Aquellos sueños olvidados. Amy Frazier
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–Yo no hago visitas turísticas.
Vaya una forma de parar una conversación, pensó Neesa. Parecía como si Niños y Animales se estuvieran deslizando al mundo de las buenas ideas no realizadas.
Chris le ahorró el esfuerzo de buscar otro tema de conversación cuando llegó y sacó de la nevera otro refresco.
–Se te da bien el juego de los tiburones y las ballenas.
–Gracias.
Casey llegó también y se envolvió en una toalla tan grande como ella misma.
–Puedes jugar con nosotros cuando quieras –dijo la niña.
–Sí –afirmó Chris–. Mañana mismo.
Hank frunció el ceño.
–No creo que vaya a venir a la piscina mañana.
Neesa pudo leer claramente el significado del ceño fruncido de Hank. Por alguna razón, era evidente que a él no le apetecía repetir el encuentro. Bueno, ya se le ocurriría otro patrocinador el lunes.
–No va a ser en la piscina –le dijo Casey–. Mañana vamos a hacer una excursión en el rancho de Hank. Neesa puede venir también, ¿no Hank?
Hank pareció tan asombrado como la misma Neesa.
–Oh, yo… –dijo ella.
–¿Por favor? –insistió la niña pasándole los brazos por el cuello.
–¿Por favor? –repitió Chris.
Hank se aclaró la garganta.
–Eso es cosa de Neesa –dijo y la miró como advirtiéndole que no aceptara.
–De acuerdo –respondió ella sin pensárselo dos veces.
No era él el único que no se podía resistir a los niños.
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