Cómo prosperar en la economía sostenible. John Thackara
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Crecimiento
Si el esfuerzo maníaco por el crecimiento fuera solo cosa de números, podríamos considerarlo como una idea equivocada pero inofensiva. Sin embargo, el dinero no es solo una abstracción. Como ya han explicado los profesores Murphy y Hall, el dinero hace que se lleve a cabo el trabajo en el mundo real. Cuando un sistema crece para sobrevivir, pero fomenta trabajo destructivo, las consecuencias son catastróficas.
Me di cuenta de esta sombría consecuencia en una reunión con 200 gerentes de sostenibilidad de un famoso gigante de la producción de muebles para el hogar en Suecia. Durante veinte años de duro trabajo por la sostenibilidad, esta empresa ha llevado a cabo miles de iniciativas que se registran en una “lista interminable” de mejoras rigurosamente probadas. El repertorio es sorprendente, incluso admirable, con excepción de un hecho: lo único que no se han planteado es dejar de crecer. Al contrario: se han comprometido a duplicar su tamaño en 2020. Para esa fecha, el número de clientes que visiten sus inmensos almacenes cada año pasará de los 650 millones de visitantes actuales a 1.500 millones. ¿Y por qué? El alto directivo que informó en nuestro encuentro sobre este plan situó este crecimiento en su contexto: “El crecimiento es necesario para financiar las mejoras de sostenibilidad que queremos llevar a cabo”.
Podemos ver con más claridad el error fatal de este argumento si hablamos de la madera. Esta empresa, que es el tercer mayor consumidor mundial de esta materia prima, ha prometido que en 2017 la mitad de toda la que utilice será o bien reciclada, o procederá de bosques gestionados de forma responsable frente al 17 % actual. Sin duda el 50 % supone un gran avance frente al 17 %, pero también plantea la pregunta: ¿qué pasa con la otra mitad de la madera? Como la compañía duplica su tamaño, esa segunda cantidad, esa mitad no certificada, esa mitad de origen no fiable, será pronto dos veces tan grande como toda la madera que ahora utiliza. El impacto de la voracidad de esta empresa sobre los recursos forestales será terrible. Las personas inteligentes y comprometidas que he conocido en Suecia, junto con los equipos de sostenibilidad en cientos de grandes empresas del mundo, se enfrentan a un terrible dilema: por mucho que trabajen, por muchas fugas que reparen en los ciclos de producción en los próximos años, el impacto negativo neto de las actividades de esas empresas en los sistemas vivos del mundo será aún mayor de lo que es hoy. Y todo por culpa de la tasa de crecimiento anual. No importa cuántas marcas proclamen que sus productos se verifican, se acreditan o certifican como sostenibles; mientras el crecimiento siga siendo la motivación principal de la empresa, cualquier promesa de dejar el mundo tan “inmaculado como sea posible” no se puede cumplir.
Si la falta de datos fuera el principal obstáculo, sería fácil encontrar ayuda. Tras un esfuerzo internacional amplio, un conjunto de herramientas de contabilidad conocido como Economía de los Ecosistemas y de la Biodiversidad (The Economics of Ecosystems and Biodiversity, TEEB), ha puesto precio a los servicios prestados por la naturaleza a la industria; y muchos gobiernos y empresas han aceptado esta propuesta. (20) Desafortunadamente, esta herramienta solo ha empeorado las cosas. La teoría decía que conocer el valor de los ecosistemas podría llevar a las empresas a cuidarlos mejor, pero los números que proporciona un instrumento como este han sido como la sangre en el agua: han llamado la atención de los inversores más depredadores. Los sistemas vivos (las cuencas hidrográficas, los minerales, los alimentos y la tierra) han terminado convertidos en activos “financieros” que, vistos como algo abstracto, no son más que nuevos objetos para la especulación. (21) Gracias al diseño, estos productos financieros contienen poderosos incentivos para que sus propietarios extraigan los activos a un ritmo acelerado. Esta mercantilización de la naturaleza ha dado lugar a un fenómeno no menos siniestro llamado “compensación de la biodiversidad”. Esto quiere decir que la destrucción de un ecosistema por la minería, por la exploración de tierras vírgenes o por una infraestructura de gran envergadura puede “compensarse” con la creación de un poco de naturaleza en cualquier otro sitio. (22) Una argucia así es ideal para las empresas que excavan minas o vierten hormigón porque proporciona trabajo a un ejército de los intermediarios, aunque el resultado para el suelo sea la destrucción acelerada del medio ambiente. La naturaleza es única y compleja. Algunos ecosistemas han necesitado cientos de años para llegar a su estado actual. La pretensión de que el hábitat puede recrearse como se quiera es otra idea falsa. (23)
Riesgo
Ninguna de las sombrías tendencias que he descrito anteriormente es una especulación catastrofista. Lloyds, en Londres, el epicentro en la gestión del riesgo global, ha advertido de que “es probable una crisis de suministro de petróleo a corto y medio plazo”. Para otro referente capitalista, el Foro Económico Mundial (WEF), el denominado peak oil, (24) el pico del petróleo es solo un elemento más en una guia sobre futuribles denominada Semillas de la distopia (Seeds of Dystopia). Lo más destacado de este entretenido informe es que incluye, entre otras cosas, una pandemia vírica asesina, una deflación inmanejable, una tormenta geomagnética que elimina Internet, una escasez mundial de alimentos y una “destrucción geofísica sin precedentes”. (25) Estos riesgos top trending “son una advertencia saludable acerca de nuestros sistemas más inestables” para el Foro Económico Mundial. Y no es el único en ocuparse de un panorama tan poco esperanzador. Lo que Global Risks hace por la economía, Global Trends 2030 lo hace por la geopolítica y la seguridad. (26) Este último informe, publicado por el Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, advierte de que “estamos en un momento crítico de la historia humana […] los desastres naturales pueden llevar a los gobiernos al colapso”. Los climatólogos y ecólogos refuerzan estas advertencias. El Centro de Resiliencia de Estocolmo (SRC), por ejemplo, ha delineado nueve “límites planetarios” para los sistemas esenciales de vida, más allá de los cuales no hay nada que hacer. (27) El mapa del SRC es lo suficientemente alarmante (ya hemos rebasado la línea roja en tres de esos nueve sistemas) pero solo presenta los riesgos conocidos. Aún más alarmante es la posibilidad de una denominada “sorpresa” ecológica, un cambio transformacional, en uno o más sistemas naturales o humanos que pudiera ser repentino, no lineal, y catastrófico. Noah Raford, en su calidad de investigador de sistemas complejos explica que una interconexión excesiva hace que los sistemas se vuelvan vulnerables a la “transición de fase”, una palabra que suena más suave de lo que probablemente significa. Cuando un sistema alcanza un estado crítico, explica Raford, “incluso un cambio pequeño puede conducir a la fluctuación masiva y al colapso”. (28) Sabemos que estos acontecimientos pueden ocurrir, pero no sabemos cuándo, no son predecibles.
Estas alarmas alimentan a la comunidad catastrofista, pero no todos están de acuerdo en que tengamos que tomar en serio tales peligros. Al contrario, las tendencias que para cualquiera de nosotros suponen un “riesgo”, para otros son oportunidades. Algunos seguidores de la tecnología ven el aumento de la interdependencia de los sistemas como una buena noticia; significa que nuestra economía está en un crecimiento evolutivo hacia un modo “postproductivo”. (29) Las fronteras y los límites son también un anatema para el Foro Económico Mundial; los riesgos se describen en sus fatalistas informes como “oportunidades de transformación” que debemos aprovechar para “mejorar el estado del planeta” y perseguir el “objetivo fundamental [...] de un futuro crecimiento”. (30) No hay ningún reconocimiento (ni una palabra) de que ese crecimiento económico pudiera ser posiblemente la causa de estas tendencias mortales para la biosfera. Simplemente se ignora el hecho de que un crecimiento exponencial en un planeta limitado contraviene las leyes básicas de la física y de la matemática. (31)
Esto no significa negar que la resiliencia, “la capacidad de recuperarse” como bien explica un libro, (32) sea una condición deseable. El problema es que mucha gente percibe la resiliencia, ya sea dinámica o de otro tipo, como una nueva variedad de la gestión de riesgos que brinda la oportunidad de continuar con la rutina de siempre. “No podemos evitar impactos en un mundo cada vez más complejo, lo único que podemos hacer es fabricar mejores amortiguadores”, decía un comentarista. La metáfora serviría sólamante si todo lo que nos rodea fuera una carretera asfaltada desfigurada por los baches, pero no es así. Esos “bultos” sobre los que conducimos parecen más bien los cuerpos, metafóricos o no, de los sistemas vivos.