencia del concepto ideológico, no contempla que el populismo se base en el dualismo moral maniqueo entre pueblo y élites. Para Ernesto Laclau, fundador de la teoría maxima-lista, el populismo es nada menos que la política y la democracia. Desde su perspectiva, es un proceso mediante el cual una comunidad de ciudadanos se construye con libertad y en público como sujeto colectivo (“el pueblo”) que se resiste a otro colectivo (no popular) y se opone a una hegemonía existente para llegar al poder.108 Para Laclau, el populismo es la mejor versión de la democracia porque representa una situación en la que la gente constituye su voluntad mediante la movilización y el consentimiento directos.109 También es la mejor versión de la política porque —como demuestra a partir del voluntarismo de George Sorel— está basado en mitos que pueden cautivar al público y con ello unir a muchos ciudadanos y grupos (y sus exigencias) con tan sólo el arte de la persuasión. El voluntarismo es la audacia de la movilización y un factor recurrente en momentos de transformación política, y puede ser tanto anárquico como oposicionista y con ambición de poder.110 Influidos por Laclau, teóricos de la democracia radical fundamentan su aprecio por el populismo en la fuerza de la voluntad popular; para ellos, el populismo es una respuesta al concepto formal de la democracia, con su interpretación universalista de los derechos y la libertad, y como un rejuvenecedor de la democracia desde adentro, capaz de crear un nuevo bloque político y una nueva fuerza imperante de gobierno democrático.111 El objetivo del voluntarismo político (de un líder y su movimiento) es la victoria y el gobierno es la medida de su recompensa, una vez que la acción política no esté sujeta al concepto formal de la democracia. De cierta forma, el narodničestvo de Lenin es el modelo subyacente en la interpretación de Laclau del populismo moderno como voluntarismo político. Sirve como evidencia de que “el pueblo” es una entidad por completo artificial. (Lenin acuñó la primera definición de populismo, que se convertiría en paradigmática; por ejemplo, hay rastros de su interpretación ideológica en los estudios de Isaiah Berlin del romanticismo, el nacionalismo y el populismo.)112 “El pueblo”, escribe Laclau, es un “significante vacío”, sin fundamento en ninguna estructura social, y está basado exclusivamente en la capacidad del o la líder (y en la capacidad de sus intelectuales) de explotar la insatisfacción de muchos grupos diversos y movilizar la voluntad de las masas, la cuales creen que carecen de la representación adecuada porque los partidos políticos existentes ignoran sus reclamos. De modo que el populismo no se reduce al acto de oponerse a los métodos que la minoría emplea para gobernar en un momento particular; más bien, es la búsqueda voluntarista del poder soberano por parte de quienes las élites tratan como si fueran “desvalidos”, quienes quieren tomar decisiones por sí mismos que influyan en el orden social y político. Estos desvalidos quieren excluir a las élites y, en última instancia, quieren ganar la mayoría para usar el Estado para reprimir, explotar o contener a sus adversarios, y aprobar sus propios planes de redistribución. El populismo expresa dos cosas a la vez: por una parte, denuncia la exclusión y, por otra, construye una estrategia de inclusión por medio de la exclusión (del sistema). De este modo supone un desafío mayúsculo para la democracia constitucional, dadas las inevitables promesas de redistribución que ésta hace cuando se declara como un gobierno fundado en el poder igualitario de los ciudadanos.113 El dominio de generalidad como criterio de legitimidad desaparece en la lectura constructivista del pueblo. La política se reduce entonces a aspirar al poder para luego modificarlo: fenómeno para el que la legitimidad consiste únicamente en salir triunfante en la disputa política y disfrutar de la aprobación del público. Laclau afirma que el populismo demuestra el poder formativo de la ideología y la naturaleza contingente de la política.114 En su lectura, el populismo se vuelve el equivalente de una versión radical de la democracia: uno que obliga al modelo liberal-democrático a retroceder, pues considera que este último estimula a los partidos convencionales y debilita la participación electoral.115

      Esta visión radicalmente realista y oportunista de la política, combinada con la confianza en el poder de la movilización colectiva y el voluntarismo político, nos permite darnos cuenta de que el populismo es artificial y contingente por

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