El poder de la aceptación. Lise Bourbeau
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»También está el AMOR PASIONAL, que casi siempre se confunde con un gran amor. Se emplea frecuentemente la expresión loco de amor para ilustrarlo. Este fue el caso de vosotros, ¿verdad?, al principio de vuestra relación. La expresión lo dice por sí sola: la persona apasionada deja de tener la razón como referencia. El amor pasional solo se siente bien en presencia del ser amado. No puede aceptar que el otro sea feliz en su ausencia, sobre todo si ese otro muestra interés por hacer cosas solo, sin la compañía de su pareja. Vive solo por el momento en que el otro estará a su lado o, a falta de eso, por escuchar su voz. Idealiza al otro atribuyéndole solo cualidades que le convienen. No ve la realidad, es decir, sus fallos, sus defectos... Este tipo de amor ha destruido muchas parejas, ha generado muchos problemas en el trabajo y ha traído la ruina a muchas personas, porque la gente apasionada toma a menudo decisiones irreflexivas, solo por estar el mayor tiempo posible con el objeto de su pasión. Esto no es amor verdadero tampoco.
»No quiero decir que amor pasional y amor verdadero no vayan nunca de la mano; en realidad, es muy frecuente que una relación amorosa sea apasionada al principio. Lo que ocurre es que, poco a poco, esa pasión se detiene para dejar sitio al verdadero amor. La gente que cree que el amor pasional es el verdadero amor suele dejar a su pareja en el momento en el que la pasión se apaga para buscar otra pasión. Los que quieren vivir un amor verdadero van a darse cuenta intuitivamente de que en el momento en el que se acaba el amor pasional es cuando comienza el amor verdadero.
»Otra creencia errónea es que hacer el amor con alguien es una señal de amor verdadero. ¿Vosotros sois de esta opinión?
Mario tiene prisa por tomar la palabra:
–Todos sabemos que podemos hacer el amor sin estar enamorados.
–Me respondes como representante del sexo masculino, lógicamente –le digo sonriendo–. Es verdad que la mayoría de los hombres pueden hacer el amor sin estar enamorados. Te sorprendería saber el número de mujeres y de hombres que continúan pensando que el ACTO SEXUAL es una prueba de amor. ¡Cuántas niñas, por ejemplo, se enamoran locamente del chico que han escogido para hacer el amor por primera vez! Esta creencia se perpetúa en las mujeres adultas, quienes, tras su separación, se creen que están enamoradas del primero con el que aceptan hacer el amor.
»Los hombres dicen que es posible hacer el amor sin estar enamorado, pero ¿cuántas veces los he escuchado contar que sus parejas, que dicen amarlos, se niegan a hacer el amor tan a menudo como necesitan? Están convencidos de que dos personas que se aman deberían tener siempre ganas de hacer el amor juntas. Ya ves, los hombres y las mujeres tienen la misma creencia, pero no es expresada de la misma manera: la mujer hace el amor por amor y el hombre hace el amor para el amor. En realidad, el sexo no tiene nada que ver con el amor verdadero. Sin embargo, hacer el amor cuando hay amor entre dos personas es una experiencia de fusión y de placer extraordinaria. Es mucho más habitual que este acto se haga por muchas causas: por deber, por miedo a perder al otro, por miedo a desagradar, por necesidad de atención, por manipulación o por miedo a la reacción o a la violencia del otro, simplemente por tener una sensación física de placer o de poder...
»Otra actitud frecuente que se confunde con el amor verdadero es QUERER LA FELICIDAD de los que amamos A CUALQUIER PRECIO. Estoy segura de que os reconocéis en esta definición, pues la mayoría de la gente confunde esto con el amor verdadero. No quiero decir con esto que debamos permanecer indiferentes frente a los seres queridos y que su felicidad o infelicidad deba importarnos poco. Hablo sobre todo de las personas que no son felices cuando uno de sus familiares no lo es. Este fenómeno es muy frecuente entre padres e hijos, y entre cónyuges. Una persona puede sentir compasión y ofrecer ayuda a alguien que sufre, pero si sufre con él y eso afecta a su propia felicidad, no es por amor por lo que actúa, sino a causa de su actitud posesiva y por el miedo a perder el amor del otro.
Anna me mira fijamente. Parece que le cuesta aceptar lo que acabo de decir.
–Hasta aquí estaba totalmente de acuerdo con todo lo que has dicho –interviene–, pero creo que es imposible estar bien cuando uno ve que la persona a la que ama no es feliz. ¿Conoces a mucha gente que lo consiga?
–Para llegar a eso, tenemos en primer lugar que ser conscientes y después reconocer que nadie en el mundo puede hacer feliz a nadie, que la felicidad no puede venir más que del interior de uno mismo. La reacción que has tenido ahora se debe a que pasas de un extremo al otro. ¿Crees sinceramente que, si una persona es feliz, a pesar de que su pareja no lo sea, es porque se está mostrando indiferente?
–¡Por supuesto! ¿Qué va a ser si no la INDIFERENCIA?
–Es observación y responsabilidad. Te recuerdo que ser responsable es asumir las consecuencias de nuestras decisiones y dejar a los demás asumir las consecuencias de las suyas. Si tu pareja, uno de tus padres o uno de tus hijos decide no ser feliz, debe asumir las consecuencias. Si tú no eres feliz con esa decisión, estás asumiendo las consecuencias de la elección del otro. Sé que esta noción de responsabilidad es difícil de asumir para la mayoría. Volveremos sobre ella varias veces más adelante. Al ser cada vez más responsable, descubrirás que hay un justo medio entre considerarse responsable de la felicidad del otro y mostrarse indiferente.
»Como decía, una persona muy posesiva está convencida de que así expresa su amor por el otro. ¿Cómo reconocer tal comportamiento cuando se presenta en tu pareja, tu padre o tu hijo? Esta persona quiere saber siempre lo que hace el ser amado, lo que piensa, dónde está. En resumen, saberlo todo del otro, controlarlo constantemente. Está dispuesta a utilizar todos los medios para atraer la atención y la presencia del otro: amenazarlo, forzarlo, quejarse, bromear, ponerse enfermo, tener un accidente, mostrarse débil, hacer piruetas, hacerle mimos, acariciarlo, espiarlo, rebuscar en sus cosas, etc.
»Sea cual sea el medio utilizado, esta persona está convencida de que ama hasta tal punto que llega a creer que quiere ayudar al otro, que todo está permitido en el nombre del amor. Por otro lado, dirá a menudo: «Actúo así porque te amo», «Ah, si no te amara tanto... Eres tú quien me fuerza a comportarme de esta manera». Acusa de este modo al otro de su desgracia, pues su felicidad depende de él.
Al decir estas palabras, veo que Anna se pone colorada. Baja la cabeza y, cada vez más incómoda, se inclina para buscar algo en su bolso, que está en el suelo. Saca un pañuelo y pone cara de estar sonándose. Mario parece no darse cuenta de su malestar y sigue escuchando atentamente lo que estoy diciendo.
–Finalmente está el AMOR VERDADERO, el incondicional, que puede ser expresado de una manera general con todos. Sea cual sea el amor en sí, el amor al padre, a la madre, a los hermanos, a uno mismo o a los amigos, el amor incondicional se expresa de la misma forma. Estos son algunos modos de reconocerlo:
EL AMOR A UNO MISMO
Darme el derecho a ser lo que soy en cada momento, aunque no sea lo que quiero ser (por ejemplo, ser impaciente, ser mentiroso...).
Aceptar lo que me diferencia de los demás sin juzgarlo.
Ser capaz de darme placer incluso si creo que no me lo merezco.
Darme el derecho a ser humano (por ejemplo, a tener miedos, debilidades, límites).
Recordarme que todo lo que vivimos es una experiencia