Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit

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Utopías inglesas del siglo XVIII - Lucas Margarit Colección Mundos

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para esta prohibición. En primer lugar, la más evidente y la que el mismo texto nos propone: el teatro es un espacio para la lascivia. Pero también, siguiendo el patrón puritano, una representación teatral es un engaño para el espectador. Sin embargo, también podríamos considerar la posibilidad de que el teatro como un reflejo de los vicios y de las virtudes de una sociedad pueda despertar en los habitantes de la isla ciertos intereses opuestos a lo que este absolutismo considera “bien común” u “orden”, con lo cual sería una amenaza interna al sistema monárquico utópico que presenta este texto.

      Un aspecto que creemos que hay que comentar es la violencia con la que se llevan a cabo los castigos, incluso la pena de muerte. Pareciese, siguiendo la imagen que señalamos al comienzo, que la autoridad desea mantener la isla impoluta, todo aquello que no se adecua al sistema es “eliminado”. Por ejemplo, es importante por el ocio en el que viven los habitantes de la isla el baile y los profesores de baile, sobre todo con respecto a la educación de las damas, “pero si por casualidad alguno [profesor] es atrapado besando a una estudiante, deberá, sufrir con resignación, el corte de sus talones, lo que hará que luego de ello no baile nunca más o sino también será forzado a abandonar el país en veinticuatro horas”.

      Otro aspecto que debemos comentar acerca de la estructura de estos capítulos es que cada uno de ellos termina con una estrofa de cuatro versos, excepto el último que lo hace con una canción. Estos versos que acompañan a cada capítulo tienen la función de ser una especie de comentario o escenario moral en el que se apoyaría el relato, retomando el tema que se había desarrollado en el capítulo.

      Toda esta serie de regulaciones bajo las cuales están sometidos con rigurosidad cada uno de los isleños buscarían en definitiva, según la mirada del autor, la estabilidad social en todos los aspectos posibles. La isla, entonces se transforma en el territorio de lo inmóvil, de lo estático y de lo repetitivo. Hay una armonía que debe permanecer inalterable y de allí que podemos considerar este texto como utópico. Un no lugar donde se intenta mantener una armonía a la fuerza que, visto desde cierta perspectiva, es claramente una ficción, un artefacto donde se exponen los temores y los logros frente a un mundo externo que, en oposición, es caos y revolución, es decir traición y cambio; un territorio extra-insular, donde el poder que alguna vez pudo mantener cierto orden en el sistema político se vio desplazado por la terror y la violencia, tal como se nos cuenta en el relato. El exilio que condujo a los primeros habitantes hacia la Isla del Contento se transformará en el reconocimiento de un territorio como propio, que pudo ser nombrado por primera vez para poder establecer las leyes del monarca, un territorio que es sometido una y otra vez a la mesura de un lenguaje que lo descubre y nombra, a una ley que repite la desterritorialización y el exilio del deseo de quienes se apartan del sistema totalizador de la isla. La carta de Merryman se transformará de este modo, no solo en una especie de defensa del grupo conservador, sino también en el relato legitimador de normas rígidas que parecieran repetir nuevamente los mismos errores del reino de Gran Bretaña, un relato que busca y expone la ausencia del deseo con base capital del equilibrio logrado luego del caos.

      Es así entonces que podríamos pensar que el único recuerdo que tienen los personajes que viven en la isla del contento son los relatos que pasaron de boca en boca o, cuando se presenta la ocasión, muy pocas en realidad, escuchar los narraciones que llevan los holandeses, únicos marinos mercantes con los que se permiten establecer un contacto comercial aunque con muchos recaudos que permitan conservar el microcosmos creado en este territorio. Podemos leer en el Cap. XII, “Del comercio exterior y del mercado”:

      Así que la primera vez que los holandeses vinieron para establecer comercio con nosotros no les permitimos colocar pie en nuestra isla hasta que no prestaron solemne juramento, el cual decía que siempre que estén en la orilla deberían mantener sus manos en sus bolsillos, sus cuchillos en sus bocas y jamás beber ni una gota de cualquier licor fuerte hasta que regresen a sus barcos. Estas condiciones son estrictamente observadas hasta nuestros días. Gracias a esta estratagema mantuvimos sus dedos apartados de la ratería y del robo, sus lenguas alejadas de la mentira y la calumnia, a las bestias sedientas apartadas de las borracheras y a los cobardes de las peleas…

      La sospecha y la intolerancia con lo diferente se hacen presentes nuevamente bajo la perspectiva del comercio. El otro siempre es una amenaza en este texto utópico, la alteridad es el cambio del cual se rehúye. Aquello que es considerado extraño o que provenga del exterior es una amenaza para el equilibrio y para la paz y la armonía. Por ello que no encontramos en el relato otras voces ni hay otras alternativas plausibles de encontrar un lugar para la diferencia en la Isla del Contento. En el párrafo introductorio al texto utópico, señala que será un relato exacto de las características de la isla, un relato que dará cuenta de cada particularidad de un modo minucioso y cercano a esa realidad socio-política. Evidentemente esta búsqueda de exactitud responde a celebrar una verdad que no puede tener contradicciones y a legitimar un modo de vida regulada y ociosa a la vez.

      La isla del Contento, de este modo se presenta como una utopía que se subordina a un pasado en un doble sentido (mítico y político) tanto como un Edén como a una conformación de gobierno ya perimida. Una isla donde los habitantes establecen sus relaciones siguiendo un patrón rígido que en teoría los convertiría en hombres satisfechos y por lo tanto felices de formar parte de esa comunidad. La mirada única y particular no nos permite, como lectores, acceder a otras perspectivas o incluso plantear algún tipo de objeción. Una isla cerrada en sí misma, representa de este modo el paraíso que el hombre ha perdido, pérdida que desde esta perspectiva, le ha permitido acceder a la libertad.

       Nota sobre la traducción

      Para esta traducción he utilizado la edición llevada a cabo por Gregory Claeys en su compilación de textos utópicos del siglo XVIII, Utopias of the British Enlightment (Cambridge, 2003). He comparado y trabajado también con la versión de la primera edición de 1709 que se encuentra en la British Library. Agradezco a Ezequiel Rivas, miembro del grupo de investigación haber conseguido una copia digital de dicha edición.

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       bibliografía

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      MARGARIT, Lucas y Elina MONTES (comps.).

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