Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit

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Utopías inglesas del siglo XVIII - Lucas Margarit Colección Mundos

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que llevar a cabo.

      Continuando con el conflicto(76) que lleva a Inglaterra hacia la inestabilidad política a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, debemos comentar que el sucesor de Carlos II fue Jacobo II, Duque de York y padre de Ana, quien asume el reinado a la muerte de su antecesor en 1685; pero ante la sospecha de su afinidad con el catolicismo por los beneficios y la tolerancia que les estaba otorgando, entre ellos la posibilidad de acceder a la Universidad de Oxford, o incluso el nombramiento de John Massey –quien inmediatamente se convirtió al catolicismo– como decano del Christ College, pesaba sobre su figura una profunda desconfianza e impopularidad, tanto entre los nobles como entre la población en general. El 5 de noviembre de 1688 se inicia lo que se ha llamado la Revolución Gloriosa con la invasión a Inglaterra de Guillermo de Orange. Durante este período, la futura reina Ana sobrellevó varios intentos de conversión al catolicismo por parte de su padre, sin embargo ella continuó fiel a la Iglesia de Inglaterra siguiendo su formación y su educación de corte anglicano. Posteriormente contrajo nupcias con el príncipe protestante Jorge de Dinamarca, lo cual, junto con su fe anglicana, explica su interés en aliarse en contra de su padre con su cuñado Guillermo de Orange, casado con María, la hermana mayor de Ana.

      Una vez finalizada la Revolución Gloriosa y la consecuente abdicación del rey Jacobo, sube al trono Guillermo III. Luego de una serie de desencuentros entre el rey y Ana por razones de apoyo político entre otras cuestiones de estado, se restablece la relación entre ambos y le son restaurados todos sus honores y cargos por lo que apoya incondicionalmente al rey. Ante la muerte de Guillermo III y frente a la ausencia de herederos, Ana es la siguiente en la línea de sucesión de la corona y asume como monarca en 1702, cabe agregar que en 1707 se firma el Acta de Unión de Escocia, lo que implicará para Ana la unión del poder real bajo tres territorios Inglaterra, Irlanda y Escocia. Su reinado se caracterizó también por el desarrollo y la instalación definitiva del sistema bipartidista en el Parlamento.

      Volviendo a La isla del contento, el año de publicación, 1709, nos ubica en un contexto complejo que podríamos presentar como el pasaje de las utopías renacentistas a las utopías de la Ilustración, lo cual nos lleva a preguntarnos la posible influencia, entre otros textos, de Oceana (1656) de James Harrington o The Isle of Pines (1668) de Henry Neville(77) en la escritura de la utopía que ahora presentamos. Hay ciertos aspectos que deberíamos considerar como semejanza en ambos textos, entre ellos: la ubicación de la isla, el clima templado o la presencia de una Naturaleza sobreabundante que posibilita en primer lugar la supervivencia y posteriormente el ocio entre sus habitantes. Por otra parte, las descripciones de los nuevos territorios tanto en el texto de Neville como en este anónimo, nos muestran una recuperación de un pasado casi mítico que retoma las característica del Edén perdido o “Paraíso recobrado” y el intento de sus habitantes de establecer aquél orden que se hubo degradado, ya sea simbólicamente en la imagen de la caída del hombre como políticamente ante la situación de los sistemas gubernamentales del mundo conocido, es decir, en este caso particular, Inglaterra. Es dable considerar que la mirada nostálgica del autor de nuestra utopía está dirigida a un pasado que se ha desvanecido en la historia, que el orden que ha conocido y ha considerado como verdadero e ideal se ha quebrado en la representación política que manifiesta Inglaterra durante dicho período: el peso del Parlamento bipartidista como sucesión necesaria de la monarquía absoluta luego de las revoluciones del siglo XVII.

      Es por ello que en La isla del contento la armonía se presenta como una relación pacífica no solo entre los hombres, sino también entre los habitantes y su entorno, ya sea social como natural. Esto último se mantiene como una presencia constante en esta utopía ya sea cuando se refiere a los alimentos como a la vestimenta o al paisaje, etc., lo cual en varios aspectos estaría entrecruzándose con otro género: la Arcadia, donde la Naturaleza es una aliada del hombre y el ocio es permitido y valorado como una alternativa en la vida de sus habitantes. Es por ello que en La isla del contento el territorio natural donde desarrollaron su vida Philonespo y sus descendientes es visto como un espacio que no debe ser alterado, donde el sufrimiento vano debe ser erradicado para todas las criaturas, ante esta perspectiva señala el narrador que ni siquiera matan animales para alimentarse y sobrevivir, sino que se conforman con la abundancia de la vegetación y sus frutos. Conservar el estado natural del entorno que los ha salvado quizá presuponga, por un lado un agradecimiento a la gracia, pero por otro, mantener una continuidad de ese sistema verticalista que se ha instalado desde los inicios de este asentamiento.

      Esta relación que establecen los hombres con el mundo natural pareciese un viaje hacia un pasado pre-republicano en el sentido en que se presenta la Monarquía absoluta como un medio de establecer y mantener aquél orden perdido –y que creen haber encontrado en la Isla del Contento– que es representado aquí de manera simbólica a través del clima moderado y equilibrado, donde ni el frío ni el calor son excesivos, donde la temperatura se mantiene constante. Este paisaje templado es claramente un símbolo de equilibrio y por ende de la felicidad que se intenta instaurar a través de su legislación y de su gobernante, lo cual abordaremos más adelante. Asimismo, la descripción de este equilibrio natural implica lo “inmaculado”, no hay preocupación por la suciedad: “no estamos sujetos a sentirnos molestos por la suciedad o incómodos por el polvo, sino que siempre pisamos una alfombra verde, fresca como un campo de bolos luego de una suave lluvia en el mes de abril”. El entorno se presenta como parte de una imagen, no solo de armonía, sino también de pulcritud en consonancia con la intención del narrador de presentar al destinatario de la carta este territorio como una integración del ámbito físico con el moral.

      Por otra parte, el texto nos presenta un contrapunto con respecto a los sistemas políticos y culturales conocidos por el narrador –a través de lo que ha escuchado y aprendido de sus ancestros– y por el Dr. Dullman a quien va dirigida la carta (y, claro está, también por el lector) a través del relato de la historia de la colonización de esa isla desierta. La leyenda del exilio de Philodespot, primer monarca de la isla, y sus descendientes, es una clara defensa a la monarquía y a la necesidad de un orden político que se ha perdido en Inglaterra o que por lo menos está amenazado:

      fue un antiguo y buen Caballero que abandonó su país natal con sus hijos, amigos y otros parientes, para salvar sus vidas en tiempo de rebelión y crueldad, cuando el príncipe fue asesinado y la Constitución despedazada, la religión se volvió una burla, sus estados quedaron en manos de los traidores…

      Si pensamos que en el momento de su publicación está aún presente el recuerdo de la abdicación del rey Jacobo, y antes de ese episodio de la historia inglesa el de la decapitación de Carlos I y la posterior República, es evidente que el autor de este relato, respalda la figura del monarca como garantía de un orden casi perfecto. Incluso, por las descripciones de traiciones y muertes que rodean los levantamientos contra el noble antes de su exilio, hasta podríamos especular que se trata de una crítica radical a la misma idea de república tal como se presentó en Inglaterra durante el siglo XVII o incluso al mundo extra-utópico, es decir a aquella “flatulante parte del mundo”. La posición de este texto en contra de los whigs es evidente, y por ello que nos presenta al rey con las garantías y características de un Caballero virtuoso y se descarta todo aquello que en la organización de la isla pueda ser una amenaza para el status quo. Esta situación es también una aceptación a ciegas de la monarquía absoluta, la cual es vista como un privilegio por las resoluciones que el monarca ofrece frente a las acciones de los habitantes.

      La insularidad de la utopía permite establecer los límites precisos del territorio, no solo como superficie sino, y ante todo, como un sistema cerrado de relaciones humanas que se regula con leyes particulares impuestas por un poder central y único representado por la figura del rey, logrando, en este caso particular, un orden determinado y por la tanto inmóvil con respecto a las variaciones sociales, manteniendo dicho sistema en un equilibrio artificial que representaría lo que podríamos denominar “sistema socio-cultural utópico” que se opondría a la “libertad natural” tal como lo señalara Hobbes primero en su tratado Elementos de Derecho Natural y Político (1640) y posteriormente

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