El libro de la vida y la muerte. Osho

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El libro de la vida y la muerte - Osho Sabiduría Perenne

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su auténtico crescendo.

      El anciano dijo:

      –Tenía miedo y ahora me pides lo mismo. He rendido culto a Dios durante toda mi vida, y ahora resulta que sólo es una hipótesis… Nunca lo he experimentado. He rogado a los cielos, y sé que ninguna de mis oraciones fue nunca contestada; no hay nadie para hacerlo. Pero ha sido un consuelo a través de los sufrimientos de la vida y de sus ansiedades. ¿Qué más puede hacer un hombre desvalido?

      Le contesté:

      –Ahora ya no está desvalido, ahora no hay ansiedad alguna, ni sufrimiento, ni problemas; todo eso pertenece a la vida. Ahora la vida se escurre de sus manos; tal vez pueda permanecer en esta orilla unos pocos minutos más. ¡Reúna valor! No vaya al encuentro de la muerte como un cobarde.

      Cerró los ojos, y me dijo:

      –Haré todo lo posible.

      Toda la familia se hallaba reunida y estaban enfadados conmigo. Eran brahmanes de casta alta, muy ortodoxos, y no podían creer que el anciano estuviese de acuerdo conmigo. La muerte fue una conmoción tal que hizo pedazos todas sus mentiras.

      Te puedes pasar la vida creyendo en mentiras, pero en la muerte sabes perfectamente bien que los barquitos de papel no te serán de gran ayuda en el océano. Es mejor saber que hay que nadar y que no se tiene barco alguno a mano. Aferrarse a un barquito de papel es peligroso; puede evitar que nades. En lugar de llevarte a la otra orilla, puede hacer que te ahogues.

      Todos estaban enfadados conmigo, pero no pudieron decirme nada. El anciano cerró los ojos, sonrió y dijo:

      –Es una desgracia que nunca te haya querido escuchar. Ahora me siento tan ligero, sin cargas. No tengo miedo alguno; no sólo no tengo miedo sino que siento curiosidad por morir y ver cuál es el misterio de la muerte.

      Murió, y la sonrisa permaneció en su rostro.

      3. LAS MÚLTIPLES CARAS DE LA MUERTE

      En la historia de la mente humana se pueden hallar tres expresiones de muerte. Una de ellas es la del ser humano ordinario que vive apegado a su cuerpo, que nunca ha conocido nada mejor que el placer de la comida o el sexo, cuya vida no ha sido más que comida y sexo; que ha disfrutado de la comida, del sexo, llevando una vida muy primitiva; cuya existencia ha sido muy grosera, que ha vivido en el porche de su palacio, sin llegar a entrar nunca en él, y que ha pensado siempre que eso era la vida. En el momento de la muerte tratará de apegarse. Se resistirá a la muerte y luchará contra ella. La muerte llegará como una enemiga. Por eso en todas las sociedades del mundo la muerte aparece descrita como oscura y maligna. En la India dicen que el mensajero de la muerte es muy feo –oscuro, negro–, y que llega sentado en un búfalo grande e igualmente feo.

      Ésa es la actitud normal. Esa gente ha errado; no han sido capaces de llegar a conocer todas las dimensiones de la vida. No han podido entrar en contacto con las profundidades de la vida y no han sabido volar hasta las cumbres de la vida. Se han perdido la plenitud y también la bendición.

      Después está el segundo tipo de expresión de la muerte. A veces los poetas y filósofos han dicho que la muerte no es nada malo, que la muerte no es mala; que es apacible… un gran descanso, como dormir. Es mejor que la primera expresión. Al menos esas personas han conocido algo más allá del cuerpo; han llegado a conocer algo de la mente. No sólo se han alimentado de comida y sexo; no han invertido toda su vida sólo en comer y reproducirse. Han entrado en contacto con algo de la sofisticación del alma; son un poco más aristocráticos y cultivados. Dicen que la muerte es como un gran descanso; que uno está cansado, muere y descansa. Es descansada. Pero también ellos están lejos de la verdad.

      Quienes han conocido lo más profundo de la vida, dicen que la muerte es divina. No sólo es un descanso, sino también una resurrección, una nueva vida y un nuevo comienzo; una nueva puerta que se abre.

      Cuando Bayazid, un místico sufí, se moría, la gente que se había reunido a su alrededor –sus discípulos– se sorprendieron de repente porque cuando le llegó el último momento su rostro se tornó radiante, increíblemente radiante, con una hermosa aura. Bayazid era un hombre hermoso y sus discípulos siempre habían sentido ese aura a su alrededor, pero no con tanta intensidad. ¡Tan radiante!

      Le preguntaron:

      –Bayazid, dinos qué te sucede. ¿Qué te está ocurriendo? Danos tu último mensaje antes de irte.

      Él abrió los ojos y contestó:

      –Dios me da la bienvenida. Voy a su encuentro. ¡Adiós!

      Cerró los ojos y dejó de respirar. Pero en el momento en que su respiración se detuvo sucedió una explosión de luz. La habitación se llenó de luz y luego ésta desapareció.

      Cuando alguien ha conocido lo trascendente en sí mismo, la muerte no es sino otra cara de lo divino. Entonces la muerte se convierte en un baile.

      La ilusión de la muerte es un fenómeno social. Hay que entenderlo en profundidad.

      Ves morir a un hombre y entonces piensas que está muerto. Como tú no lo estás no tienes ningún derecho a pensar de esa manera. Es una tontería por tu parte haber llegado a la conclusión de que el hombre está muerto. Todo lo que puedes decir es: «No puedo determinar si es la misma persona tal y como la conocía yo antes». Decir cualquier otra cosa es peligroso y significa traspasar los límites de lo correcto.

      Todo lo que uno puede decir es: «Hasta ayer, este hombre hablaba, ahora ya no habla. Antes solía caminar, ahora ya no camina. Lo que hasta ayer yo entendí que era su vida ya no continúa hoy. La vida que vivió hasta ayer ya no existe. Si hay alguna vida más allá, entonces que así sea; si no la hay, que sea lo que tenga que ser». Pero decir: «Este hombre está muerto» es ir demasiado lejos; es traspasar los límites. Uno sólo puede llegar a decir: «Este hombre ya no sigue vivo». Pues alguien que sabíamos que vivía ha dejado de hacerlo.

      Emplear ese grado de negatividad está bien, pues eso es todo lo que conocíamos como su vida –sus luchas, sus amores, su comer y beber–, y ahora ya no está. Pero decir que el hombre está muerto es realizar una afirmación muy positiva. No estamos únicamente diciendo que fuese lo que fuese que se hallase presente en ese hombre ya ha dejado de estarlo, sino que decimos que ha pasado algo por encima de todo ello: este hombre está muerto. Estamos diciendo que el fenómeno de la muerte también ha ocurrido. Bastaría con que dijésemos que las cosas que antes sucedían alrededor de este hombre ya no tienen lugar. No sólo estamos diciendo eso, sino que también hemos añadido un nuevo fenómeno: que el hombre está muerto.

      Nosotros, que no estamos muertos, que no tenemos conocimiento alguno de la muerte, rodeamos a esa persona, ¡y la declaramos muerta! La masa determina la muerte del hombre sin ni siquiera preguntárselo, ¡sin ni siquiera dejar que se pronuncie! Es como una sentencia parcial en un juzgado; la otra parte está ausente. El pobre tipo ni siquiera ha tenido la oportunidad de decir si estaba realmente muerto o no. ¿Comprendéis de qué estoy hablando?

      La muerte es una ilusión social. No es una ilusión humana. La cuestión es que externamente sentimos que está muerto, pero se trata de un determinismo social, erróneo. En este caso, el fenómeno de la muerte está siendo determinado por personas no cualificadas. Nadie en la masa es un testigo adecuado porque nadie vio morir realmente a esa persona. ¡Nadie ha visto nunca morir a nadie! Nunca ha sido presenciado el acto de morir. Todo lo que sabemos es que hasta un cierto momento una persona está viva y que luego deja de estarlo. Eso es todo, más allá hay un muro.

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