Cómo prosperar en la economía sostenible. John Thackara
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La visión apocalíptica se expresa con un lenguaje de peligro y colapso. La civilización industrial está a punto de estallar, dicen los “catastrofistas”. Para ellos, lo mejor que podemos hacer es echarnos al monte con un camión cargado de armas y comida de sobra. En el otro extremo, los optimistas aficionados a la tecnología confían en que las soluciones artificiales nos permitirán seguir como de costumbre en poco tiempo. Y ¿qué pasa con el resto de nosotros? La mayoría de quienes conozco están preocupados por lo que sucede pero guardan silencio; piensan menos en el colapso de la civilización que en buscar trabajo o en dar de comer a sus hijos. Sin embargo, tanto ellos como nosotros nos sentimos cada vez menos seguros. No ayuda mucho que los medios de comunicación estén saturados de fatuos consejos acerca de lo que debemos hacer: ¿conducir un Tesla? (6), ¿cambiar una bombilla? Nos hace falta un descanso.
Este libro es ese necesario tiempo muerto. Sus páginas hablan de un tercer movimiento social que surge en paralelo a la crisis global, mucho mayor que el integrado por esos catastrofistas dispuestos a empuñar un rifle, o por quienes sueñan con la tecnología verde. Este movimiento queda fuera de los medios de comunicación, pero incluye cada vez a más grupos activos. Muchas comunidades de todo el mundo impulsan en silencio una economía alternativa a partir de cero. Como puede leerse en los capítulos que siguen, esto incluye ángeles energéticos, magos del viento y administradores de las cuencas hidrográficas. Hay también planificadores biorregionales, historiadores ecológicos, ciudadanos forestales, removedores de presas, restauradores de ríos, recolectores de lluvia, agricultores urbanos, banqueros de semillas y maestros conserveros. Conoceremos también a desmanteladores de edificios, reacondicionadores de bloques de oficinas y recolectores de grano.
Hay pintores naturales y fontaneros verdes, renovadores de remolques y corredores de acciones de la tierra. El movimiento implica a recicladores informáticos, re-mezcladores de hardware y recicladores textiles, y se extiende hasta los diseñadores de moneda local. Y cuenta también con médicos comunitarios, cuidadores de ancianos y maestros de la ecología.
Para la inmensa mayoría de la gente sobre la que escribo los cambios son consecuencia de la necesidad, no de un estilo de vida libremente elegido. Pocos de ellos luchan por el poder político o por presentarse a las elecciones. Se agrupan en el marco de una economía social y solidaria. Esos diferentes grupos y movimientos tienen nombres como Ciudades en Transición, Compartible, Peer to Peer, Decrecimiento o Buen Vivir. Entre ellos se incluyen FabLabs, espacios para hackers o el movimiento maker. (7) Algunos se han hecho cargo de edificios abandonados: castillos, aparcamientos, puertos, muelles, hospitales o antiguos emplazamientos militares. Hay organizaciones que hacen campaña, ya sea por la slow food, los derechos de la naturaleza o la conservación de las semillas, por no hablar del biorregionalismo y la comunización. (8) Y su número crece. Hasta un 12 % de los ciudadanos económicamente activos en Suecia, Bélgica, Francia, Holanda e Italia trabajan en algún tipo de empresa social, aparte de la enorme cantidad de trabajo no remunerado que ya se practica en el hogar y en la economía solidaria.
Aunque estos proyectos sean muy diversos, todos ellos actúan, en expresión del escritor español Amador Fernández-Savater, como “mensajeros de una nueva narración del mundo”. (9) Un hilo verde da vida a toda esta historia: el reconocimiento de que nuestra vida depende de las plantas, los animales, el aire, el agua y los suelos que nos rodean. La filósofa Joanna Macy describe la aparición de este nuevo relato como el “Gran Cambio”, una profunda transformación en la manera en que percibimos lo que somos y un despertar ante el hecho de que no podemos ser ajenos a la Tierra entendida como un complejo formado por sistemas vivos. (10) Desde los virus sub-microscópicos a las vastas redes del subsuelo que soportan los árboles, este nuevo relato ve a la Tierra entera animada por interacciones complejas entre las formas vivas, las rocas, la atmósfera y el agua. Explicado así, tanto por la ciencia como por la filosofía, no puede contemplarse el planeta como una reserva de recursos inertes. Al contrario: los suelos sanos, los sistemas vivos y las maneras en que podemos ayudar a regenerarlos ofrecen un “por qué” a la actividad económica que no aparece en el relato dominante. El tipo de crecimiento que tiene sentido en esta nueva historia, es la regeneración de la vida en la Tierra.
La noción de una economía viva puede sonar muy poética pero algo vaga. ¿Dónde está su manifiesto?, se preguntará cualquiera, ¿quién está al frente de todo eso? Pero son preguntas pasadas de moda. El relato que hace Macy, una transformación que, por otra parte, se manifiesta de forma tranquila, es coherente con la manera en que los científicos explican cómo cambian los sistemas complejos. Cuando se acumulan muchas alteraciones, intervenciones y perturbaciones a lo largo del tiempo, el sistema alcanza un punto de inflexión; de pronto, en un momento que es difícil predecir, una pequeña descarga de energía desencadena una liberación aún mayor, o un cambio de fase, y cambia todo el sistema en su conjunto. La sostenibilidad, en otras palabras, no es algo que pueda ser dirigido o exigido a los políticos; es una condición que emerge a través de pequeños incrementos, pero que supone un cambio brusco en muchas escalas diferentes. “Todas las grandes transformaciones han sido impensables hasta que finalmente han tenido lugar”, confirmaba el filósofo francés Edgar Morin. “El hecho de que un sistema de creencias esté profundamente arraigado no quiere decir que no pueda transformarse”. (11)
Este es un libro optimista, pero no de una manera ingenua. Si debo convencer a alguien de que lo que está por venir es el presagio de esa nueva economía que necesitamos de forma tan urgente, debo analizar antes las poderosas pero ocultas razones por las que no es posible volver a la normalidad.
Energía
En 1971 un geólogo llamado Earl Cook evaluó la cantidad de energía “obtenida del medio ambiente” por distintos sistemas económicos. (12) Cook descubrió que quien vive en una ciudad moderna necesita unos 230.000 kilocalorías diarias para que su cuerpo y su alma sigan unidos. Cifras llamativas si se comparan con las del cazador-recolector de diez mil años atrás que necesitaba unas 5.000 kilocalorías cada día para salir adelante. Esa brecha entre vidas simples y complejas se ha ampliado a un ritmo acelerado desde 1971. Si se tienen en cuenta los sistemas, las redes y los artefactos que forman la vida moderna (coches, aviones, fábricas, edificios, infraestructura, calefacción, refrigeración, iluminación, comida, agua, hospitales, sistemas de información y sus correspondientes gadgets), un neoyorquino o un londinense de hoy “necesitan” sesenta veces más energía y recursos que el cazador-recolector de antaño. Dicho de otro modo: los ciudadanos estadounidenses gastan en la actualidad más energía y recursos físicos en un mes de la que necesitaron nuestros bisabuelos durante toda su vida.
Si pensáramos racionalmente, todo esto nos parecería alarmante, pero no lo hacemos. Simplemente ignoramos el hecho de que todas estas “necesidades” dependen de flujos crecientes de energía barata e intensa. Las creencias nos dicen una cosa, pero las matemáticas y las leyes de la física sugieren todo lo contrario. El crecimiento exponencial de cualquier cosa tangible o del consumo de energía no puede continuar de manera indefinida en un universo finito. Como explica con paciencia Tom Murphy, profesor de física norteamericano, incluso si la tasa futura de crecimiento energético en nuestra economía se redujera a un nivel inferior al actual, seguiríamos multiplicando esas cifras por 10 cada 100 años; en 275 años llegaríamos a 600 veces nuestras cifras actuales de consumo. Sin duda, puede argumentarse que el crecimiento económico no depende del crecimiento de la energía y que podría seguir a ese ritmo hasta el infinito. Pero no es así. El dinero que se multiplica produce siempre impactos físicos en la economía de la Tierra. “La energía es la capacidad para trabajar; es el elemento vital de cualquier actividad”, explica el profesor Murphy. “Pensemos en ello: mantener un crecimiento del PIB de forma indefinida a partir de una dieta fija de energía significaría que cualquier cosa que requiera energía se convierta en una parte cada vez menor del PIB, hasta que alcance un valor insignificante. Pero la comida, el calor y la ropa nunca serán necesidades insignificantes. Hay mucho