Yo, el pueblo. Nadia Urbinati
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No obstante, es importante recordar que en Estados Unidos —y también en Canadá, cuando se instituyó el movimiento populista canadiense— el populismo no produjo un cambio de régimen, sino que más bien se desarrolló junto con una ola de democratización política y junto con los efectos de la construcción de una economía de mercado en una sociedad tradicional. Esta ola democratizadora planteó cómo incluir a más sectores de la población en una época en que la polis en realidad seguía siendo una oligarquía electa.66 En efecto, en el contexto de la democratización el populismo puede ser una estrategia para volver a equilibrar la distribución del poder político entre grupos sociales consolidados y emergentes.67
En los países latinoamericanos surgieron otros importantes casos históricos de regímenes populistas. Ahí, el populismo fue capaz de llegar al poder tras la segunda Guerra Mundial. La reacción que suscitó fue distinta según las fases históricas y se le evaluaba al principio de su trayectoria o ya en la cúspide, como régimen consolidado o como régimen de cara a la sucesión del poder, como partido de oposición que protestaba contra un gobierno existente o como gobierno en sí mismo.68 Al igual que en Rusia y en Estados Unidos, en América Latina el populismo floreció en la era de la modernización socioeconómica, pero al igual que el fascismo en los países católicos europeos fomentó la Modernidad empleando el poder del Estado para proteger y empoderar a las clases populares y medias, acotar la divergencia política y reprimir la ideología liberal, al tiempo que instrumentó políticas sociales y protegió valores éticos tradicionales. Por último, en Europa occidental el populismo surgió a principios del siglo XX con los regímenes predemocráticos. Ahí coincidió con el expansionismo colonial, la militarización de la sociedad que se suscitó durante la primera Guerra Mundial y el auge del nacionalismo étnico, que a modo de respuesta frente a una depresión económica desenmarañó las divisiones ideológicas existentes bajo el mito de una nación incluyente.69 En la Europa predemocrática, la respuesta del populismo frente a la crisis del gobierno representativo liberal se manifestó, en última instancia, en el ascenso de los regímenes fascistas.
El término populismo comenzó a emplearse para nombrar un sistema de gobierno tras el colapso del fascismo, sobre todo en América Latina. Desde entonces, como modelo político que se ubica entre un gobierno constitucional y una dictadura, ha mostrado parecidos de familia con sistemas políticos que se ubican en el punto opuesto del espectro. Hoy en día, el populismo se desarrolla tanto en sociedades aún en proceso de democratización como en sociedades por completo democráticas. Y adopta su perfil más maduro y problemático en democracias representativas constitucionales. Si queremos identificar una tendencia general de estos contextos tan disímiles, podríamos decir que el populismo cuestiona el gobierno representativo desde dentro para después denunciarlo, reconfigurar la democracia de raíz y crear un nuevo régimen político. Sin embargo, a diferencia del fascismo, no suspende las elecciones libres y competitivas, y tampoco les niega un papel legítimo. De hecho, la legitimidad electoral es un factor definitorio en los regímenes populistas.70
No obstante, resultan muy interesantes las usuales acusaciones que reciben los populistas en el poder por ser “fascistas”. Esto es frecuente sobre todo en la actualidad, dado que Salvini ha mostrado afinidad con los movimientos neonazis que infestan las calles de las ciudades italianas y golpean e intimidan a los migrantes africanos, y dado que los asesores políticos de Trump han admitido de manera explícita el haberse inspirado en los libros y las ideas de Julius Evola, filósofo fascista, esotérico y místico, que postuló que la ideología fascista oficial dependía mucho del principio de soberanía popular y del mito igualitario de la Ilustración para ser fascismo genuino. Otros líderes populistas europeos han hecho declaraciones igual de alarmantes sobre cómo las ideas islámicas han “contaminado” las raíces cristianas de sus naciones, o sobre cómo la migración contamina el núcleo étnico del pueblo. Estas afirmaciones resultan llamativas y alarmantes. Pero me sigo resistiendo a la idea de que el nuevo modelo de gobierno representativo que se inició con el populismo sea fascista. Como explicaré en el capítulo 3, en el que describo las similitudes y las diferencias entre el antipartidismo populista y el antipartidismo fascista, es cierto que el fascismo es una ideología y un régimen, muy parecido al populismo, y también es cierto que el fascismo surgió como “movimiento” y militó en contra de los partidos organizados, cosa muy parecida al populismo.71 Sin embargo, debemos mantener la diferencia conceptual porque un partido fascista nunca renunciaría a su plan de llegar al poder para construir una sociedad fascista: una sociedad muy adversa a los derechos fundamentales, la libertad política y, de hecho, la democracia constitucional. Por esta precisa razón, Evola criticó la lectura del fascismo como una versión de la soberanía popular absoluta en la que el fascismo derivaba de la Revolución francesa (y, por lo tanto, popular y “populista”). Por el contrario, concibió el fascismo como una idea de la política y la sociedad radicalmente jerárquica y holística, opuesta por completo al liberalismo y la democracia debido a su negación radical de un punto de vista universalista de los seres humanos,72 para nada parasitaria de la democracia y más bien como un proyecto antidemocrático radical.
El fascismo en el poder no se conforma con hacer algunas enmiendas a la Constitución ni con ejercer su mayoría como si fuera el pueblo. El fascismo es un régimen por propio derecho que busca moldear la sociedad y la vida civil a partir de sus principios. El fascismo es la fusión del Estado y el pueblo.73 No se limita a ser parasitario del gobierno representativo, porque no acepta la idea de que la legitimidad surge libremente de la soberanía popular y las elecciones libres y competitivas. El fascismo es tiranía y su gobierno es una dictadura. El fascismo en el poder siempre es antidemocrático, no sólo en su discurso sino también de facto. No se conforma con limitar a la oposición por medio de propaganda diaria: recurre al poder del Estado y a la represión violenta para silenciar a la oposición. El fascismo busca el consenso, pero no correrá el riesgo de la discrepancia, por lo que proscribe la competencia electoral y reprime las libertades de expresión y de asociación, pilares de la política democrática. Mientras que el populismo es ambiguo, el fascismo no lo es, y al igual que la democracia el fascismo depende de un núcleo pequeño de ideas inequívocas gracias a las cuales es reconocible de inmediato. Raymond Aron ya aludía a esta interpretación a finales de los años cincuenta del siglo pasado, cuando intentó entender la idea de “regímenes sin partidos”, que “exigen una especie de despolitización de los gobernados” y que sin embargo no alcanzaron la omnipresencia y la intensidad de los regímenes fascistas.74
Recurrí a la metáfora del parasitismo para describir situaciones en las cuales el populismo crece desde el interior de la democracia representativa. Para representar la naturaleza ambigua del populismo, y su relación con el fascismo y la democracia, propongo emplear también la metáfora de Wittgenstein del “parecido de familia”.75 Esta metáfora captura la identidad límite del populismo. “En vez de centrarse en los rasgos más evidentes que encontró en las fotografías” de los miembros de una familia, “Wittgenstein tomó en cuenta la presencia de los bordes borrosos, vinculados con rasgos fuera de lo común o excepcionales. Este cambio le permitió reformular ‘parecidos de familia’ en términos del complejo entrecruzado de similitudes entre miembros de una clase determinada.”76 La evolución del método compuesto de los retratos “contribuyó a articular una nueva noción del individuo: flexible, borroso, no concluyente”: el resultado de un trabajo de análisis comparativo que revela los bordes borrosos que ocasionan que los contornos parezcan fuera de foco.77 La noción de un parecido de familia, que se materializa mediante los bordes borrosos que el populismo comparte con la democracia y con el fascismo, es una metáfora útil en este estudio para colocar el fenómeno del populismo en relación con los regímenes populares modernos. Para dar sólo un ejemplo: en la Argentina de 1951, Perón afirmaba con orgullo que su régimen era una alternativa al comunismo y al capitalismo.