Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit

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Utopías inglesas del siglo XVIII - Lucas Margarit Colección Mundos

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llevaría al hombre a un estado de lucha y de guerra permanente: “bellum omnium in omnes” [una guerra de todos contra todos]. Frente a esta situación la ley de un monarca serviría para encontrar el equilibrio que el hombre natural no posee (Cf. Skinner 2010, 79 y ss.). Es por ello que tanto Hobbes como el autor de este texto utópico se muestran como defensores de dicha posición política, donde, siguiendo nuevamente a Hobbes, la pérdida de la libertad como súbditos de la corona tendrá como fin y resultado poder convivir en paz y armonía. Esta visión es un antecedente a la búsqueda de la felicidad que plantearán autores inmediatamente posteriores como Montesquieu (1689-1755) o Francis Hutcheson (1649-1746).

      Este sistema legal que describe Hobbes en su obra Elementos de Derecho Natural y Político, se presenta de modo muy similar en La isla del Contento a través del castigo a la sedición y a cualquier situación que ponga en riesgo la continuidad del poder real y la “felicidad” de sus habitantes. Estos castigos, que en su aspecto más radical y extremos se manifiestan a través de la pena de muerte o del exilio del acusado, lo que sostendrían es un sistema cerrado que expulsa a los autores o a los vehículos de las posibles variantes que puedan ser impulsadas por el deseo o por la ambición. Es por ello que las leyes son parte de una formación parcial del ciudadano, donde la herencia del orden dado debe ser constante también para las futuras generaciones.

      La legitimación de la figura del rey se presenta en La isla del contento a partir de una serie de baladas y relatos orales que se manifiestan, quizá por primera vez en la escritura, a través de esta carta que se envía a Inglaterra, la escritura de apropia de la memoria y, por lo tanto, la parcialidad del relato se instaura como la representación del sistema social ideal invalidando otras posibles voces. La univocidad del relato da cuenta de una línea discursiva que no entra en alteraciones o desvíos, cumpliendo la función también de un proceso de organización social donde el narrador representa la ley impuesta por el monarca. El peso de la cotidianeidad en este relato del pasado y de la historia de la isla se ajusta a las convenciones de aquella relación armónica del hombre con su entorno y con la autoridad, con esa perspectiva más conservadora que el texto disemina a través de diferentes recursos. Esta perspectiva conservadora es una mirada nostálgica por aquél pasado que se ha desvanecido por las luchas internas (y externas) que ha mantenido la corona inglesa a lo largo de su historia. Es por ello que el rey, como monarca absoluto en esta sociedad insular es la garantía de una sociedad sin conflictos ni traiciones, estableciendo una entidad sometida a una armonía centrada en leyes estrictas e inamovibles.

      Algo similar ocurre con la institución religiosa ya que solo puede ser nombrado un obispo para que guíe a los habitantes de esta isla. La razón que esgrime el narrador es que es una forma clara de evitar los intereses y las competencias entre varios hombres para ocupar ese lugar. Es más, este obispo autoridad máxima en el ámbito religioso, antes de ser elegido debe demostrar sus capacidades intelectuales y morales para poder ocupar ese lugar de suma importancia para la comunidad y para la posterior aplicación de las reglas de convivencia. Es interesante constatar que de alguna manera esta elección entre varios obispos posibles modera la libertad natural de los hombres quienes se enfrentarían por obtener ese reconocimiento –retomando el planteo de Hobbes– para destacar y elegir solo a uno de ellos en el cargo religioso, evitando de este modo los enfrentamientos vanos.

      Ante esta descripción del orden social es curioso observar que uno de los primeros aspectos a los que se refiere el narrador es la ausencia de astrónomos en la isla, “pues ellos generalmente se degeneran en presumidos astrólogos, que con sus mentirosas profecías corrompen la mente de la gente y llevan a la perturbación del reino”, por lo tanto si es descubierto alguien realizando este tipo de actividades es castigado con la pena de muerte. ¿Podríamos sostener que lo externo, incluso viniendo de los astros, es una amenaza a ese orden impuesto por la ley del monarca? ¿Podríamos pensar también que esas “profecías” ocuparían el lugar de las otras voces que alterarían las creencias y las normas en las que se basa este sistema social? Como podemos ver, el sistema absolutista no está centrado solo en la figura del rey, sino en la voz narrativa que enuncia y también justifica su ley. Merryman se constituye de este modo en el portavoz de un sistema que, desde su punto de vista conservador, podría funcionar como exemplum frente a los conflictos que vive Inglaterra.

      La isla, bajo estos aspectos, es un símbolo de un Paraíso casi bíblico, que como decíamos anteriormente intenta recuperar la Edad de Oro, lo que se manifiesta bajo el intento de establecer una paz duradera y poder dar cuenta en el relato de un territorio alejado del “mal”. Podemos acercarnos a esta afirmación a través de un fragmento del primer capítulo donde leemos: “De manera, por la exuberancia de la naturaleza y el clima moderado, algunos de nuestros doctos comentadores afirman profanamente que esta, nuestra isla, es el mismo Paraíso que Adán perdió”. La búsqueda y la presencia de la felicidad para los habitantes es otro de los tópicos que se presentan a lo largo de todo el texto que estamos presentando. Todo aquello que altere este sistema verticalista es considerado malo para el orden social y natural y, por ende, para la felicidad de los habitantes de la isla. De allí que se vea el mundo “civilizado” europeo como un catálogo de amenazas, de traiciones y de desestabilizaciones, tales como ha sufrido el primer monarca Philonespo antes de su exilio y llegada a la isla.

      En cuanto a su estructura, el relato utópico La isla del Contento está encabezado por un párrafo introductorio que explica al lector –siguiendo los requerimientos del destinatario, el Dr. Dullman–, el por qué de la necesidad de escribir esta carta descriptiva de la isla. Luego la narración continúa con un esquema descriptivo estructurado en doce capítulos que explicarán diferentes aspectos que describen la naturaleza de la sociedad en esa isla alejada. De este modo, siguiendo un trazado fáctico y empírico clasifica los distintos puntos en los que el narrador basa su relato, desde los tópicos más básicos de la cotidianeidad (el alimento, la bebida, las diversiones) hasta los aspectos religiosos (elección del obispo, por ejemplo) y legales (reglas y castigos) de la comunidad que representa. Es un esquema ordenado donde primero se detiene en el paisaje y en sus características climáticas y en la descripción de la flora y de la fauna; luego nos conduce desde la organización de ese espacio insular y las relaciones con el entorno natural hasta las relaciones entre los integrantes de dicha comunidad; de los juegos y diversiones hasta los ritos religiosos y los modos de socialización. Como vemos sigue de cerca un esquema enciclopédico que intenta dar cuenta de todos los aspectos del territorio utópico. Por otra parte, este intento de abarcar la totalidad de su objeto de descripción a través de esta variedad de tópicos denota una intención política en tanto que esgrime la posibilidad de demarcar una estructura completa y, por lo tanto, perfecta en su organización.

      Es interesante también apreciar cómo el narrador pasa de un tema fáctico en cuestión a los problemas del comportamiento humano desde una perspectiva más general y moral. Es decir pasa de la descripción de una realidad concreta, una costumbre o un hecho particular, a una reflexión acerca de los límites impuestos para que las acciones de los habitantes (de los hombres) de la isla sean mesuradas y no quiebren el esquema dado por la autoridad. Por ejemplo, en el capítulo III, “De nuestros vinos y jugos potables”, el narrador cuenta cómo son las vides, qué lugar ocupan en las casas de los habitantes, la excelencia de los frutos y de sus derivados. No obstante, luego de ello se dedica a comentar los límites impuestos para evitar la embriaguez y “por el bien común” de toda la comunidad. Cito un fragmento de este capítulo donde se contempla la “mesura” de los hombres y mujeres de la isla: “De manera que el hecho de que nuestros vinos sean baratos junto a la debida aplicación de nuestras leyes contra el Vicio y sin la menor ayuda de una sociedad reformista, hacen de la embriaguez un escándalo”. Ya desde la elección de la palabra “Vicio” está delimitando como característica esencial de la isla que es la virtud la que lleva a la armonía general. Esta mesura la podemos ver también en la falta de una compañía de teatro que entretenga a los habitantes de la isla. Esta prohibición tiene un eco evidente en la postura que tenían los puritanos desde el siglo XVI cuando querían cerrar y prohibir los teatros en la ciudad de Londres. Esta prohibición se hizo realidad durante el siglo XVII cuando los puritanos toman el poder a través

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