Cómo prosperar en la economía sostenible. John Thackara

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Cómo prosperar en la economía sostenible - John Thackara Theoria

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mundo no está en riesgo de quedarse sin energía, ni a corto, ni siquiera a medio plazo. En rigor no nos enfrentamos a una crisis de la energía sino a una crisis de la exergía, (15) es decir, nos enfrentamos a la escasez de una energía muy concentrada y fácil de obtener que pueda utilizarse sin problemas para impulsar la actividad económica. En su forma más dinámica, la economía termo-industrial creció gracias a un petróleo que, si no brotaba literalmente del suelo, se extraía sin esfuerzo mediante máquinas movidas igualmente por petróleo. Desde entonces, hemos esquilmado los combustibles de fácil acceso y la extracción de energía se hace más difícil y más cara cada año. Para empeorar las cosas, este mundo hecho por el hombre se ha vuelto mucho más complicado; basta pensar en todas las redes informáticas, los sistemas aéreos y los sofisticados hospitales que para mantener “el sistema” en funcionamiento usan más energía de lo que hubiera sido necesario hace apenas una generación por un servicio más sencillo pero igualmente eficaz para cualquiera de nosotros.

      Con el ánimo de saber por donde van los tiros fui al Palacio de Westminster en Londres. Habían invitado a Charles Hall, un profesor de ecología norteamericano, a que diese una conferencia sobre el retorno energético por energía invertida (Energy Return on Energy Invested, EROEI). Según decía, el principio central de esta idea es que se necesita energía para obtener energía, y si ese proceso supone un gran esfuerzo, y por tanto, un coste importante, no se invertirá en ello y no será posible disponer de la energía necesaria que haga funcionar el sistema. El profesor Hall nos mostró cómo a través del tiempo ha variado el número de barriles de petróleo que se obtienen para la actividad economía, por cada barril invertido en la extracción:

19301:100
19701:25
19901:15

      Hall señalaba que la mayoría de las soluciones energéticas que se pregonan hoy día, desde las arenas bituminosas en Alberta a los paneles solares en España son inferiores al umbral 1:15 por debajo del cual la inversión nunca es rentable. Y para concluir señalaba que “no se puede tener una economía sin energía. ¡La energía hace que funcione el sistema!”, y recordaba a Tom Murphy cuando añadía que los “combustibles de mala calidad significan un crecimiento de mala calidad”. Nunca olvidaré el silencio que siguió a su exposición. En ese momento, un veterano miembro del Parlamento se puso de pie, agradeció el profesor Hall su “interesante presentación” y añadió, “pero, por supuesto, para un político electo, reducir la riqueza es algo imposible de vender”, y se sentó. A continuación, el profesor Hall, el científico, dijo que él era un hombre de números, que no era un político, y se sentó, también. Finalmente, nos fuimos todos a casa.

      En comparación con las leyes de las matemáticas, la física y el sentido común, nuestra creencia en una economía de energía intensiva que se expande hasta el infinito en un mundo finito, parece irracional. Aunque una expresión más adecuada sería fuera de control. Muchas personas inteligentes piensan que el crecimiento no parará nunca porque es lo único que han conocido en su vida. Creen en lo inevitable del progreso, porque las cosas siempre han sido así. Creen que deben tomarse decisiones audaces sin tener en cuenta las consecuencias, porque no ha habido consecuencias negativas, o mejor dicho, ninguno las ha experimentado personalmente. Creen que el hombre es un ser especial y que el progreso es imparable, porque ninguna experiencia les ha dado motivos para pensar lo contrario. Estos mitos fundacionales de la edad moderna (la razón, el progreso, el dominio sobre la naturaleza) no son otra cosa que narraciones alimentadas por el petróleo. En la década de los cincuenta, cuando Milton Friedman expuso el pensamiento económico que ha dominado el discurso político hasta hoy, se podía comprar un barril de petróleo por tres dólares y medio.

      Antes de escribir este libro, creía vagamente que la tarea de los bancos era recoger depósitos y ahorros de un montón de gente y dejar esos recursos a otras personas en forma de préstamos, hipotecas y tarjetas de crédito. Pero de ningún modo esto es así. Aunque los banqueros describan su negocio principal como “prestar” dinero, lo que realmente hacen es crearlo. Cuando cualquiera de nosotros pide dinero a un banco, y el banco dice que “transfiere” fondos a nuestra cuenta, esos fondos no salen de ninguna caja fuerte, ni siquiera llegan mediante una comunicación de otro sitio. El dinero se crea en ese momento, y solo una pequeña fracción está respaldada por activos como pueden ser las escrituras de una casa, o un lingote de oro bien guardado en una cámara acorazada. En la mayoría de los casos hacen préstamos cuando les parece. Y lo que es más curioso, a pesar de que usted y yo recibamos dinero para que lo gastemos, esos préstamos se registran en los balances de los bancos como activos. La razón parece estar en que el interés del préstamo que debemos pagar representa un flujo constante de ganancias para ellos. Y debido a que muchos banqueros cobran mediante comisiones sobre esos nuevos préstamos, es un incentivo más para prestar tanto como puedan.

      Cuando la economía crece, esta peculiar manera de funcionar no tiene mayor importancia: como la gente compra más cosas, con frecuencia mediante el crédito bancario, y como las empresas piden dinero para aumentar su producción de bienes, los intereses de los préstamos concedidos se pagan sin problema. Pero cuando el crecimiento económico se estanca, por ejemplo, porque hay menos energía barata para impulsar el crecimiento, deja de entrar dinero en el sistema y comienza un destructivo círculo vicioso. No se pagan los intereses de los préstamos, se multiplican los impagos, se pierden puestos de trabajo, la gente gasta menos, las empresas no piden tantos créditos, llega menos dinero a la economía y la crisis de la deuda se vuelve más intensa.

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