Yo, el pueblo. Nadia Urbinati

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Yo, el pueblo - Nadia Urbinati

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con los regímenes políticos y la concepción del pueblo— son los puntos de referencia básicos que necesitan los académicos que quieran interpretar las condiciones y las circunstancias de los populismos concretos. Canovan importó la bibliografía sociohistórica en torno al populismo a un campo exquisitamente teórico y normativo, y lo vinculó con temas de legitimidad política.

      Las teorías del populismo que dominan la bibliografía en la actualidad pertenecen a dos categorías generales: teorías minimalistas y teorías maximalistas. Las minimalistas buscan afilar las herramientas interpretativas que nos permitirán reconocer el fenómeno cuando lo vemos. Buscan extraer, para fines analíticos, las condiciones mínimas de varios casos de populismo. Por el contrario, las maximalistas quieren desarrollar una teoría del populismo como construcción representativa con algo más que una función analítica. Dichas teorías pretenden brindar a los ciudadanos un formato que éstos pueden seguir para armar un sujeto colectivo capaz de conquistar la mayoría y llegar a gobernar. El proyecto maxima-lista, sobre todo en épocas de crisis institucional y decadencia de la legitimidad entre los partidos tradicionales, puede tener un papel político y ayudar a reestructurar el orden democrático existente.

      En la categoría minimalista incluyo todas aquellas interpretaciones del populismo que analizan sus tropos ideológicos (Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser) y su estilo de hacer política en relación con el aparato retórico y la cultura nacional (Michael Kazin y Benjamin Moffitt), así como las estrategias que trazan sus líderes para llegar al poder (Kurt Weyland y Alan Knight). El objetivo de estos estudios es eludir los juicios normativos en beneficio de un análisis sin prejuicios y ser lo más incluyentes posibles de todas las experiencias de populismo. Dentro de este minimalismo no normativo, Mudde ha formulado el marco ideológico más característico. Plantea que una concepción maniquea y “moral” del mundo da pie a los dos campos opuestos del populismo: el pueblo, asociado con una entidad indivisible y moral, y las élites, a quienes se les concibe como una entidad corrupta sin remedio. El populismo parece “una ideología débil que identifica en la sociedad una división fundamental entre dos grupos homogéneos y antagónicos […] y que postula que la política debe expresar la voluntad general del pueblo”.97 Los movimientos populistas tienen la capacidad de sortear la división izquierda-derecha y son populistas porque hacen una valoración moral que ensalza la volonté générale y degrada el respeto liberal por los derechos civiles en general y los derechos de las minorías en particular. No obstante, más allá de la presencia de esta ideología que distingue a los muchos “honestos” de los pocos “corruptos”, el populismo tiene pocos aspectos definitorios. Para Mudde y Rovira Kaltwasser, los partidos populistas ni siquiera necesitan liderazgo específico: “Parece haber una afinidad electiva entre el populismo y los líderes fuertes. Sin embargo, el primero puede existir sin los últimos.”98 Más aún, ni la representación ni la radicalización de la mayoría figura en su representación minimalista del populismo. El primer paso del enfoque que adopto en este estudio consiste en una reflexión crítica de esta interpretación minimalista. Desarrollo tres observaciones críticas sobre este enfoque: dos corresponden a su incapacidad de distinguir el populismo de otros sistemas políticos y otra, a sus implicaciones normativas.

      Para empezar, la contraposición ideológica entre la mayoría “honesta” y la minoría “corrupta” no es exclusiva de los partidos populistas y su retórica. Se deriva de una tradición influyente que se remonta a la antigua República romana, cuya estructura se fundamenta en el dualismo entre “los pocos” y “los muchos”, los “patricios” y los “plebeyos”. La proverbial desconfianza en las élites gobernantes alentaba esta tradición, en la que el pueblo asumía el papel de quien las vigila de manera permanente. La misma contraposición ideológica se volvió un tema central en el republicanismo e identificamos ciertos rasgos en la obra de Maquiavelo y otros humanistas.99 No obstante, la lectura minimalista del populismo no es útil para entender por qué éste no es sencillamente una subespecie de la política republicana, incluso a pesar de que se estructura a partir de la misma lógica binaria.

      En segundo lugar, el dualismo “nosotros somos buenos”/“ellos son malos” es el motor de todas las manifestaciones de grupos partidistas, aunque con distintas intensidades y estilos. Pero no podemos registrar a todos los grupos partidistas como subespecies del populismo a menos que queramos postular que toda la política es populista. Como explicaré en el capítulo 1, desconfiar de y criticar a los gobernantes es un componente esencial de la democracia. En contextos democráticos, la mayoría absoluta y los cambios regulares en la dirigencia implican que los partidos de la oposición pueden —y a eso se dedican— tildar a los partidos en el poder de élites corruptas, desfasadas y no representativas. Describir el populismo como “estilo político”, como hacen Kazin y Moffitt, no resuelve el problema. Incluso si este enfoque nos permite transitar por “una variedad de contextos políticos y culturales”, no ayuda a detectar las peculiaridades del populismo frente a la democracia.100 Las limitaciones esenciales de estos enfoques ideológicos y estilísticos radican en que no se centran lo suficiente en los aspectos institucionales y procedimentales que describen la democracia, a partir de los cuales el populismo surge y funciona. Estos planteamientos diagnostican el surgimiento de la polarización entre la mayoría y la minoría, pero no explican cómo se diferencia, por un lado, el enfoque antisistema propio del populismo y, por otro, el paradigma republicano o la política opositora tradicional, incluso el partidismo democrático.

      La tercera objeción que planteo se refiere a los argumentos no dichos (normativos) que sostienen este enfoque en apariencia no normativo. Estos supuestos pertenecen a la interpretación de la democracia misma. El marco ideológico minimalista evita ser normativo —esto es, no define el populismo en términos positivos o negativos— para ser receptivo a todas las instancias empíricas de este fenómeno.101 Para “llegar a una postura no normativa sobre la relación entre el populismo y la democracia” y para “postular que el populismo puede ser tanto un correctivo como una amenaza para la democracia”, Mudde y Rovira Kaltwasser basan su descriptivismo en el argumento de que existe una diferencia entre la democracia y la democracia liberal. Esto les permite concluir que el populismo sostiene una relación ambigua con la democracia liberal, mas no con la democracia en general. “En nuestra opinión, la democracia (sin adjetivos) se refiere a la combinación de soberanía popular y la regla de la mayoría; nada menos y nada más. Por lo tanto, la democracia puede ser directa o indirecta, liberal o iliberal.”102 Para mí, esta definición no evita los sesgos, pues sugiere que, de no ser por el liberalismo, la democracia correría todos los riesgos que le atribuimos al populismo. Se plantea esta premisa en interés de respaldar un enfoque estrictamente descriptivo, pero su efecto es por fuerza normativo, pues el concepto liberal, que atribuye al cuerpo de la democracia, tiene el objetivo de velar por que la democracia proteja y fomente el bien de la libertad (la libertad individual y los derechos fundamentales), y se entiende que es una función propia del liberalismo, no de la democracia. La decisión de atribuir el valor de la libertad al liberalismo, en lugar de a la democracia en sí, no explica el proceso democrático como tal. Más aún, la teoría minimalista del populismo implica una perspectiva de la democracia que incluye una división entre la libertad y el poder. Afirma que la democracia no es una teoría de la libertad, sino una teoría del poder: el poder que ejerce la mayoría en nombre de la soberanía popular, cuyo control y contención provienen de afuera, es decir, del liberalismo (que es una teoría de la libertad). En este sentido, la democracia es un sistema sin restricciones del poder del pueblo, muy similar al populismo, y las verdaderas diferencia y tensión son entre el populismo y el liberalismo.

      La última variante del enfoque minimalista entiende el populismo, ante todo, como un movimiento estratégico: el populismo no es más que un capítulo en la estrategia en curso para sustituir a las élites y por ello el contenido político se vuelve mucho menos relevante. Entendido de esta forma, el populismo tiene la capacidad de cambiar entre neoliberal y proteccionista, por lo que atrae ideologías de izquierda y derecha en la misma medida, por lo menos en teoría. No obstante, en su influyente artículo “Neoliberal Populism in Latin America and Eastern Europe” [Populismo neoliberal en América Latina y Europa del

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