El poder de la aceptación. Lise Bourbeau
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Aprender de cada experiencia, no desaprobarla.
Prestarle atención a lo que necesito incluso si los demás me aconsejan de otro modo.
Estar bien incluso si no respondo a mis propias expectativas o si no mantengo mi promesa para conmigo mismo o los demás.
Observar lo que ocurre, aunque una vocecita interior diga que no está de acuerdo.
Recordarme que nadie puede ocuparse de mi felicidad, que soy la única persona responsable de lo que me suceda.
CON LOS DEMÁS
Darles el derecho a ser lo que son en cada momento, sobre todo si no son lo que quiero que sean (por ejemplo, si el otro es perezoso o negativo).
Aceptar que el otro es diferente sin juzgarlo.
Dar consejos a los demás o guiarlos sin esperar nada a cambio.
Concederles el derecho a ser humanos (por ejemplo, a tener miedos, debilidades, límites).
Permitirles que decidan por sí mismos, sobre todo si pienso que su decisión es inaceptable para mí.
Recordarme que cada persona tiene necesidad de vivir experiencias diferentes, según su plan de vida.
Dejarles que vivan sus experiencias y que asuman las consecuencias.
Pedir sin tener expectativa alguna (por ejemplo, saber que me ama aunque se niegue a complacerme en lo que pido).
Recordarme que tener expectativas es legítimo solo cuando hay un acuerdo claro entre dos personas.
Observar a los demás, en lugar de juzgarlos o criticarlos.
Acordarme de que no puedo hacer feliz a nadie, que cada persona es responsable de su felicidad.
»Es interesante constatar que un buen número de personas continúa creyendo que la definición que acabo de dar del amor verdadero es la misma que la del egoísmo.
»Están convencidas de que pensar en sí mismo antes que en los demás es EGOÍSMO. Si es vuestro caso, debo precisaros que ser egoísta es querer que el otro se ocupe de nuestras necesidades antes que de las suyas, y esto va en detrimento del otro. Es, por lo tanto, lo contrario del amor verdadero.
»Dime, Anna, ¿puedes darme un ejemplo de una situación en la que hayas acusado a Mario de egoísta?
–Es fácil –se apresura a responder Anna–. Lo encuentro egoísta a veces, sobre todo cuando termina de trabajar. Llego a casa sobre las siete de la tarde, cansada de todo el día, incluida la hora que tengo que pasar en el metro y el autobús. Trabajo en el centro en una tienda de ropa para niños y paso la mayor parte de la jornada de pie. Lo primero que Mario me dice cuando llego es: «Tengo mucha hambre. ¿Falta mucho para que la cena esté lista?». ¿Imaginas mi frustración? Es él quien se queda con el coche para ir a trabajar. ¡Llega a menudo dos horas antes que yo y ni siquiera prepara la comida! Creo que lo que más me enfada es que me pregunta eso incluso antes de decirme hola ni de preguntarme cómo he pasado el día.
–Vamos a ver, querida –replica enseguida Mario–, sabes que necesito el coche en mi trabajo porque tengo que desplazarme a menudo. Además, no me gusta en absoluto la cocina, no sé cocinar nada. Y cuando acabo de trabajar a las cuatro de la tarde es porque he comenzado muy temprano por la mañana. Estoy por tanto cansado cuando llego. No entiendo por qué te quejas, ni siquiera tendrías necesidad de trabajar. Te he dicho muchas veces que tengo un muy buen salario y que es suficiente para la familia. Eres tú la que insiste en trabajar.
–Sabes que me volvería loca si tuviera que quedarme en casa todo el día. Ese trabajo es importante para mí. De todos modos, siempre pones excusas para que te haga de asistenta. Cualquier idiota puede cocinar. No te pido un festín, una tortillita estaría bien. ¡No pretenderás que crea que no sabes romper unos huevos! Eres un hombre brillante y se te da bien el bricolaje. Estoy segura de que si quisieras podrías aprender a cocinar un poco.
Al mirarlos y escucharlos discutir, puedo imaginarme fácilmente que este tipo de escena es frecuente en su casa. Parece que ya están habituados a actuar así. Incluso han olvidado dónde están. Toso muy ruidosamente para que se den cuenta de mi presencia. Paran en seco y me miran avergonzados. Me pongo a reír y eso los calma. Poco a poco, empiezan a reírse conmigo.
–Escucharos y miraros me ayuda a comprender mejor lo que pasa entre vosotros. Lo único que he pedido es que me dieses un ejemplo de egoísmo, Anna. Eso parece que ha tocado tu fibra sensible, ¿verdad? Ahora le toca a Mario. Dame un ejemplo de actitud egoísta de Anna.
–Tengo muchos. Por ejemplo, me pregunta constantemente a qué hora voy a llegar. Quiere saber siempre dónde estoy, con quién estoy, y eso me pone de los nervios. Soy jefe de compras en unos grandes almacenes y tengo muchas responsabilidades. A menudo invito a algún representante a tomar una copa o a comer conmigo, de ese modo suelo cerrar muy buenos negocios. Anna se queja de que no pienso en ella. Cree que mis clientes son más importantes que ella y me pone cara de enfadada cuando llego. En mi opinión no piensa más que en ella. Debería apreciar todo el esfuerzo que hago por traer un buen sueldo a casa. ¡Estoy empezando a hartarme de la situación!
A medida que habla, se va mostrando cada vez más afectado y se sonroja. Lo observo y le muestro que acepto lo que me está diciendo. Respiro profundamente y eso lo lleva a pensar que debe hacer lo mismo para calmarse.
Anna, por su parte, se prepara para contraatacar: me mira, levanta los hombros y respira también intensamente. Consigue controlarse y no dice nada, pero tengo la impresión de que tendría mucho que decir.
–Según la definición que he dado hace un rato, ¿seguís creyendo que lo que entendéis por egoísmo es acertado?
Se miran, sin saber muy bien qué responder. Me doy cuenta de que continúan creyendo que el otro es el egoísta.
–Repito: ser egoísta es quitar algo al otro para disfrutarlo nosotros. Es creer que el otro debe ocuparse de nuestras necesidades. En tu caso, Anna, quieres que Mario se ocupe de tu necesidad de llegar a casa y encontrarte con una buena cena sobre la mesa. Por lo tanto, no es Mario el egoísta en esa situación, pues eres tú quien espera algo de él. Él dice simplemente no a las expectativas. No te quita nada, tan solo no te da lo que tú quieres. Sin embargo, quieres privar a Mario de su tiempo de descanso en casa.
»¿Sabéis? Cada uno tiene derecho a hacer las preguntas que quiera y a tener expectativas, pero eso no quiere decir que el otro esté obligado a decir que sí. Si aceptamos que no estamos en este planeta para complacer las necesidades de los que nos rodean, eso nos ayuda a ocuparnos de nuestras propias necesidades. Eso se llama AMARSE A UNO MISMO. Si para responder a nuestras expectativas necesitamos de alguien, recordemos que el otro no está obligado a responder. Nos corresponde a nosotros encontrar el medio de satisfacerlas. Por tanto, en tu caso, Anna, lo que deseas es tener la cena en la mesa cuando llegues. Pídeselo claramente a Mario y, si te dice que sí, puede que prepare él mismo la comida o que pida que traigan algo. A lo mejor dice no. Pero recuerda: dice no a tu pregunta y no a ti.
»Y tú, Mario, ¿ves que aún tienes algunas expectativas con Anna? Quieres que esté de buen humor sea cual sea la decisión que tomes o la hora a la que